El dulce reato de la música. Alejandro Vera Aguilera
la ciudad. De manera que, tan periférica o modesta como pueda haber sido, Santiago reprodujo a pequeña escala la compleja organización de otras ciudades coloniales.106
De todo lo señalado se desprende entre otras cosas que, si bien Santiago mantuvo durante el período colonial algunas de sus características -como la abundancia de jardines, la concentración de instituciones religiosas y la baja altura de sus casas-, experimentó a la vez cambios profundos que no pueden ser ignorados -el crecimiento de su comercio exterior desde fines del siglo XVII, el mayor número de indios libres en el siglo XVIII, la creciente influencia de la catedral, etc.-. Por esta razón, aunque haya decidido no dividir el libro por períodos, procuro al interior de cada capítulo señalar los cambios más relevantes acaecidos a lo largo del tiempo. Recordando una vez más a Elliot, lo contrario -un acercamiento sincrónico centrado solo en las permanencias- habría resultado reduccionista por «ocultar la diversidad debajo de una unidad artificial».
El referente externo: Lima
Así como el espacio intraurbano se hallaba jerarquizado, también lo estaba el espacio interurbano, es decir, el conjunto de rutas y ciudades que daban forma al imperio español. En términos generales, los centros urbanos que concentraban el mayor poder político y económico actuaban como ejes de otros en principio menos importantes; pero estos últimos podían también constituirse en ejes para aquellos que ocupaban una posición inferior, y así sucesivamente; de manera que la condición de centro o periferia no era absoluta, sino que determinaba más bien las relaciones entre ciudades. Miguel Ángel Marín ha demostrado las repercusiones que este modelo de organización tuvo para la circulación musical en el circuito Madrid-Zaragoza-Jaca,107 por lo que, pese a sus indudables problemas,108 puede ser útil para nuestro caso.
Las principales ciudades de la América española habían sido estratégicamente distribuidas cerca de grandes yacimientos argentíferos, con el objetivo de asegurar el retorno de la plata. Durante los siglos XVI y XVII este circuito era cubierto por dos grandes flotas comerciales que salían de los puertos de Sevilla y Cádiz. La primera se dirigía a Veracruz, en Nueva España, y luego a otros lugares. La segunda iba a la región de Tierra firme, constituida por lo que actualmente correspondería a Panamá, Venezuela y parte de Colombia. Todas las mercancías destinadas a Sudamérica salían desde allí hacia el Callao, puerto de Lima, desde donde eran distribuidas hacia otras ciudades del Pacífico Sur como Guayaquil y Santiago.109 Las implicancias de este circuito para la vida musical sudamericana pueden entreverse a través de dos ejemplos: en 1622 Agustín de Castro envió desde España a Tierra firme dos cajones con «Artes de canto llano» y otros libros, que debían entregarse a Bernardino de Morales y Juan de Sarriá, vecinos de Lima; en la misma nave, Bartolomé Hernández embarcó «Tres ternos de chirimías con sus sacabuches», «Doce vihuelas ordinarias» y «veinte gruesas de cuerdas de vihuela de la tierra...», por cuenta del propio Hernández, Bartolomé González y Jerónima de Padilla, «vecinos de la ciudad de Los Reyes».110
Este circuito de rutas comerciales se hallaba en correspondencia directa con el sistema político-administrativo. Desde 1542 y hasta principios del siglo xviii la principal unidad política al sur del Nuevo Mundo era el virreinato del Perú, que abarcaba la mayor parte de los territorios comprendidos entre Panamá y Chile. Lima era la sede virreinal y de ella dependían las diferentes gobernaciones. La de Chile era a la vez una capitanía general, que contaba con una Real Audiencia (organismo representativo del rey) emplazada en Santiago desde 1609.
