Escultura Barroca española. Nuevas lecturas desde los Siglos de Oro a la sociedad del conocimiento. Antonio Rafael Fernández Paradas
Andalucía…, p. 214.
[33] VILLAR MOVELLÁN, Alberto. Guía artística de la provincia de Córdoba. Córdoba: Universidad de Córdoba, 1995, p. 597.
[34] Ídem. pp. 645-646.
[35] BONET, Andalucía…, p. 108.
[36] GALLEGO, Granada…, pp. 223-228.
[37] PAREJA LÓPEZ, El arte del barroco…, pp. 225-233.
[38] RODRÍGUEZ GUTIÉRREZ DE CEBALLOS, Alfonso. “Lectura iconográfica del Sagrario de la Cartuja de Granada”. Homenaje al Pof. Orozco Díaz, tomo III, Granada, 1977, pp. 95-112.
[39] MARTÏN GONZÁLEZ, J.J. Escultura barroca en España 1600-1770, Madrid, Cátedra, 1983, p. 411.
[40] BONET, Andalucía…, pp. 106-108.
11 La escultura religiosa española en el Siglo xix
Teresa Sauret Guerrero
A Domingo Sánchez-Mesa Martín
In memoriam
1.LA ESCULTURA RELIGIOSA DEL SIGLO XIX. PROBLEMÁTICA
Sobre el arte del Siglo XIX español en general recaen diversos tópicos. Uno es que es “un siglo perdido” en la historia del arte nacional; otro, que la mayoría de lo que se produjo era malo y estaba mejor desaparecido y olvidado que estudiado y considerado; que nuestra debilidad radicó en el alejamiento de los planteamientos europeos; que está, aún hoy, escasamente estudiado, etc. Entre esas afirmaciones se encuentra también que la temática religiosa desapareció, y, por último, que la escultura fue la hermana menor de todas las artes.
Esta claro que no es el momento para ir desmintiendo todas y cada una de las conclusiones vertidas —ya lo hemos hecho en otros foros y publicaciones—[1], pero sí parece oportuno detenernos, una vez más[2], en la escultura de ese siglo, específicamente en la que se dedica a la interpretación del tema religioso.
Afortunadamente, el siglo XIX esta siendo sistemáticamente analizado y valorado pero es verdad que aún hoy existen temas malditos, y el de la iconografía religiosa puede ser uno de ellos. Durante el XIX, a los autores, críticos, artistas, teóricos, etc. les preocupa la correcta interpretación del tema, que es donde encuentran una mayor falta de eficacia. Las justificaciones son muchas y variadas, luego volveremos sobre ello, pero a poco que nos acerquemos al tema se comprueba que fue una iconografía ampliamente practicada, entre otras causas porque su demanda se mantuvo.
Es cierto que la Ilustración y sus aires reformistas desplazaron a la Iglesia en el horizonte del poder y su papel de mecenazgo prácticamente desapareció, que las cofradías fueron atacadas y, en muchos casos, eliminadas con la consiguiente pérdida de la capacidad de encargos[3], pero en España la razón no desplazó a la fe[4]. Existen numerosos estudios en donde se analiza el fervor católico de reyes como Carlos III[5], el posicionamiento en el catolicismo de los intelectuales ilustrados[6], la voluntad de esas minorías por volver a una Iglesia renovada, insistiendo en una filosofía espiritualista más moralizada[7] y un saber convivir en los nuevos tiempos en unas líneas del pensamiento nacional en las que Cristo se comprendía mejor en su naturaleza humana (recordemos el movimiento janseista del siglo XVII), tendencia arraigada especialmente en un pueblo fervoroso y apegado a sus tradiciones[8]. Como diría Domínguez Ortiz, “[...] la masa seguía siendo más accesible a la predicación de fray Diego de Cádiz que a las novedades ideológicas”[9].
