Sprinters. Lola Larra
a mí me parecía tan significativa, de pronto perdió puntos.
A las tantas de la noche recibí un mensaje en el teléfono: ven a Londres, tenemos que hablar.
A las seis de la tarde del día siguiente aterricé en Heathrow. Un taxi me depositó en la puerta del piso que compartía mi productor con el director de la película de zombis. Un ático con una pacífica y hermosa terraza habitada por solitarias tumbonas y maceteros con flores, un amplio salón con doble altura, todo en neutros colores beige: la alfombra, los sofás, los muebles de la cocina abierta al comedor, la escalera de caracol que conducía al segundo piso.
Bajamos a cenar a un restaurante asiático, ya era más de medianoche pero las calles aún estaban llenas de gente; el calor del verano, templado y agradable, lanzaba a los londinenses a la calle.
Debería llamarse Dignity, me dijo de pronto, balanceando peligrosamente un dumpling entre su par de palillos. Debería ser una película más coral, en la que a través de varios personajes descubriéramos el Gran Personaje Principal: la propia colonia.
Bueno, no era eso lo que yo había escrito.
Mi historia se centraba solo en dos personajes. Tres, a lo sumo.
Tenemos que abarcar más, continuó mi productor. Tenemos que incluir a muchos más personajes. Ampliarlo para ir configurando la colonia como un lugar mítico, al mismo tiempo paradisíaco e infernal. Una especie de Casa Encantada, un Triángulo de las Bermudas donde la gente desaparece. Y también la colonia como una especie de estado mental, claustrofóbico, obsesivo y carcelario que impregna la vida de todos los demás personajes. Hay que contar la historia de los que se quedaron y de los que se fueron, y de cómo estos últimos, secreta y enfermizamente, la añoran, presos del síndrome de Estocolmo.
(Una pausa, otro dumpling)
Y al final, reflejar cómo la colonia es el espejo de lo que puede suceder en todo un país.
Tenemos que darle “vida” a nuestro Gran Personaje a través de los edificios, a través del proceso de construcción que tuvo lugar desde que aquello era un campo vacío y salvaje hasta el recinto “civilizado” y ordenado en que lo convirtieron los alemanes.
(Otro dumpling más)
Tenemos que quitar todo el melodrama, el falso lirismo, presentar la trama casi como si fuera un documental, de manera seca, contenida. Tal vez necesitemos buscar a alguien para que nos eche una mano con los diálogos, pero es lo de menos. Lo importante es que la emoción y el dramatismo deben nacer de los hechos contados, no de una intención de hacerlo dramático.
Estaba mareada. Aquel tenemos me quitaba el hambre. Y el sueño. Apenas pude dormir aquella noche.
Al día siguiente mi productor partió muy temprano al rodaje y yo me quedé en el silencioso ático intentando seguir sus instrucciones para reformar el guión con las pautas que él había esbozado.
Esa tarde un chofer de la producción me recogió en el ático y, de camino al aeropuerto, hicimos una parada en Canary Wharf, la locación de la película. La acción transcurría en un futuro cercano, después de que una terrible infección que convertía a las personas en zombis asesinos arrasara con gran parte de la población británica. Era domingo y el distrito financiero de Londres estaba vacío, que era lo que necesitaban para poder rodar. El director, al que no vi, estaba subido en una torre altísima y daba instrucciones por walkie talkie al director de fotografía, quien se mecía en una lancha con la cámara en mano, y que a su vez daba instrucciones a varios asistentes que gritaban en el muelle a otros varios asistentes de producción.
El despliegue del rodaje era, por decir lo menos, monstruoso.
En un descanso de la filmación me presentaron a los actores principales y a los productores ingleses. She’s my writer, anunció mi productor. Y explicó que estábamos preparando un proyecto juntos. Me miraron con curiosidad. Me estrecharon la mano y me hablaron como si fuera uno de los suyos.
