Los potenciales psicologicos en la espiritualidad. Ramón Rosal Cortés

Los potenciales psicologicos en la espiritualidad - Ramón Rosal Cortés


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en la construcción de una Nueva Humanidad; b) la convicción de un Tú divino al que nos podemos dirigir y que nos escucha; c) la convicción de que en Yeshúa de Nazaret se lleva plenamente a cabo el hecho de una imagen humana de la Divinidad, de su sabiduría y sentimientos; d) que el ser humano está destinado a la plenitud de la vida eterna después de la muerte siempre que él libremente acoja la invitación divina; e) que Jesucristo, o el Espíritu divino presente en él, es el alimento o energía principal de la vida de los que viven de acuerdo con sus actitudes, estén o no explícitamente implicados entre sus seguidores; f) que Jesucristo resucitado está espiritual y realmente presente en distintas situaciones humanas posibles que él nos anunció (en el marginado con el que actuamos misericordiosa y justamente; en donde dos o tres se reúnan en su nombre, en la celebración de la Eucaristía, etc.), y así otras muchas convicciones cristianas.

      Pues bien, todas ellas son afirmaciones que considero proposiciones verdaderas y suficientemente acreditadas como revelaciones divinas, principalmente por mediación de Jesucristo. No se trata exclusivamente de unas experiencias místicas –una especie de profundos sentimientos o emociones religiosos– vividas por profetas, o por Jesús de Nazaret, y luego por los cristianos, que no contengan comunicación de verdades, y que sólo posteriormente han sido transformadas o conceptualizadas en proposiciones cognitivas. Además, como ya he indicado varias veces, habrá que poder comprobar: a) si las supuestas experiencias de revelación por parte de los profetas pueden acreditar su origen sobrenatural, y b) si el contenido del mensaje no exige abstenerse de todo ejercicio de una razón inteligente.

      Sólo la creencia en Dios que ha sido sometida a prueba por la razón y ha resistido al examen, que ha sido puesta en contraste con el resto de los conocimientos y ha resultado acorde con ellos, tiene la solidez suficiente y la seguridad de una convicción realmente bien fundamentada […]

      No hay nada más peligroso que una religión que tiene la pretensión de prescindir de la razón. Inevitablemente desemboca en el fanatismo, en el iluminismo, en el oscurantismo (Danielou, 1966, 3ª ed., p. 63).

      Eso sí, insistiendo en lo ya dicho sobre la validez o no de afirmaciones sobre Dios y sobre sus revelaciones, inevitablemente expresadas con conceptos humanos, como la afirmación “Dios es bueno”, lo mismo hay que decir sobre las precauciones a tener en cuenta sobre cualquier otra afirmación que atribuya algo a la Divinidad, a sus pensamientos, sentimientos y proyectos, a partir de palabras y conceptos humanos siempre limitados.

      El conocimiento objetivo de fe se realiza en un acto tendencial: propiamente hablando, no aplicamos a Dios el contenido de representación puramente conceptual de “padre” y de “hijo”, sino que en la línea de estos contenidos conceptuales –y no en ninguna otra– podemos realmente alcanzar a Dios. Dios como tal es, efectivamente Padre e Hijo, pero nos es imposible llegar a una representación propia de esta paternidad y de esta filiación. Misterio y comprensión objetiva van aquí juntos (Schillebeeckx, 1970, p. 191).

      Las interesantes intenciones de Tyrrell y otros teólogos modernistas, de presentar a sus contemporáneos el cristianismo de una forma más experiencial y menos racionalista, quedaron malogradas a causa de sus exageraciones, al subrayar la importancia de la experiencia subjetiva de carácter afectivo, y desentendiéndose de la dimensión conceptual, es decir, de la posibilidad de comunicaciones divinas informativas sobre aspectos de la realidad divina o humana. Estas exageraciones provocaron una reacción de rechazo por parte del magisterio del papa Pío X, en cuyos documentos magisteriales, por desgracia, desaparecía la parte válida de la aportación de los teólogos modernistas. En él pudo influir el sentimiento de miedo, por parte de la mayoría de los teólogos neoescolásticos, no sólo por su percepción de irracionalismo en la concepción modernista de la revelación, sino principalmente por su reclamación de una investigación de los textos bíblicos, y de los dogmas, a partir de estudios históricos científicos y una relectura hermenéutica ajena a todo resto de literalidad fundamentalista.

