El dulce reato de la música. Alejandro Vera Aguilera

El dulce reato de la música - Alejandro Vera Aguilera


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esta misma estrategia en la catedral de Santiago.

      El siguiente testimonio pertenece al propio Villagra y se halla en una información sobre otro clérigo de la catedral realizada en 1587. Según afirma allí, tres años antes había fallecido el mencionado Francisco de Cabrera y él, «como sochantre que es de la Iglesia Catedral de esta ciudad, se halló a hacerle las osequias [sic] [...]».23 Por lo tanto, ocupaba la sochantría por lo menos desde 1585.

      Un codicilo otorgado por Francisco Ruzero el 8 de mayo de 1590 informa que Villagra se hallaba fuera del reino.24 Aunque Ruzero no precise su paradero, lo más probable es que anduviese por la zona del Alto Perú (actual Bolivia), pues una cuenta otorgada en 1599 por sus albaceas incluye cincuenta pesos que se pagaron al vicario de La Paz por «sus derechos». Esta cuenta informa que Villagra otorgó testamento en el pueblo de Achacachi,25 el 12 de octubre de 1597. No es posible, pues, que fuese el clérigo mestizo fallecido en 1590 que Medellín menciona en su carta: o el obispo se refería a otra persona o el hecho de que Villagra estuviese fuera de Chile lo hizo pensar erróneamente que había fallecido.

      Un último aspecto de interés relacionado con este personaje es la existencia de un Gaspar de Villagra que hacia 1611 trabajaba en la catedral de Cuzco como «maestro de capilla y sochantre». Según su declaración, era sobrino de Francisco y Gabriel de Villagra,26 este último hermanastro de nuestro sochantre. La existencia de dos músicos destacados con un parentesco cercano no parece un hecho casual; más bien pareciera dar cuenta de la importancia que tenía la formación musical en algunas familias de la época.

      En síntesis, los testimonios recogidos sugieren que a fines del siglo XVI la catedral de Santiago no contaba con los recursos necesarios para sustentar cantores a permanencia, pero se valió de clérigos mestizos que pudieron acceder al sacerdocio gracias a una sólida formación musical y su dominio de la lengua indígena; esto último hacía posible que formasen a algunos indios de las parroquias circundantes como músicos, a fin de que se integrasen posteriormente a la catedral.

      La situación descrita no parece haber cambiado sustancialmente a comienzos del siglo xvii. Pero, para comprenderla mejor, resulta necesario explicar con mayor detalle en qué consistía el presupuesto catedralicio, aprovechando la documentación específica que se conserva al respecto. Los ingresos de la catedral de Santiago, como los de otras catedrales americanas de la época, estaban constituidos por el diezmo. Este era, según la RAE (1732), «la décima parte de los frutos y demás cosas que están obligados a pagar los parroquianos a sus iglesias baptismales». Esto explica que el diezmo variara enormemente de una catedral a otra, pues dependía del número de habitantes y la extensión de la diócesis. Además, las propiedades que pertenecían a las órdenes religiosas estaban exentas del pago, por lo que su enriquecimiento iba en directo perjuicio de la catedral.

      En la época, el distrito de Santiago tenía aproximadamente mil setecientos «españoles» y unos nueve mil indios y negros,27 cifras relativamente escasas que explican que el diezmo fuese limitado. Según un informe enviado por el cabildo al rey hacia 1610, ascendía normalmente a seis mil pesos anuales,28 pero ese año alcanzó solo cinco mil pesos.29 A fines del siglo XVII, se había incrementado a doce mil pesos,30 cifra muy por debajo de los 93 483,55 pesos que la catedral de México ingresó en 166531 para tener una idea de la enorme distancia que existía con las catedrales más importantes.

