Los potenciales psicologicos en la espiritualidad. Ramón Rosal Cortés

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ordinaria de los objetos y sujetos en el mundo– de la unión del centro de sí mismo, con el absoluto, lo divino, Dios, el Espíritu (Martín Velasco, 1993b, p. 487).

      Con estas descripciones sobre tres clases de experiencias queda brevemente resumido un hecho acontecido en múltiples ocasiones en la historia del cristianismo, que representa variantes de especial intensidad en la vivencia de la dimensión experiencial de la fe. Claro está que la experiencia religiosa sigue siendo un hecho real y central en la práctica del cristianismo, aunque sea en formas que no alcancen la intensidad de las tres clases de experiencias descritas.

      1.2.5.4.Importancia de la intervención mística en el

       diálogo interreligioso

      Están comprobándose las consecuencias positivas de diálogos interreligiosos que versan principalmente sobre las experiencias vividas a partir de las espiritualidades de las diferentes religiones. Las experiencias vividas por personas con suficiente religiosidad, con la ayuda de sus formas de practicar la actitud receptiva respecto a la trascendencia, el silencio, el recogimiento, la meditación y la oración contemplativa, afectiva o discursiva. Este tipo de intercambios de experiencias, y a veces compartiendo juntos sus peculiares prácticas de meditación u oración tiende a contribuir a “la comunión entre los interlocutores y, con ellos y a través de ellos, con la realidad última en la que se saben sumergidos” (Martín Velasco, 1999, p. 471)

      Es importante que no falte en ocasiones, la participación de personas con cierta experiencia mística, en esos diálogos.

      De esa importancia dan buena muestra los resultados de mejor conocimiento mutuo, de fecundación recíproca, de enriquecimiento de los interlocutores que está produciendo el acercamiento de las espiritualidades orientales: hinduismo y diferentes formas de budismo, por una parte, y cristianismo, por otra; la ayuda que supone para no pocos cristianos el recurso a métodos y “técnicas” orientales para facilitar el recogimiento, la concentración y la relajación indispensables para el ejercicio de la oración; la fecundación que ha supuesto para no pocas personalidades hindúes de gran talla espiritual el contacto con el evangelio cristiano (Martín Velasco, 1999, pp. 468s.).

      Nadie mejor para relativizar las diferencias teológicas, rituales, éticas, institucionales, que separan y a veces enfrentan a las religiones, que el místico que ha sentido la necesidad de envolver todas sus palabras en silencio, de purificar sus afirmaciones en la negación de los modos concretos de lo afirmado, y de trascender hacia una eminencia sin límites precisos lo mejor de lo afirmado sobre Dios (Martín Velasco, 1999, p. 471).

      1.2.5.5.Requisitos de una fe religiosa no por herencia

       sino por convicción

      Es muy probable que cada vez tenga menos peso, a la hora de adherirse, con una fe adulta, a una religión, la influencia de las creencias de los padres, o las predominantes –ya nunca exclusivas– en una zona geográfica. Sobre todo en los países del Primer Mundo, donde la multiculturalidad avanza en crecimiento constante, a causa de los procesos migratorios, y donde el porcentaje de agnosticismo, ateísmo o indiferentismo religioso –sobre todo entre los autóctonos– acapara un porcentaje elevado de la población, la fe religiosa por herencia irá en declive.

      Es de esperar que, cada vez más, la adhesión a una fe religiosa será fruto de una conversión, acompañada de unas convicciones y unas decisiones, surgidas éstas a partir de unas experiencias personales más o menos profundas. Para que esto ocurra así, los colectivos y grupos cristianos comprometidos generosamente en actividades solidarias, inspiradas en el evangelio, tendrán que proteger un espacio suficiente para lo experiencial contemplativo, meditativo, y, a veces, místico. Tendrán que reducir su tendencia al activismo. Porque, como advirtió en alguna ocasión el teólogo Karl Rahner, el futuro del cristianismo será místico o no será.

      Además esto se debe en parte al peso que ha adquirido el individuo como centro del sistema social, especialmente en el Primer Mundo. Seguirá disminuyendo, probablemente, el peso de las tradiciones, las normas recibidas, y las instituciones, y se acrecentará el de las experiencias personales.

