305 Elizabeth Street. Iván Canet Moreno
poco mejor y ya las piernas parecían volver a funcionar. Entramos como pudimos en aquel vehículo y nada más cerrar la puerta, Sasha le indicó la dirección al taxista.
—Elizabeth con Bleecker, por favor. —Y el taxista se puso en marcha.
18
Sasha era la estrella del espectáculo, la única razón por la cual la gente acudía cada noche a The Works, el local nocturno más famoso de Christopher Street. Iban por ella, para poder disfrutar de su fantástica y prodigiosa voz mientras cantaba el Downtown, de Petula Clark, el These boots are made for walking, de Nancy Sinatra, o el Baby Love, de The Supremes. El escenario acabó convirtiéndose con el paso de los años en su hábitat natural y cuando se subía a él, el público enmudecía al instante esperando el momento en el que se decidiera a sostener de nuevo el micrófono entre sus manos. Y era en ese preciso instante cuando se desataba una locura colectiva de gritos eufóricos y rabiosos aplausos, cuando los allí reunidos coreaban al unísono su nombre y le pedían otra y otra canción más. Sin embargo, mientras nos dirigíamos camino de Elizabeth Street en aquel taxi, Sasha no me pareció en absoluto una estrella, sino más bien una auténtica chiflada.
Observé su vestido con atención y cuando se percató de que la estaba mirando, esbozó una sonrisa y me obligó a tocarlo. «De elegante satén negro, cariño. ¡Tócalo! Su tacto es magnífico, tan suave... No obstante, me pareció un poco sobrio cuando Macy me lo trajo a casa, así que decidí añadirle algunos detalles de alta costura», se rio. Esos detalles de alta costura a los que se refería resultaron ser cuatro grandes y alargadas plumas de terciopelo rojo cosidas a la cintura, a juego con la chaqueta que ahora descansaba sobre mis hombros. Y entonces me enseñó sus zapatos: verdes, enormes, con un tacón considerable. Por lo que pude apreciar, supuse que debía de calzar un par de números más que yo. «Para triunfar en el mundo del espectáculo —empezó a decir— hay que destacar, sobresalir, hay que gritarle al cielo: “¡Aquí estoy yo y he venido para quedarme!”. Hay que ser la estrella que más brilla en el firmamento (un firmamento sucio y lleno de envidiosas constelaciones, cariño). Y sobre todo, hay que mantenerse muy alerta, siempre con los ojos abiertos, y cuidar de que no se apague nunca tu luz».
Aquella noche, antes de encontrarme, Sasha había interpretado en The Works la versión de Gloria Gaynor de Reach Out, I’ll be there, de los Four Tops, y había querido salir literalmente volando a abrazar a todos los desconsolados y solitarios que habían acudido allí para verla cantar; así que cuando llegó a la segunda estrofa y mencionó aquello de flotar a la deriva, Sasha no se lo pensó dos veces y se lanzó sobre el público. Nadie la cogió. Me imaginé la escena: Sasha aterrizando contra el suelo a cámara lenta. La música seguía sonando. Cuando se levantó, volvió al escenario y acabó la canción. Luego se marchó a su camerino, un cuchitril como cualquier otro —en palabras suyas—, y se miró en el espejo. Ella era una estrella. Y aquellos cabrones desagradecidos —de nuevo, sus palabras—, no la merecían. Ella era una estrella. Y de las grandes.
19
—Me llamo Robert. Robert Easly —conseguí decir por fin.
Al escucharme hablar, Sasha se abalanzó sobre mí en un arrebato de alegría y me estrechó fuertemente entre sus brazos; un gesto que pilló desprevenido al conductor, que se sobresaltó y dio un ligero volantazo. Sasha regreso a su sitio de inmediato y tosió descaradamente a modo de queja. Seguidamente, volvió a sonreír.
—¡Yo soy Sasha! ¡Sólo Sasha! —me dijo ella.
—¿Sólo Sasha?
—Así es. Sólo Sasha. ¿Y sabes por qué me llamo así? —Negué con la cabeza. ¿Cómo pretendía que lo supiera si la acababa de conocer?—. ¡Por la gran Zsa Zsa Gabor! Aunque decidí eliminar las zetas de mi nombre, que son unas letras frías, rígidas y angulosas que en nada benefician la carrera de una gran artista como yo. Las eses, sin embargo, son distintas: voluptuosas, irradian sensualidad…
—¿Zsa Zsa Gabor? ¿Quién es Zsa Zsa Gabor? —pregunté extrañado, pues era la primera vez que escuchaba ese nombre.
