Escultura Barroca española. Nuevas lecturas desde los Siglos de Oro a la sociedad del conocimiento. Antonio Rafael Fernández Paradas

Escultura Barroca española. Nuevas lecturas desde los Siglos de Oro a la sociedad del conocimiento - Antonio Rafael Fernández Paradas


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que era la que podía capacitar para realizar un relato esencial del tema.

      Fig. 7. Pedro de Mena. Dolorosa. La figura de Pedro de Mena siguió influyendo a lo largo del siglo XIX, donde sus modelos fueron una constante a tener en cuenta.

      Fig. 8. Antonio Gutiérrez de León (atribuida). Virgen de la Amargura. Siglo XIX, conocida popularmente como la Virgen de Zamarrilla, supone la extrapolación de los modelos de Pedro de Mena, en clave decimonónica.

      No vive la fe de igual manera Antonio Gutiérrez de León. No es el momento. Vive en el mundo de la ciencia, la razón y el conocimiento, la opción de la fe es personal y casi individual, porque lo progre es ser descreído, por científico y moderno. Cuando talla sus Dolorosas no penetra en la esencialidad del sentimiento en el plano de lo divino, sino que la inercia naturalista, aún postromántica, lo deja en el límite del desgarro, por creerlo más veraz, pero la imagen de la Virgen se nos caricaturiza en rictus estereotipado que no inspira fervor.

      En función de esto, se comprende el razonamiento de Caveda cuando nos dice:

      Casi a final de siglo, en 1890, Luis Alfonso, en una serie de artículos publicados en La Ilustración Española y American, vuelve sobre la falta de ideal para conseguir producir arte. Abomina del naturalismo, y se pronuncia:

      “El artista de hoy se cree naturalista por excelencia, o sea adorador de la Naturaleza cual ninguno. Y esto ¿por qué? Porque no siente la fe cristiana ni el culto pagano: porque no cree en Dios ni en los dioses. Su arte, múltiple y complejo, pero falto de ideal, sea el que fuere, lo ha tanteado todo en breve plazo; […] ”El error del día consiste en no dar fe sino a lo real […] olvidando que el sentido popular, más sabio siempre que los sabios, opina lo contrario y sostiene que la fe es, cabalmente, ‘creer lo que no se ve’.

      Cuando veamos el sentir de los autores comprobaremos que se mantienen en esta misma línea. Y es que debemos distinguir, especialmente en escultura, lo que se necesitaba, o entendía, para contar un episodio religioso. La Historia Sagrada requería un sistema diferente del empleado en una imagen concebida para cubrir necesidades devocionales.

      Ya hemos dicho que, pese a la idea general de que en España se rechaza la temática religiosa, esta se practica profusamente, en la medida en que hay menos demanda de esculturas que de pinturas —y de esto hablaremos, también, más adelante—, pero se critica especialmente por su falta de eficacia. Y es que a la escultura, se exigía naturalismo y la academia, Roma, el Clasicismo y el Neoclasicismo, habían cincelado en los artistas, escultores específicamente, una situación de dependencia con la norma y el academicismo que habían aprendido en España, en la Academia de San Fernando, y en Roma, a donde sistemáticamente iban. Si se salían de estos preceptos, ni aprobaban oposiciones, ni obtenían becas, ni medallas en las exposiciones y todos aspiraban al funcionariado, ya que el mercado privado era inconsistente, caprichoso e inseguro.

      Luego ese naturalismo, demasiado extremista de herencia barroca, era rechazado, elemento que al faltarle al contenido espiritualista de la obra la hacia caer en el decontenidismo y la ineficacia.

      No es comparable la problemática de la pintura religiosa con la de la escultura, ya que se mueven en horizontes diferentes. En pintura se hacía tanto Historia Sagrada como Política o incluso el Género, fundamentadas en el rigor narrativo y en la ambientación (Fig. 9), en el grado de lo verisímil por erudito, pero la escultura demandaba otras causas, como hemos visto en los comentarios seleccionados sobre este aspecto más arriba.

      Fig. 9. Enrique Simonet Lombardo. La decapitación de San Pablo. 1887. Catedral de Málaga.

      Tenemos que leer a los autores para entender qué pensaban al respecto. Una buena atalaya son los discursos de ingreso como académicos, concretamente a la Academia de San Fernando de Madrid. Hemos seleccionado los de José Pagniucci Zumel, Elías Martín Riesco, Jerónimo Suñol, Sabino de Medina, Juan Samsó y Mariano Benlliure, que ingresaron como académicos por la sección de escultura desde mediados del siglo XIX hasta muy principios del siglo XX.

      Fig. 10. José Pagniucci Zumel dedicaba su discurso de entrada a la Academia de San Fernando al “Concepto de la escultura antigua y moderna”.

      “El artista, pues, no debe en mi concepto concretarse a la imitación minuciosa de los modelos que le ofrece el mundo exterior, ni tampoco a la de aquellos que, legados por la antigüedad a la generaciones posteriores, y habiendo, por decirlo así, recibido la consagración de una admiración constante de parte de éstas, han venido a formar autoridad, que muchos siguen ciegamente; negando no solo que pueda darse obra mas perfecta, lo cual no seria maravilla, sino que pueda tener merito alguno obra que se aparte de los caracteres peculiares de aquellas clásicas y aplaudidas producciones[…].

      ”En el arte, la belleza suprema es resultado a un tiempo de la idealización y de la imitación propiamente esthética (sic); de tal manera, que prescindir de una de las dos condiciones fundamentales, es exponerse, o a producir una forma sin vida, o a faltar voluntariamente a las reglas y proporciones inmutables de la naturaleza. Estas consideraciones son aplicables también a todas las artes; pero concretándome ahora a la escultura, ¿quién duda de que, si bien la severidad, la elegancia y la armonía de las líneas son de inmensa importancia para este arte sublime, pide también con absoluto imperio, que se concilien y aparezcan en cierto modo subordinados a la expresión de la vida?

      Para el autor “la idea”, en el arte cristiano, en la escultura cristiana, radicaba en la representación de las pasiones humanas, la idea de padecer.


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