      Un presupuesto limitado como este hace que la situación descrita por el obispo Pérez de Espinoza en 1609 resulte verosímil, pese a lo exagerada que pudiera parecer a primera vista. Según él, la catedral necesitaba urgentemente de

      [...] unos órganos porque los que tiene son muy pequeños y están medio desbaratados e podridos de salitre, y en esta tierra no hay quien los sepa aderezar; y también tiene necesidad de libros de canto porque en el coro se canta por unos papeles que tiene el sochantre, y las más antífonas del año se dicen en tono y no en canto llano porque no hay libro apuntado sino de solamente de [sic] algunas festividades [...].32

      Una información con testigos realizada a los pocos días confirma lo dicho por el obispo y agrega un dato de interés: en muchas ocasiones los clérigos de la catedral debían pedir prestados libros de coro a los conventos.33 Si esto es cierto, no solo no había un órgano en condiciones, sino tampoco una colección de libros con el canto llano necesario para las diversas fiestas del año; y esto obligaba a «decir» muchas antífonas «en tono», expresión que me parece especialmente relevante y a cuyo significado volveré a referirme más adelante. Este estado de cosas se modificó al poco tiempo, ya que en marzo de 1611 la catedral firmó un contrato con el organero Baltasar Fernández de los Reyes para que construyese un órgano nuevo.34 En el capítulo 5 («Los frailes») se verán tanto las características de este instrumento como la importancia de su constructor.

      Volviendo al tema financiero, los cinco mil o seis mil pesos anuales que la catedral ingresaba por el diezmo se distribuían de la forma siguiente: una cuarta parte quedaba para el obispo (la «cuarta episcopal»), otra para el cabildo, y lo restante se dividía en nueve partes iguales. De estas últimas, dos eran enviadas al rey (los «dos novenos» reales), una parte y media a la «fábrica»35 de la catedral, otra «al hospital» y las cuatro partes restantes (el «residuo») se destinaban al pago de otros empleados. En caso de quedar algún sobrante, iba a parar a las arcas del cabildo catedralicio,36 lo que explica que sus miembros intentaran con frecuencia reducir la porción del «residuo» que efectivamente se gastaba para incrementar el saldo a su favor. En uno de los informes citados, por ejemplo, se quejaron al rey de que el obispo lo empleaba para pagar «cuatro capellanes, un sochantre y un mayordomo», plazas que recomendaban suprimir.37

      El «residuo» era, de hecho, la parte más flexible de las «rentas decimales». A inicios de 1608 el obispo y el cabildo acordaron enviar al clérigo Tomás Pérez de Santiago a Europa, a fin de tratar asuntos concernientes a la catedral con las más altas autoridades civiles y eclesiásticas; y para financiar su viaje «ordenaron que del residuo se pague solamente por este año al pertiguero y organista».38

      Un informe ya citado, de circa 1610, informa en detalle cuáles eran los cargos que el residuo permitía financiar. Según los miembros del cabildo, ese año ascendió a poco más de 1 111 pesos de oro, de los cuales el obispo sacaba 390 para pagar a los siguientes empleados: el sochantre doscientos pesos de oro al año; el sacristán cuarenta; el «beneficiado cura» sesenta; el pertiguero treinta; el organista cuarenta; y el secretario del cabildo veinte.39

      El informe confirma la importancia que el sochantre y el organista tenían en la catedral, y sugiere que los cantores eran financiados por otros medios, ya que no son mencionados -quizá fuesen indígenas como a fines del siglo XVI.

      En cuanto a los «dos novenos», se trataba de un impuesto que las catedrales americanas debían enviar a la corona cada año. Esto se debía a que eran instituciones de «patronato regio», lo que implicaba que el rey tenía a derecho a designar a sus funcionarios más importantes y percibir una parte de sus rentas.40 Sin embargo, parece haber sido frecuente que el obispo o el cabildo solicitaran «graciosamente» al monarca retener los novenos reales para cubrir las necesidades de su institución. A comienzos del siglo XVII, por ejemplo, la catedral de México empleaba esta cantidad para financiar «la música de voces y ministriles», además de «otras cosas pertenecientes al ornato y grandeza de una iglesia y ciudad tan ilustre».41 Más adelante se verá que, al menos en una ocasión, la catedral de Santiago se valió de este recurso para solventar un gasto de índole musical.

      Como se ha visto a propósito de Gabriel de Villagra, otra vía para financiar o incrementar el sueldo de algunos funcionarios era el pluriempleo (i. e. el nombramiento en dos o más cargos). Sin embargo, esta práctica podía dar lugar a desacuerdos sobre el monto a percibir. En 1615 el presbítero Andrés de Ulibarri, «sacristán mayor y organista», demandó al cabildo catedralicio junto al secretario Marcos Pérez y el fiscal Francisco Cazo por el no pago de su salario.42 Según su versión, le correspondía medio noveno como sacristán


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