Guerra de nervios. Mónica Gallego

Guerra de nervios - Mónica Gallego


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En los últimos años ha sido un conejito de indias. Sea esto u otras cosas que han acontecido, no sé qué decirte, porque ni los médicos ni yo misma sabemos qué es lo que realmente le ocurre. Se ha alejado tanto de mí, me llega a decir cosas tan horribles, me culpabiliza día sí y día también, que no sé si merece la pena seguir viviendo esta vida que Dios ha querido que viva. Tú lograste salir de una situación que te aplastaba. Seguro que, como yo, en muchas ocasiones viste la oscuridad en lugar de la luz que nos lleva al paraíso. De ahí que Mónica me haya aconsejado que te escriba porque solo tú podrás ayudarme. Nadie conoce mi vida real; nada de esto que hoy te cuento se sabe. En la calle, con los amigos, con la familia, pongo buena cara. Si me dicen «vaya cara que tienes», mi respuesta siempre es la misma, «cansancio», por los largos viajes que me doy por mi trabajo como comercial. La empresa me hace viajar por España vendiendo jabones naturales. Tiene sus pros y sus contras. Paso muchos días fuera de casa, hay días que no sé en qué provincia estoy ni qué día de la semana es; si bien, está requetebién conocer las ciudades gratis. ¿Hasta cuándo durará mi suerte? Espero pronto recibir noticias tuyas. Que no sea demasiado tarde. Me gustaría mucho saber que se puede salir de la tristeza en la que estoy sumida y que es posible dar la vuelta a la tortilla. Quiero mucho a mi pareja, por eso no me he ido, o eso creo, porque realmente ya no sé qué decir si me preguntan si le sigo amando. Vuelvo siempre a casa. Además, siempre hay una pregunta que me atormenta. ¿Cómo voy a dejarle solo?

      Los ojos de Verónica se humedecieron. Podían haber pasado años sin saber de su compañera Natalia. Hacía ya, nada más y nada menos, que más de diez años que no se veían ni se hablaban. Podía haberla dejado de lado cuando la necesitó. En los duros momentos en que su padre la maltrataba. Pero el rencor y el odio no eran dos palabras, no eran dos sentimientos, que el corazón de Verónica conociera y albergara. Ella sufrió mucho cuando amigos y amigas que quería la dejaron de lado en los duros momentos en que más los necesitó, así que no iba a permitir a su corazón abandonar a su amiga Natalia cuando ahora era ella la que la necesitaba. De sus consejos. De su fuerza. Eso la ayudaría a mejorar. Tenía que ponerse en contacto con ella lo más rápido posible. Debía aconsejarla dónde acudir. Debía dejarle claro que no estaba sola, que la vida es maravillosa y merece la pena vivirla, sin olvidar que la de todos es una montaña rusa. Con la carta en la mano, recordando la última vez que vio a Natalia en el metro, y que únicamente se saludaron, corrió a casa a enviarle un mensaje de whatsapp al teléfono que le había facilitado. Una mañana soleada y bella se convirtió en oscura tras la misiva de una carta inundada de sufrimiento que imploraba ayuda, desde un corazón dolorido que urgentemente necesitaba la medicina que solo Verónica conocía. Como si el día hubiese querido acompañarla, las nubes hicieron acto de presencia ocultando al astro sol tras ellas, apaciguando el calor, comenzando a soplar el viento con fuerza, dejando los pájaros de volar y piar, como diciendo que la tristeza estaba a su alrededor, como queriendo abrazarla y darle fuerza para no echarse atrás.

      Entró en casa; se agradecía el frescor del aire acondicionado. En el exterior comenzaba a notarse el bochorno del ambiente. Buscó su teléfono móvil en el taquillón de madera junto a la puerta de entrada. Llevaba varios días sin hacerle mucho caso. No recordaba dónde lo había dejado la última vez que lo usó, así que hizo memoria al ver que no estaba ahí, dirigiéndose a la cocina al caer en la cuenta de que había mandado un mensaje a uno de sus amigos de Facebook a la hora del desayuno. A la par de haberlo usado para hablar con su amiga Maurine, quien la había pedido consejo acerca del último chico con el que se había ido a la cama. Acostumbraba a usar a Verónica como limpiadora de conciencias, sintiendo así que su alma volvía a estar blanca, reluciente, llena de pureza, conservando una posición en el cielo cuando fuera llevada por la muerte al más allá, en el punto final de su vida, dentro de unos cuarenta años si es que un accidente o una enfermedad no le acontecía antes de ese límite marcado, teniendo en cuenta la vida tan alocada que llevaba. Muchos eran los días en que Rubén le chillaba por no tener el teléfono móvil cerca; quería hablar con ella en su tiempo de descanso, y no conseguía que atendiera al teléfono la mayoría de los días en que intentaba esa hazaña. Estaba de vacaciones. Su idea no era otra que atender llamadas y mensajes recibidos a última hora de la noche porque, el resto del día quería desconectar de las redes sociales que tanto enganchan y que tanto se usan en los meses de otoño, invierno y primavera para dedicar más tiempo a una afición aparcada que había retomado hacía apenas unas semanas: las manualidades, algo que la relajaba y le fascinaba. Con listones de madera estaba redecorando su habitación. Construía un cabecero con un paisaje caribeño de fondo, una cama con listones de madera y cajones por debajo donde guardar las mantas ante el calor sofocante del verano, y unas estanterías donde colocar objetos, esos que la llenaban con solo mirarlos, de los que solo ella conocía la historia. El teléfono móvil apareció sobre la mesa de la cocina, de roble macizo, junto al bote vacío de mermelada de fresa. Desactivó la pantalla para comenzar a memorizar en la agenda telefónica el número de Natalia, 575.24.33.81. Memorizado; estaba listo para ser usado mediante el programa líder en chat gratuito.