      Es decir, que el individualismo y su creciente influencia en la vida de la persona conducen a un desplazamiento del centro de la religión hacia la experiencia personal y, requieren, por tanto, el desarrollo de su elemento místico (Martín Velasco, 1999, p. 479).

      Capítulo segundo

      REVALORIZACIÓN DEL INTERÉS HACIA LA ESPIRITUALIDAD Y LA MÍSTICA, DESDE LA SEGUNDA MITAD DEL SIGLO XX

      2.1. La espiritualidad en la Psicología Transpersonal y

       su contexto

      Entre las diversas fuentes o manifestaciones del indudable aumento de interés hacia las espiritualidades y la mística corresponde destacar el surgimiento de la denominada “cuarta fuerza” o Psicología Transpersonal”. La denominación que tuvo, en los años cincuenta del pasado siglo, como “cuarta fuerza” era para diferenciarla de las corrientes conductista y psicoanalítica –que acaparaban entonces el poder en el campo de la Psicología–, frente a las cuales surgió la “tercera fuerza” o Psicología Humanista. El principal líder de esta corriente y de la “cuarta fuerza”, Abraham Maslow, que generalizó la utilización del término “transpersonal” –ya utilizado anteriormente por Jung y el filósofo personalista Mounier–, manifestó desde muy pronto su interés por las motivaciones que aspiraban a trascenderse a sí mismo, o transpersonales.

      También debo confesar que considero a la Psicología Humanista, esta Tercera Fuerza psicológica, como algo transitorio; como un allanamiento del camino hacia una Cuarta Psicología aún “más elevada”, una psicología transpersonal, transhumana, centrada en el cosmos más que en las necesidades e intereses humanos, yendo más allá de lo humano, de la identidad, de la autorrealización y cosas semejantes (Maslow,1973, p. 12).

      Fue también Maslow el que, a partir de la recopilación de testimonios de personas psicológicamente muy sanas, describió un tipo de vivencias que denominó “experiencias cumbre”, entre cuyas variedades se refirió a las místicas.

      Preguntándose Gimeno-Bayón por lo que denomina el “caldo de cultivo” de este retorno del interés psicológico por lo trascendente al yo individual, escribe lo siguiente:

      Que todo lo reprimido vuelve es uno de los grandes descubrimientos del psicoanálisis freudiano. También lo reprimido por Freud. Éste había considerado que los relatos de las experiencias de tipo místico hacían alusión a la “sensación oceánica” vivida por el feto en el seno de la madre, que se volvía a repetir en el enamoramiento y en determinadas crisis de tipo neurótico.

      Buena parte de las personas cultas, que conocieron las teorías freudianas y marxistas, relegaron las experiencias espirituales y las creencias religiosas al papel de sustitutas del vientre materno o del opio del pueblo para uso exclusivo de personas de mentalidad infantil y poco maduras. Este duro juicio hacia ellas exhibido por buena parte de los intelectuales del siglo XX hizo que algunas capas de la población que no deseaban ser tenidas por inmaduras escondieran, e incluso se escondieran a sí mismas, sus genuinas intuiciones y sentimientos trascendentes.

      Pero, al igual que ha ocurrido a lo largo de la historia en general -y de la Psicología en particular- con otros tipos de represión de alguna dimensión humana, esa elipsis no se puede mantener eternamente, y cuando emerge lo reprimido lo suele hacer con fuerza, y en algunos casos acompañado de exageración y caos. Véase, por ejemplo, lo ocurrido con la utilización de la dimensión imaginaria (cfr. Rosal, 2002) o la reciente explosión del interés por las emociones a raíz de la formulación del constructo “inteligencia emocional”.

      A ello hay que añadir el énfasis que en psicología están cobrando las “razones del corazón que la razón no entiende” de Pascal, y revalorizándose socialmente –por influencia de la Psicología Humanista- básicamente, las capacidades más típicas del hemisferio cerebral derecho (la intuición, creatividad, lo no verbal, lo a-racional), abriéndose así un campo a la reconsideración de la naturaleza de determinadas facetas de la experiencia y la personalidad tenidas hasta entonces por patológicas o insignificantes (Gimeno-Bayón,


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