—¿Que quién es Zsa Zsa Gabor? ¿Me acabas de preguntar quién es Zsa Zsa Gabor? ¡Oh, Dios mío! ¡Oh, Dios mío! ¡No me has podido preguntar eso! ¡Dime que no me has preguntado quién es Zsa Zsa Gabor! —Sasha abrió rápidamente su pequeño bolso y rebuscó en él hasta encontrar un minúsculo cortaúñas de metal que me entregó al segundo—. ¡Clávamela! ¡Coge esta daga y clávamela en el corazón! ¡Acaba conmigo de una vez por todas, porque si tú no eres capaz, lo haré yo!
Sasha empezó a hacer desmesurados aspavientos con las manos y me señaló en el pecho el lugar exacto donde quería que le clavara el cortaúñas, ahora reconvertido en daga. El conductor nos miró desconcertado a través del espejo retrovisor intentando adivinar qué diablos estaba pasando en la parte trasera de su vehículo. La escena me resultó tan surrealista que no puede evitar soltar una carcajada: estaba en el interior de un taxi en dirección desconocida, prácticamente desnudo, sosteniendo un cortaúñas en mi mano izquierda y con una desequilibrada mental sentada a mi lado.
—Ya era hora de que te rieras, cariño. Pensaba que la historia de mi caída del escenario lo conseguiría, pero veo que eres un hueso duro de roer —me quitó el cortaúñas y lo volvió a meter en el bolso—. Ahora en serio, ¿de verdad no sabes quién es Zsa Zsa Gabor?
—No.
—Veamos… Zsa Zsa Gabor es una de las mejores actrices que hemos tenido el privilegio de poder disfrutar, obviamente tú no, porque no la conoces, pero el resto de la población sí; además de ser una mujer de armas tomar. En cierta manera, ella y yo nos parecemos mucho: las dos somos inteligentes e ingeniosas, las dos compartimos cierta predilección por las joyas caras y a las dos se nos presuponen romances con algunos Rubirosas…
—¿Rubirosas?
—¿Es que no os enseñan nada en el colegio hoy en día?
—Fingió hallarse sumamente indignada—. Porfirio Rubirosa fue amante de Gabor durante una temporada y se le recuerda por su gran… talento —Sasha marcó entre sus dedos índices una distancia de unos treinta centímetros.
—Vaya… —no pude evitar sorprenderme.
—Tranquilo, cariño; las mujeres, por lo general, solemos conformarnos con mucho menos —dijo con una sonrisa algo
pícara—. Aunque hay algo en lo que Zsa Zsa y yo nunca, nunca nos pareceremos; algo que ella colecciona y que a mí no me interesa en absoluto…
—¿Coches de lujo?
—Maridos.
—¿Maridos?
—Zsa Zsa ha dado el «sí quiero» en siete ocasiones ya. Está el turco, el fundador de los hoteles Hilton, el actor de Eva al desnudo, el banquero… —Sasha se quedó pensativa durante unos instantes—, el empresario ése que decían que tenía petróleo también, por supuesto; el que diseñaba juguetes en Mattel y, actualmente, el abogado especializado en divorcios que conoció mientras se estaba divorciando del sexto, el de los juguetes. Es irónico que se haya casado con ella sabiendo su historial, ¿no crees? De todas formas, yo creo que éste no será ni el último ni el definitivo. Zsa Zsa es un pajarillo, y la naturaleza de los pajarillos no es la de vivir enjaulados, sino la de volar libres.
Sasha abrió de nuevo el bolso y extrajo, esta vez, un pintalabios color cereza con el que empezó a repasarse los labios.
—Cuando yo tenía más o menos tu edad… ¿Qué edad tienes, por cierto?
—Veintidós —contesté.
—Veintidós —repitió ella a medida que guardaba el pintalabios de nuevo—. Bien. Pues cuando yo tenía más o menos tu edad, fui a ver la película de John Houston acerca del Moulin Rouge. ¡París! ¡Oh, mon Dieu! Allí sí que sabían celebrar una fiesta por todo lo alto, con sus faldas al vuelo y sus cancanes y su música descontrolada