1968: Historia de un acontecimiento. Álvaro Acevedo
ideología de los estudiantes y su derivación a un movimiento estudiantil-popular. La primera parte también aborda las llamadas causas mediatas del malestar, a través del estudio de la relación entre universidad y Estado y la situación del país en la década del sesenta. Temas como el carácter excluyente del sistema político y social, que no da cabida a las nuevas generaciones de profesionales, o la crisis del nacionalismo como ideología dominante son tratados en este apartado. En la segunda parte explica los acontecimientos de julio a octubre de 1968, sometiendo a crítica el enfoque clasista que ubica al estudiantado en la vanguardia de una revolución proletaria en ciernes. En el tercer apartado, el autor ofrece una visión comparativa de los movimientos de la época, para cerrar con una prospectiva de la democracia mexicana ad portas de la década de los ochenta, con base en una reflexión sobre los efectos del 68 y una relativa apertura democrática.
Como resultado de sus trabajos en la maestría y el doctorado adelantados en la Escuela de Altos Estudios de París y bajo la dirección del reconocido sociólogo Alain Touraine, el profesor Gerardo Estrada publicó en el año 2004 un volumen que se ocupa, en tres niveles, de analizar el movimiento estudiantil de 1968 y la relación entre el Estado y la universidad durante el siglo XX mexicano. Estrada sostiene que luego de la Revolución de 1910 la sociedad mexicana adjudica un lugar muy importante a la educación para el ascenso y la movilidad social y política. Este dinamismo social conduce a que en la década del sesenta se llegue a un estancamiento, y con este a una crisis que estalle con la rebeldía estudiantil que pone contra las cuerdas los más caros principios de estabilidad de la nación mexicana. En este marco, desde finales del mismo siglo XIX la universidad tiene un papel muy importante como institución reclutadora de la élite política del país. Esto conduce a una tensión, si se tiene en cuenta que para el momento de los sucesos de Tlatelolco se impugna el poder político en el interior de la universidad, a la vez que este poder político es el que entrega los dineros públicos a la universidad. De esta manera, la Unam es el eje de una conflictiva, inacabada y dinámica relación entre el poder político y la sociedad mexicana.
Para desarrollar esta idea, el autor organiza su texto en tres niveles complementarios. En el primero recorre las maneras como los políticos mexicanos conciben la educación, con el fin de explicar el lugar central atribuido a este ámbito de la vida social. Este capítulo sitúa en relieve la condición histórica del 68, en la que el sistema mexicano no permite la entrada de una nueva generación de profesionales que pretende tener derecho a un lugar de poder en el México de aquel entonces. El segundo nivel de análisis es muy sugerente para la historiografía de la educación superior colombiana, puesto que procura acercarse a la dinámica cotidiana de la vida universitaria. En este capítulo se tratan temas tan importantes como la descripción y el análisis de los conflictos universitarios vistos de manera amplia y profunda, la caracterización de los diferentes actores y los usos que estos realizan del espacio universitario, además de la narración de las diferentes maneras como interactúan durante el siglo XX.
El libro cierra con la descripción y la reflexión sobre cuatro grandes momentos que experimenta el movimiento estudiantil de la Unam. Con una prosa amena, Estrada consigna los hechos en que se ven envueltos los estudiantes entre 1958 y 1968, para mostrar que los métodos de lucha, las demandas y los logros del 68 se pueden comprender mejor en una perspectiva histórica, y analiza la protesta universitaria con base en los postulados de Alain Touraine sobre los movimientos estudiantiles. En líneas generales, se considera que estos no se entienden, si se les excluye de los conflictos sociales, de tal forma que la comprensión de la universidad debe realizarse desde la interacción misma de los actores que se encuentran allí hasta los contextos en que esta se configura.
En otras palabras, hay que pensar la universidad y con ella a los movimientos estudiantiles como parte de un conjunto más amplio, lo que la convierte en escenario de intereses y conflictos sociales, entendiendo que esta orienta ritmos, códigos y reglas particulares. Esto es lo que Touraine denomina historicidad. Mientras que las casas de altos estudios crean modelos culturales, estos son espacios de luchas políticas y edifican el campo de las relaciones sociales globales. Tal enfoque es reelaborado por Gerardo Estrada en el análisis del movimiento estudiantil de la Unam entre 1958 y 1968.
Más allá del fuerte centralismo universitario que acontece en el siglo XX en México112, la reflexión académica de la protesta en universidades regionales también se hace presente113. A guisa de ejemplo hay dos trabajos sobre las Universidades de Puebla y Michoacana de San Nicolás Hidalgo, los cuales muestran elementos interesantes de la historiografía mexicana sobre el movimiento estudiantil. Aunque no se trata a profundidad la protesta universitaria, el artículo de Jesús Márquez y Paz Diéguez estudia un caso particular de control y luchas por el poder en el interior de la Universidad Autónoma de Puebla entre 1970 y 1972114. Además de tratar una universidad regional, el artículo estudia el asunto de una casa de estudios que es controlada durante la primera mitad de la década del setenta por sectores de izquierda, que le imprimen su sello a las políticas institucionales en un momento en los que esta posición ideológica está proscrita.
Este trabajo se ubica en un campo de investigación recién explorado como es el de las relaciones entre los partidos políticos y las universidades. En este caso concreto, los miembros del Partido Comunista Mexicano logran dirigir la alma máter e intentan orientarla hacia los sectores populares, de allí la importancia que adquiere la política de masificación de la educación superior y la puesta al servicio de las necesidades de los más pobres. Esta experiencia de gobierno universitario, calificada de democrática, crítica y popular, no está exenta de confrontaciones con los sectores poderosos de Puebla, que también son incluidos en este artículo. No obstante las potencialidades del caso de estudio, los autores descuidan el análisis particular de la situación estudiantil durante este periodo, al priorizar los enfrentamientos con los grupos de poder en el ámbito de las directivas universitarias.
Entre los ejemplos de la historiografía mexicana acerca del movimiento estudiantil de los años sesenta y setenta, hay un artículo del profesor Antonio Gómez Nashiki en el que se realizan importantes contribuciones a la reflexión sobre el despliegue histórico del movimiento estudiantil en Michoacán115. Con una perspectiva crítica y sugerente, el profesor Gómez ofrece una visión del movimiento estudiantil entre mediados de las décadas del cincuenta y sesenta, a partir de la consideración de ciertos ciclos de protesta [1956, 1960, 1963 y 1966] como creadores de sociedad civil y de expresiones vitales de la acción colectiva, promotores de identidades. El enfoque analítico no solo corresponde a la explosión del movimiento, sino que se acerca al origen de los movimientos escudriñando las pasiones, los intereses y las contradicciones de los universitarios.
Alejado de la escritura de la historia como narración de acontecimientos, el autor realiza una reflexión interesante sobre el proceder de los movimientos estudiantiles desde un enfoque generacional. Para ello acude a los estudios de Ortega y Gasset y a las clásicas tesis de Karl Mannheim, con el fin de acercarse a la creación de una conciencia y solidaridad generacional como parte de un contexto histórico delimitado y en movimiento. En tal sentido, los factores emocionales desempeñarán un papel importante en la conformación de cada movimiento, lo que se ve fortalecido con las prácticas de violencia institucional de las que son objeto. De este modo, la violencia represiva que se desata contra los estudiantes se convierte en un aglutinante fundamental en la constitución de las generaciones y los correlativos diálogos con sus rupturas y continuidades.
Por su parte, Antonio Gómez estudia la juventud desde una perspectiva generacional y de la cultura. También analiza el discurso estudiantil a partir de su enfoque reivindicatorio y de llamado al pueblo como razón sustancial de la lucha; además, reconoce que el mundo institucional se convierte en un marco fundamental para comprender la movilización social más allá de las expresiones visibles de huelgas y protestas. Descubrir la historicidad de la institución universitaria y diferenciar sus finalidades específicas y secundarias en la construcción social y dinámica de la misma, como espacio de confrontación cotidiana, son otras de las contribuciones de este trabajo al estudio de los movimientos estudiantiles. Pese a tantos aciertos de enfoque, el trabajo investigativo de Gómez requiere una constatación empírica más profusa que dé cuenta de las sugerentes tesis propuestas.
Un reciente trabajo de Alberto