El panorama cambió en el siglo XVIII. Primero, la estructura virreinal se modificó en 1717, cuando fue instituido el virreinato de Nueva Granada, que incluía los territorios actuales de Venezuela, Colombia, Ecuador y Panamá, y tenía como sede principal a Santafé de Bogotá. Más adelante, en 1776, se creó el virreinato del Río de La Plata, que abarcaba el sudeste de América del Sur y tenía como capital a Buenos Aires.111 Segundo, las rutas transoceánicas sufrieron alteraciones, primero con la apertura del Cabo de Hornos hacia 1740, que posibilitó a los navíos procedentes de España acceder al Pacífico por el sur del continente. Sin embargo, según explica Eduardo Cavieres, los navíos destinados a los puertos del «mar del sur», como Concepción o Valparaíso, siguieron teniendo la obligación de pasar primero por el Callao, donde eran registrados y se les cobraban los impuestos correspondientes. De manera que la hegemonía limeña, si bien se vio disminuida a causa de los territorios que pasaron a integrar los nuevos virreinatos, se mantuvo intacta para aquellos que continuaban bajo su administración. Tampoco el decreto de libre comercio promulgado en 1778 debilitó la relación de subordinación que existía entre la sede virreinal y Santiago, si bien los comerciantes locales fueron cada vez más conscientes de lo gravosa que esta les resultaba y comenzaron a manifestar su descontento a la corona.112 A esto se añade que la diócesis de Santiago siguió siendo sufragánea de la arquidiócesis de Lima hasta bien entrado el período republicano (1840). Carece de fundamento, por tanto, la afirmación de Claro Valdés acerca de la supuesta pérdida de influencia limeña sobre Chile en términos musicales.113
Sobre el potencial interés de este libro: música, historia y microhistoria
Un meteorólogo estudia un ciclón a fin de compararlo con otros; y al estudiar cierto número de ellos espera descubrir qué rasgos muestran, es decir, cómo son los ciclones en cuanto tales. Pero el historiador no tiene semejante finalidad. Si se le encuentra en alguna ocasión estudiando la Guerra de los Cien Años o la Revolución de 1688, no se puede inferir por eso que esté en las etapas preliminares de una investigación cuyo fin último sea llegar a conclusiones sobre guerras o revoluciones en cuanto tales [...]. Esto se debe a que las ciencias de la observación y experimento están organizadas de una manera y la historia de otra [...]. En la organización de la historia el valor ulterior de lo que se conoce de la Guerra de los Cien Años no está condicionado por su relación a lo que se conoce acerca de otras guerras, sino por su relación a lo que se conoce acerca de las otras cosas que hacía la gente de la Edad Media.114
Estas palabras del historiador británico Robin George Collingwood me han parecido pertinentes para esta introducción porque dan cuenta de uno de los intereses fundamentales que animan a cualquier trabajo de índole histórica como el presente: contribuir al conocimiento de una época determinada. Esta premisa permite responder a una de las preguntas que podrían surgir acerca del potencial interés de este libro: ¿tiene importancia, desde un punto de vista global, el estudio de una pequeña capital sudamericana durante el período de dominación española? O, dicho de otro modo, ¿es relevante un estudio como este solo para los santiaguinos, chilenos o quienes han sido partícipes de la historia local, o lo es también para personas de orígenes diversos, como América Latina, España, Francia, Estados Unidos, China o Sudáfrica?
La respuesta se relaciona con las palabras de Collingwood: este libro estudia la vida musical en Santiago de Chile durante el período colonial y, consecuentemente, aspira a ofrecer nuevos datos y perspectivas al respecto; pero también aspira a ampliar los conocimientos existentes sobre dicho período en un sentido más amplio, ofreciendo información sobre «otras cosas que hacía la gente» en la época (incluidos los propios músicos) y otras ciudades que estaban vinculadas con Santiago desde diversos puntos de vista (incluido el musical). Por estas razones, creo que el libro puede ser de interés -al menos esa es su intención- para quienes se interesen por la música, la cultura y/o la historia durante el vasto arco de tiempo que abarcó el sistema colonial (en el caso de Chile, desde mediados del siglo XVI hasta comienzos del XIX).
Ahora bien, si el libro aspira a conocer mejor no solo una urbe en particular, sino una época y un sistema político-social, ¿es deseable que el objeto de estudio lo constituya una ciudad pequeña (o «periférica»), con una población reducida y una locación lejana a las ciudades que albergaban el poder político? ¿No hubiese sido más aconsejable utilizar como punto de partida una ciudad de mayor tamaño e importancia en la época, por tanto más representativa del sistema virreinal en su conjunto, como México o Lima?
La respuesta a esta interrogante es más compleja y puede desglosarse al menos en cuatro argumentos. Primero, ya hemos visto que el concepto de periferia no era absoluto, sino relativo