      El decreto del Santo Oficio Lamentabili sane exitu (3 de julio de 1907), que condenaba 65 afirmaciones, casi todas extraídas de los escritos de Loisy y de Tyrrell, hizo inútil, en palabras de von Hügel, “el trabajo de casi setenta años de ciencia crítico-bíblica”, y ponía fundamentalmente en cuestión el derecho a investigar la Biblia y los estudios históricos del dogma. Mucha más importancia tuvo aún la encíclica Pascendi Domini gregis (8 de septiembre de 1907). Este documento afirmaba que el modernismo era una conspiración internacional que tenía como finalidad destruir a la Iglesia (Vilanova, 1992, p. 646).

      1.2.4.Ruptura del silencio respecto a lo experiencial

      A partir de estos acontecimientos, el tema de la experiencia religiosa y su importancia en la vivencia de la fe cristiana –aparte de otros temas– quedó arrinconado y silenciado, en los escritos teológicos, y casi convertido en tabú, según algunos autores. Probablemente el primero que rompió este silencio, cincuenta años después, fué el teólogo Jean Mouroux, con su libro L’éxperience chrétienne. Introduction a una théologie, publicado en 1952.

      Este autor puso especial énfasis en la experiencia de los sentimientos de adoración y de amor respecto a la Divinidad, sentimientos que implicándose mutuamente producen espontáneamente su expresión por parte del ser humano hacia el misterio del Tú divino, lo que se entiende comúnmente por oración, cuando es la comunicación genuina de vivencias profundas, y no la repetición rutinaria de palabras, como si tuviesen efectos mágicos. Ambas actitudes de admiración y amor hacia el misterio “se ponen en movimiento en un flujo y reflujo que constituye la vida y la alegría del alma religiosa” (Mouroux, 1952, p. 17).

      Si hay instintos espirituales en el ser humano, se encuentran implicados y sintetizados en este acto supremo, en el que se alcanza la Fuente personal, viviente e infinita, de la verdad, de la bondad, de la belleza, más exactamente aún, en la que se la alcanza bajo esta forma propiamente religiosa que es la Santidad infinita y el Amor infinito; y esto, porque verdad, bondad y belleza culminan y se realizan efectivamente en su pureza en el Ser que es el Dios viviente, el Dios santo, el Dios amor (Mouroux, 1952, p. 19).

      Por otra parte, Mouroux advierte de la invalidez de querer privilegiar el sentir o el sentimiento, vaciando lo experiencial de la integración en él de los restantes procesos psicológicos. Efectivamente, “experienciado” significa lo “inmediatamente captado por la conciencia” y esto no sólo ocurre en el caso de los sentimientos. Hay lo “experienciado como una percepción, como un pensamiento, como un querer, como un sentimiento, como una acción” Ibidem, p. 21).

      Trece años después, en los documentos del concilio Vaticano II se da una tímida reincorporación del concepto “experiencia”, que aparece 32 veces en sus documentos, y 17 el de “experienciar”. Con más frecuencia se encuentra en la Constitución sobre la Iglesia en el mundo actual. Sin embargo, como advierte Maggiolini, el texto clave es un párrafo del punto 8 de la Constitución sobre la Divina Revelación, a pesar de que a lo largo de tres sucesivas redacciones se amortiguó la referencia a lo experiencial. El texto actual dice:

      Esta tradición, que deriva de los apóstoles, progresa en la Iglesia con la asistencia del Espíritu Santo, puesto que va creciendo en la comprensión de las cosas y de las palabras transmitidas, ya por la contemplación y el estudio de los creyentes, que las meditan en su corazón, ya por la inteligencia íntima que experimentan de las cosas espirituales, ya por el anuncio de aquellos que con la sucesión del episcopado recibieron el carisma cierto de la verdad.

      La primera frase subrayada supone una modificación del primer texto propuesto, en el que no aparecía la palabra “estudio”. Delata el temor de un sector de los padres conciliares de que la sola palabra “contemplación”, sin el añadido del estudio, podía significar un desinterés hacia la reflexión intelectual.

      Por la misma razón, la segunda frase subrayada supuso la introducción de la palabra “inteligencia”. Efectivamente el texto propuesto había sido: “la experiencia íntima de las cosas espirituales”. El añadido de la palabra “inteligencia”, y el pasar el sustantivo “experiencia” al verbo “experienciar” resta fuerza al elemento experiencial, a partir de enmiendas propuestas por obispos que advertían del peligro de reincidir en una versión modernista de lo experiencial, citando


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