El dulce reato de la música. Alejandro Vera Aguilera
musical en la época.
El Archivo Nacional Histórico es el que preserva una mayor cantidad de documentos relativos al Chile colonial. En este libro he utilizado predominantemente aquellos que integran los fondos Contaduría Mayor y Escribanos de Santiago. Del primero he aprovechado los registros de entrada de navíos para documentar los instrumentos musicales importados desde Lima y sus destinatarios. El segundo ha resultado un instrumento invaluable para determinar los instrumentos, las partituras y los tratados musicales que se hallaban presentes en las casas particulares y por tanto conocer mejor la vida musical en el ámbito privado, tema que en el contexto chileno había sido muy poco explorado (cf. el capítulo 3). Además, los testamentos de músicos han proporcionado información de interés sobre su vida y trayectoria profesional.
Pero los resultados no hubiesen sido los mismos si la búsqueda se hubiese limitado únicamente a los archivos del país. El Archivo General de Indias contiene, entre otros documentos de provecho para el musicólogo,130 la correspondencia y documentación administrativa que circulaba entre Chile y España durante la colonia. Esta ha servido especialmente para cubrir las épocas que en los archivos locales se hallaban menos representadas: el siglo XVI y la primera mitad del XVII. En el caso del Archivo General de la Nación del Perú, he utilizado los registros de salida de navíos del fondo Real Aduana, que se inician en 1773, para documentar el envío de instrumentos y libros de música desde Lima a Santiago. Esto ha constituido un complemento valioso a la revisión efectuada en el fondo Contaduría Mayor, como se verá en el capítulo 3.
Fuentes musicales
Las fuentes musicales utilizadas en este libro pertenecen a dos grandes categorías: 1) aquellas que se han conservado hasta la actualidad y 2) aquellas que no se conservan hoy en día, pero cuya presencia en la época colonial ha podido ser documentada.
En relación con las primeras, el único repositorio conocido hasta la fecha que preserva una cantidad significativa de partituras del período colonial en Santiago (y Chile) es el fondo de música catedralicio. Según el catálogo de Claro Valdés,131 incluiría unas cuatrocientas partituras escritas desde 1770 a los primeros años del siglo XIX, fundamentalmente durante la maestría de capilla de José de Campderrós. Como se demostrará más adelante, se conservan incluso algunos de sus originales y copias autógrafas, lo que resulta de indudable interés. Pero también se encuentran partituras copiadas por otros músicos de la catedral, así como manuscritos que fueron enviados desde el exterior.
Si uno se sale de los márgenes de la catedral para dirigirse al ámbito privado, se encuentra únicamente con dos fuentes musicales. Una de ellas es el citado «Libro sesto», que anteriormente perteneció a Guillermo Marchant y se conserva hoy en la Biblioteca Nacional de Chile.132 Esta fuente constituye un testimonio -hasta ahora único- del cultivo de la música para teclado en Santiago, aunque según Marchant incluye también obras para salterio y posiblemente violín.133 La otra es el manuscrito «Cifras selectas de guitarra» de Santiago de Murcia, destinado a la «guitarra barroca» o de cinco órdenes. Con toda probabilidad fue copiado en España y llegó a Chile posteriormente, sin que haya podido precisarse cuándo lo hizo, aunque existen indicios de que pudo ser a fines del siglo XVIII o comienzos del XIX.134 Sea como fuere, tanto el tipo de repertorio que incluye como el instrumento al que está dedicado eran bien conocidos en Santiago, como se verá.
También se conservan fuentes musicales relacionadas con el teatro. Estas incluyen dos colecciones de 1717 intituladas Theatrum affectum humanorum y Theatrum Doloris et Amoris, que fueron publicadas en Munich por el jesuita Franz Lang. En términos generales, se trata de dramas en latín con una estructura claramente operística, en la que predominan los recitativos y arias; sin embargo, se intercalan también diálogos hablados. Un volumen de los diez que contenían ambas colecciones fue encontrado hace algunos años por Víctor Rondón en el archivo de la Recoleta Dominicana de Santiago, sin duda porque llegaron allí luego de la expulsión de la orden en 1767.135 La diferencia con el «Libro sesto» y «Cifras selectas...», es que en este caso ha podido documentarse con precisión el contexto en el que fueron empleadas, puesto que se hallaban en el colegio de San Miguel de Santiago, como consta en su inventario de bienes.136 Otra fuente teatral es la comedia Destinos vencen finezas, con música del compositor español Juan de Navas y texto del peruano Lorenzo de las Llamosas. Fue estrenada en Madrid en 1698 y publicada al año siguiente en la Imprenta de Música de José de Torres. El ejemplar conservado en la Biblioteca Nacional de Chile fue dado a conocer hace algunos años por quien suscribe y es el tercero que se conoce en el mundo.137 Aunque no es posible asegurar que llegase a Santiago durante la colonia, en el capítulo 4 se verán algunos indicios de que pudo ser así.