Esto en cuanto corresponde a finales del XVIII y principios del XIX. Después, con el Romanticismo se incrementó lo sentimental, emocional y espiritual y durante el resto del siglo el catolicismo triunfo sobre el positivismo. Todo ello explica que la temática religiosa continuara siendo ampliamente consumida, aunque el matiz se encuentra en la procedencia del encargo, ahora dominado por la sociedad civil y, a distancia, por las instituciones. Estas, las civiles, se volcaron —aunque, al decir de los autores, escasamente— en una escultura de propaganda: monumentos públicos, programas iconográficos de exaltación nacionalista, y retratos de próceres, y las religiosas, con tan mermada capacidad de encargos, a redecorar —o decorar— los interiores de las iglesias. La sociedad civil con capacidad de mecenazgo se dirigió especialmente hacia el monumento funerario y el retrato. En medio de este mapa se encuentra la escultura religiosa de carácter devocional, porque hay que distinguir el tema religioso en general, aplicado a relieves y esculturas de figuras del santoral o de Cristo y la Virgen, contextualizadas y/en arquitecturas o espacios urbanos y la imagen concebida para el rezo directo e íntimo con el fiel, la imagen de devoción. Es en la problemática que se plantea en ellas en la que nos vamos a detener.
De entrada, recordamos que en la historiografía especializada, o general, sobre el siglo, se mantienen las ideas de: falta de calidad, escasez de producción y pobreza de nuestra escultura. Las razones hay que encontrarlas en el abandono historiográfico que ha sufrido el asunto hasta casi finales del siglo XX. A partir de entonces, se están subsanando mediante monografías sobre autores, temáticas y estudios regionales, que están haciendo cambiar los criterios o, por lo menos, están dando a conocer lo que se hizo, cómo se hizo y por qué se hizo de la forma que se hizo[10].
Un breve repaso nos informa de que el producto de ese último tercio del siglo XVIII y principios del XIX bailó con todos los asistentes al acto. Es más, los mismos autores que se proclamaban neoclásicos o clasicistas académicos, si venía al caso, volvían la mirada al pasado y no tenían reparos en revisitarlos, unas veces con honesta postura historicista y reivindicativa de las esencias nacionales, y otras por puro oportunismo. Otros fueron más coherentes y trataron de adaptar los nuevos lenguajes a la temática. También es verdad que la frialdad neoclásica o clasicista no favorecía el rezo ni conmocionaba los espíritus, y los resultados fueron de frialdad y buenas hechuras pero alejadas de provocar fervor. Un ejemplo de todos ellos puede ser Damián Campeny. Curiosamente defenestrado en su producción religiosa, especialmente por especialistas incuestionables como María Elena Gómez Moreno[11], ha sido también reivindicado, y mejor comprendido, por otros, como Carlos Cid Priego, que valora en él el esfuerzo por trabajar en el nuevo lenguaje las tradicionales iconografías[12]. El Entierro de Cristo de la catedral de Pi (Fig. 1) es el mejor ejemplo de esa postura comprometida con la nueva estética y con el producto religioso. Pero no olvidemos que Clasicismo y Neoclasicismo, por intelectuales y fundamentados en la razón, marcan distancia y eso es todo lo contrario que pretende la imagen religiosa. Como diría san Juan de la Cruz, al calor de Trento: “El uso de las imágenes para dos principales fines ordenó la Iglesia, a saber: Para reverenciar a los Santos Y para mover la voluntad y despertar la devoción por ellos y ellas. Y cuando sirven de esto, son provechosas y el uso de ellas necesario; y por eso las que más al propio y al vivo están sacadas y más mueven a la voluntad a devoción se han de escoger”.
Fig. 1. Escultores como Damián Campeny realizaron un notable esfuerzo por aportar a la escultura religiosa del siglo XIX nuevos lenguajes expresivos.
Trento pedía reducir las normas mentales de la espontaneidad personal y del realismo de los maestros típicamente renacentistas, exigía que no se eliminara la serenidad e intención del clasicismo renacentista y se le sumara sentimientos, pero verdaderos, diseñados