      Querida Natalia: he recibido tu carta. Me has dejado muy apenada. Ten por seguro que te ayudaré a salir de esto. Siempre hay una luz al final del túnel. Lo único que debes hacer es ser FUERTE. Me tienes y me tendrás aquí para todo aquello que necesites. Mi nombre de usuario en SKYPE son las siglas de mi nombre y apellidos. Añádeme a tu lista y nos hablamos por videoconferencia. Un beso y un abrazo enorme de tu amiga Verónica que te sigue queriendo y que en ningún momento te ha olvidado. PD: Deja atrás el pasado. Es el primer paso que te aconsejo para avanzar en el camino de la vida.

      Pulsó la flecha de envío de mensaje y aparecieron de inmediato las aspas en color gris. Deseaba que no tardasen mucho en ponerse de color azul, señal identificativa de que el mensaje había sido visto y leído. Encendió el ordenador portátil. No pensaba hacer uso de él; los sábados y los domingos los dedicaba a desconectar, a realizar un yoga propio de relajación ambiental. Pero no quería que Natalia llamara y no estuviera disponible en una primera videoconferencia que sería más bien de toma de contacto y de decirse a lo sumo «hola». A Verónica la ayudaron a emigrar al país donde Rubén ansiaba vivir y, aunque pocos fueron los que le tendieron una mano para salir del mundo de sufrimiento en el que estuvo inmersa, en su corazón albergaba los nombres e imágenes de quienes estuvieron a su lado, los que no la abandonaron aun estando realmente hundida, tocando fondo en un mar muy profundo. Ellos formarían parte de su vida hasta el día de su muerte, albergarían las salas de su corazón. Era hermoso sentirlos como si estuvieran cerca de ella.

      Por lo que a lo largo de su vida le había tocado vivir, quería ayudar a Natalia en ese momento en que reclamaba una salida a gritos. Lo tenía muy claro: lo poco que ella podía dar lo compartía, fuera un abrazo, un beso, una palabra de afecto, recibiendo más de lo que daba, sintiéndose más y más viva cada día. En ese momento, el sonido característico de entrada de un nuevo mensaje por WhatsApp sonó en su teléfono. Miró la pantalla; era Natalia.

      Verónica, me ha hecho muchísima ilusión saber de ti. Comprobar que no estás enfadada conmigo a pesar de lo que indirectamente te hice. Tienes un gran corazón, tan grande que no debe de caberte en el pecho. Ojalá fuera como tú. Seguro que tienes mucha gente que te quiere mucho y que en el tiempo que llevas allí habrás hecho grandes amigos. Aún recuerdo qué bien te llevabas siempre con los chicos. Congeniabas con ellos. Tenías un don para que te aceptaran en el grupo. Bromeaban y reían contigo; tú siempre les seguías el rollo, no te cortabas en vacilar, al igual que ellos hacían. Tenía envidia, hoy lo reconozco, sobre todo cuando te narraban sus confidencias sin que tú dijeras nada. Te hacías la tonta en muchas de las ocasiones. Les asesorabas aun cuando no tenías fuerza para levantarte del suelo porque, para ti, ellos eran importantes. Dabas lo que te hubiese gustado que diera la gente, que te hubiesen ofrecido en ese momento de dolor y sufrimiento. Que por sufrir un maltrato del calibre del que tú sufriste no te hubieran dejado de lado, porque no tenías la peste y no era culpa tuya. Ahora parece que el destino me ha puesto una prueba, de superación, de cambio, de ser como deberíamos ser todos, como eres tú, una gran persona.

      Verónica se sintió reflejada en las palabras de sufrimiento que albergaba no solo la carta sino también el mensaje que acababa de leer. Un sufrimiento que si no era curado podía aplastar a la persona, hasta tal grado que podía ser que nunca se levantara


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