Los «libros de coro» con canto llano, manuscritos y de gran formato, tan numerosos en catedrales importantes como las de Lima o México, se han conservado escasamente en Santiago. El fondo de música de la Recoleta Dominica es quizá donde se encuentran más representados y, aun así, los del período colonial se limitan a un libro fechado en 1781 que se hizo por encargo del padre fray Joseph Cruz; otro que no lleva fecha pero parece contemporáneo al anterior; y un antifonario dominicano que puede fecharse en torno a 1700.138 No se han encontrado fuentes como estas en la catedral de Santiago -al menos para el período colonial-, mientras que otras instituciones donde han sido exhibidos algunos ejemplares no cuentan con catálogos que proporcionen mayor información.139 En cuanto a los impresos, se conservan en la propia Recoleta Dominicana cuatro libros con canto llano,140 y es posible hallarlos también en la catedral y el Seminario Pontificio Mayor. La pregunta por cómo se condice esta relativa escasez de libros de coro con la importancia que el canto llano tenía en las instituciones religiosas del Santiago colonial será discutida en el capítulo 1.
Cerrando las fuentes musicales conservadas se encuentran algunos tratados. Uno de ellos es la Escuela música según la práctica moderna de fray Pablo Nassarre, que fue empleado por los franciscanos de Santiago en la segunda mitad del siglo XVIII y se encuentra actualmente en su biblioteca conventual -lo veremos en el capítulo 2-. Adicionalmente, en la Biblioteca Nacional de Chile se han conservado los famosos tratados musicales de Zarlino, Glareanus y Kircher.141 El primero, al menos, estaba en la biblioteca del colegio de San Miguel al momento de la expulsión de la Compañía en 1767.142 En cuanto al de Kircher, es probable que fuese usado por los jesuitas de Santiago, a la luz de la información que ha dado a conocer Víctor Rondón.143 Finalmente, en la Recoleta Dominicana se han conservado los manuales de canto llano de Jerónimo Romero de Ávila y Francisco Marcos y Navas, editados en Madrid a mediados del siglo XVIII.144
En relación con la segunda categoría -las fuentes musicales no conservadas pero que han sido documentadas para el Santiago colonial- estas consisten en tratados como los anteriores que he podido localizar en los fondos Escribanos de Santiago y Real Aduana. Los autores representados son Antonio Fernandes, Antonio Soler, Antonio Roel del Río y Pablo Minguet, pero me referiré a todos ellos en el capítulo 3.
En términos generales, las fuentes musicales de la época testimonian los conceptos teóricos y el repertorio que circulaban en la ciudad. Las partituras manuscritas conservadas han resultado provechosas por cuanto su texto, sus anotaciones marginales y su materialidad o soporte suelen contener referencias explícitas o implícitas al contexto de ejecución de las obras. Los impresos musicales han sido menos fructíferos en este sentido, por la extrema escasez de inscripciones de cualquier tipo. En el tratado de Nassarre, por ejemplo, a excepción del anverso de la tapa, solo se encuentra una anotación hecha a mano en todo el libro (se verá en su momento), mientras que en otros como el de Glareanus no es posible encontrar siquiera una, como si el texto acabara de salir de la imprenta. Podría pensarse que esto evidencia el nulo uso que se hizo de ellos en el Santiago colonial; pero pienso más bien que testimonia el extremo cuidado y respeto con el que eran tratadas estas fuentes, tanto por su relativa escasez como por la importancia que se les atribuía.
Algunas limitaciones de este trabajo
En otros campos de investigación ha comenzado a hacerse cada vez más frecuente señalar no solo las posibles contribuciones de la investigación,