KOS, grabado en las piedras. Francisco Arnau

KOS, grabado en las piedras - Francisco Arnau


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de Diego. Aunque ya se conocían, y el respeto y simpatía entre ambos era evidente, su relación con Luis Ferrer (primer Síndico del tribunal de las Aguas de Valencia) era aún ligera e incipiente. Luis Ferrer había sido guarda de acequia durante años, y su carácter templado y conciliador le habían llevado a granjearse el respeto de la comunidad regante de la época. Su sentido común y su elegante forma de comunicarse, le habían permitido adquirir cada vez más protagonismo en la sociedad civil del momento, llegando a convertirse en una figura de prestigio y respetada por todos los nobles de la zona. En muchas ocasiones, las disputas entre vecinos necesitaban resolverse con la palabra justa antes que, con el filo de la espada, y a la hora de lidiar entre ellas don Luis Ferrer era capaz de actuar con criterio y serenidad, transmitiendo con sano juicio unas sentencias que solían ser ejemplares.

      Diego y Luis habían coincidido, como miembros de la incipiente burguesía valenciana, en varias recepciones que se habían organizado con motivo de la asistencia del rey Jaime II. De todos era ya conocida la excelente red de contactos de don Diego de Losada. Ello le permitía urdir complejas tramas que igual servían para hacer llegar una carta al rey de Francia, que para conseguir una prostituta para el noble de turno que le pagaba gustosamente la adecuada comisión. No en vano era conocido como El Conseguidor. La única laguna en las credenciales de presentación de Don Diego de Losada era precisamente su hermano Guzmán, que recientemente había sido capturado y encarcelado por las tropas reales. Quizá algo relacionado con este último fuera la causa que le había llevado a recibir esa extraña visita.

      Capítulo 3

      13

      Valencia, España, 21 de febrero de 2022

      Venus acostumbraba, cuando le sobraba algo de tiempo, a pasar largas tardes en el gimnasio descargando importantes dosis de adrenalina. No tenía claro cómo actuar. Estaba inquieta y se sentía amenazada. Era evidente que había sido observada, utilizada y finalmente robada por alguien que no conocía, al menos conscientemente, y un importante vértigo le invadía. Pero ese carácter valiente que lo mismo la llevaba a escalar montañas que a enfundarse unos guantes de boxeo, le ayudaba a superar cualquier intento de intimidación. Era el momento de sacar ese lado Lisbeth Salander que la caracterizaba.

      Por una parte, conocía bien el tedioso y farragoso proceso policial de denuncias, pues en su vertiente periodista le había tocado seguir de cerca ese mundo de burocracia e interminables interrogatorios. Pero no podía quedarse sin hacer nada. Necesitaba averiguar algo acerca de su extraño episodio, pero no quería pasar por todo el trámite al uso, así que recurrió a ese compañero de gimnasio, y eventual en su cama, que recientemente le había hablado de una palabra que nunca había oído antes, los otogramas.

      Un otograma era una especie de huella dactilar de la oreja. En ambientes de policía científica ya era una realidad hacía años, aunque no se había popularizado demasiado. Su eficacia estaba sobradamente probada, pero ciertas luchas intestinas parecían no quererlo sacar del entorno experimental. Alsham Meissa se llamaba aquel compañero, y resultó ser de mucha más ayuda de la que inicialmente ella esperaba. Era inspector de la brigada de delitos tecnológicos y policía científica, una casualidad que Venus no conocía con detalle. Venus no podía ni imaginar lo que las capacidades de Alsham como hacker podrían ayudarla en un futuro, pero lo cierto es que pese a su aire un tanto friki y descuidado, se interesó de forma personal por el tema, soslayando ciertos permisos que habitualmente eran necesarios en estos asuntos, y enfocando la investigación de ese extraño robo mediante técnicas que Venus no sabía ni que existían. Alsham era conocido como Lemosky en la Dark Web6

      De sus recientes días de trabajo ya solo le quedaba esa pequeña nota en la que había apuntado aquel código KO-12Rtj5-123S y unos filtros de procesado de imagen, que al parecer habían funcionado correctamente.

      Los otogramas se estaban empezando a utilizar frecuentemente en el estudio de robos en viviendas particulares debido a lo común que era el hecho de que los cacos apoyaran la oreja en las puertas de las casas para comprobar si alguien se hallaba en su interior. Unos, los peores, precisamente para extorsionar a sus inquilinos, y otros, para actuar con mayor impunidad, sabiendo que nadie se encontraba en la vivienda. La verdadera utilidad del otograma, dado el escaso número de registros en la actualidad, era la posibilidad de ser empleado con cierto grado de éxito por comparación con fotografías e imágenes existentes. La simple comparación morfológica era el gran valor de esta técnica, algo que no se podía hacer con cualquier otro sistema de huella, como la dactilar, o el iris ocular, que por necesidad exigían un previo registro del sujeto a comparar. Alsham era un profundo estudioso del tema, e intuía que algo podría averiguar con el otograma extraído de la puerta de Venus. Ella, por su parte, mientras veía cómo aquellos dos compañeros de la brigada de la policía científica de su compañero, así como el propio Alsham, escudriñaban entre los posibles indicios que pudieran arrojar algo de información, se puso a hojear ese libro que había sacado de la biblioteca para conocer con detalle los fundamentos de la técnica en la que se basaban esos filtros de tratamiento de imagen, que al parecer habían extraído información adecuada de aquellas fotos difusas. Aquel libro hablaba de la Anamorfosis...

      Alsham despertaba en Venus esa pequeña llama que le hacía subir algún grado la temperatura corporal de su organismo. Se conocían desde hacía tiempo, y ya habían contado algún que otro capítulo húmedo y nocturno, sin llegar a mucho más. Ambos se tenían cariño, pero tampoco se podía llamar amor a esa extraña relación que mantenían. Se habían dado alegrías mutuas, pero ninguno suponía para el otro esa razón de existir que dan en reclamar para sí los fieles amantes tradicionales.

      14

      Valencia, octubre de 2022

      Sagitta sabía que había que seguir los movimientos de Rigel con detalle. ¿De verdad era cierto eso que solo se podía invadir la memoria de los mayores, o era consecuencia de la absurda obsesión de un joven acomplejado emperrado en saber algo de su padre? Para Bootes Sagitta era muy sencilla esa investigación. El espionaje tecnológico era, sin duda, su especialidad tras muchos años infiltrándose en redes remotas de empresas de la competencia, pinchando conversaciones telefónicas y extrayendo, en definitiva, información catalogada como sensible de fuentes de información que se pensaban seguras. Intuía que Rigel ocultaba algo. Ya desde las primeras discusiones, en las que se le había negado el apoyo en determinadas líneas de investigación, parecía ir por su cuenta.

       Hacía falta un equipo mucho más multidisciplinar que el que Etamin Mintaka había montado para el proyecto KOS. Inicialmente había servido para apoyar sus investigaciones, pero ahora hacían falta muchas más teclas para convertirlo en una realidad aplicable, funcional y creíble. Ahora que parecía estar tan cerca, solo importaba una pronta recuperación de la inversión, y sacar producto cuanto antes para los directivos del laboratorio que lo financiaba. Rigel sabía que para eso hacían falta muchos detalles que parecían obviar los gerifaltes de oficina venidos a más que no conocían, ni por asomo, la complejidad de asimilar la interacción entre una neurona y una célula efectora, responsable de los impulsos nerviosos. El único nervio que les importaba era el de ver unos bolsillos cada vez más llenos. No era difícil de entender que fueran necesarios auténticos expertos del procesamiento de la imagen cuando se quería analizar las señales procedentes de un cerebro del que se conocía ya bastante, pero que aún era y será por mucho tiempo un gran desconocido.

       Los expertos que Rigel demandaba no eran precisamente esos diseñadores con aire bohemio que le habían llevado. Lo que realmente hacía falta eran los creadores e investigadores de esas herramientas, no a los grafistas que las empleaban, para deformar logotipos, o inventar efectos de lo más lustrosos. Pero la inversión ya resultaba excesiva para Etamin Mintaka y sus secuaces que ya estaban hartos de los caprichos de ese genio excéntrico.

      Pero Rigel tenía sus propios medios para encontrar lo que quería. Siempre lo había hecho un poco así... a su modo. Y si esos obtusos jefazos de oficina no le daban los recursos que buscaba había medios alternativos para encontrarlos. El tema era atractivo y diferentes investigadores de empresas como QCMTX, AWSDX y otras, ya


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