Camino a Heathrow volví a ponerme nerviosa. Toda esa parafernalia, esos cientos de extras, las cámaras, las luces, el equipo, todo era demasiado, y yo tenía que regresar a Santiago, sentarme en mi habitación y lograr sacar adelante mi guión intentando no pensar en lo que pasaría después.
De negro entran TÍTULOS DE CRÉDITO
COLONOS
DIGNITY
Escena 1. Interior. Casa – Día
Un anciano, de 76 años, enfermo, en una cama. Se encuentra en la habitación de una casa de campo en las afueras de Buenos Aires. A través de la ventana alcanza a ver a niños que entran y salen de un colegio que está en la acera de enfrente. Bajo los cuidados de un guardaespaldas y de una joven chilena que lo venera (se llama Rebeca y es su hija adoptiva), desde su cama, el Tío Paul recuerda su vida: su vida antes de la enfermedad, antes del confinamiento en esta casa, lejos de su hogar. En la mesilla se ve una foto antigua, en blanco y negro: un grupo de hombres alemanes, en medio de un campo, cuatro adultos y seis niños; al fondo, las tiendas de campaña donde duermen. En la foto, todos se ven entusiasmados, exultantes, conquistando esa tierra a la que acaban de llegar: son pioneros y van a fundar un paraíso en la tierra.
Rememora los primeros años de la colonia, esos años felices de fundación. Y también el poder que tuvo cuando la colonia era un recinto rico y floreciente, con influencia en la política del país. Pero todo eso acabó hace un año, cuando tuvo que dejar el predio para huir de la policía. Sin embargo, Paul no pierde las esperanzas de que todo vuelva a ser como antes y que él pueda volver, triunfante.
De negro entran TÍTULOS DE CRÉDITO
COLONOS
DIGNITY
Escena 1. Interior. Apartamento – Día
En un pequeño piso de Hamburgo, soltero y sin hijos, Wolfgang vive rodeado de montañas de papeles, periódicos y cintas de audio. Durante años ha estado recopilando información sobre la colonia. Desde que en 1966, tras dos intentos fallidos, logró fugarse del predio alemán (a Santiago y luego a Alemania), Wolfgang ha consagrado su vida a un solo propósito: desenmascarar a Paul, el hombre que lo violó cuando tenía doce años.
Como es guardián de este inmenso archivo documental, un abogado chileno, de apellido Fernández, se ha puesto en contacto con él: quiere convencer a Wolfgang de que regrese a Chile a declarar contra el Tío Paul. Pero Wolfgang tiene miedo de volver. Cree que la colonia y sus jerarcas todavía tienen poder como para encerrarlo de nuevo.
V
Nunca fui una cinéfila empedernida ni tampoco soñé con ser guionista y menos con ganarme la vida escribiendo películas. Me gusta el cine, ¿a quién no? Yo quería escribir, solo eso. Y la gran oportunidad había llegado en forma de guión. Un guión que era un regreso a mi país. Después de tantos años de exilio y de tanto tiempo dando vueltas por el mundo, la historia de una pequeña comunidad sometida a un régimen tiránico en el sur de Chile era una manera de volver al país en que nací.
Sin embargo, igual que llegaban las oportunidades, se iban.
Desde Los Ángeles, California, mi productor me informó que Dignity tenía que aplazarse indefinidamente. Les había caído un proyecto enorme en Hollywood, una superproducción de verdad, con un gran estudio, y no le quedaba más remedio que concentrarse en ello. Entendía que yo no pudiera esperarlo. Me aconsejaba seguir moviendo el proyecto con otro productor, me recomendaba a su exmujer, que tenía contacto con unos productores alemanes, tal vez con ellos podría desarrollarse. Estaba seguro de que alguien lo tomaría. Era una película que tenía que hacerse.
Entonces, hasta ahí llegaba la cosa.
Había sido un año lindo, me dije. Un año agradable: sentarme todos los días a escribir, lo que siempre soñé: