Sprinters. Lola Larra
Tobias abre la puerta de su habitación. Entra.
Entra un anciano; en los brazos lleva una muda de ropa y unas botas. Se acerca a la cama de Tobias. Es su ABUELO. “Sabes que si lo vuelves a hacer, no podré interceder de nuevo por ti”, le dice secamente.
Hablan en alemán. Y aunque es su abuelo de sangre, Tobias se dirige a él como “tío”. Tobias pregunta por su madre. “¿Por qué nunca contesta a mis cartas? Es tu hija, tú debes saber por qué no quiere saber nada de mí”.
Cuando el Abuelo se va de la habitación, Tobias le da la vuelta a las botas: las suelas tienen unas marcas especiales hechas a cuchillo, para dejar huellas fácilmente reconocibles.
“Si le escribieras la verdad. Pero solo le cuentas mentiras”, contesta el Abuelo. “Renate ha perdido el camino, y no entiende la vida que llevamos aquí”. El Abuelo le entrega unas botas, le indica que se las ponga y que regrese al trabajo, lo esperan en la carpintería.
Interior. Restaurante hotel – Noche
Vemos al abogado Fernández comiendo solo en una mesa. Los parroquianos lo observan con curiosidad.
Conozco a Paul Schäfer desde los tiempos de Alemania y yo tenía confianza hacia él, porque así era como se presentaba y así era su personalidad: siempre queriendo buena intención con todas las cosas y con todas las personas, y comprometido con la educación de los jóvenes y con fundar familias en otros lugares.
Llegué a Colonia Dignidad en el año 1963, con mi mujer y mis cinco hijos. Siempre trabajé en forma desvinculada de lo que es el concepto familiar hasta los últimos cinco o seis meses.
El trabajo pesado se hace bajo el concepto de que es una ayuda social y se hace con cariño. Cada uno debe cumplir con lo que se le encomienda. Todo se hace en comunidad y las celebraciones son solo en Navidad y Año Nuevo. Los permisos para salir solo se dan para cuestiones muy justificadas, como ir al oftalmólogo o al dentista, y siempre debe ser comunicado con antelación.-
Walter Johannes Szurgelies,excolono
En el año 1961, debido a denuncias de menores en Alemania, en la ciudad de Gronau, Paul Schäfer huyó a Chile y nos trajo en avión junto a otros tres o cuatro niños. Posteriormente fueron trasladados cerca de 50 niños más, vía Bélgica, pero no todos a la vez. Todos ellos fueron instruidos por él para que no declararan ante la policía, amenazados de que si hablaban estábamos todos en peligro.
Permanecimos breve tiempo en Santiago y al poco tiempo compraron un predio a un grupo de italianos. Allí no había nada. Vivimos primero en carpas y nuestra primera tarea fue la de construir casas. La dirección de todo estaba en manos de Schäfer, nadie más se atrevía a asumir esa función.
Ya en mi época comenzamos a construir nuestra propia cárcel con alambradas en los cercos. El control era para aquellos que querían fugarse. Varios hombres vigilaban.-
Wolfgang Müller Knesse,excolono, fugado en 1966
III
Leí más libros. Me entrevisté con todo aquel que hubiera seguido el caso. Frecuenté el círculo de interesados en el tema, un grupo aparentemente heterogéneo de abogados, escritores, cineastas, psicólogos y periodistas, algunos de los cuales habían arropado y adoptado a uno o dos excolonos, dándoles un lugar en su obra, en sus preocupaciones, algunos pocos hasta en su casa, como Fernández.
Comenzaron a reconocerme como uno de los suyos y me invitaban a algunos eventos: la presentación de un libro, el cumpleaños de una excolona, una lectura de cargos en los tribunales, hasta una visita a la cárcel...
“Tú te sales de la secta pero la secta no sale de ti. Y lo descubro cada día en cosas muy triviales. La manera en la que tiendo la ropa, por ejemplo. En cómo hago la cama. Incluso la manera en la que camino. Cuando camino, no sé si debo pisar o no los rayados de las baldosas. Inconscientemente pienso: ¿seré castigado o no?”, me dijo Efraín, un excolono, en uno de esos actos melancólicos y solitarios. Se trataba de la presentación de un libro de dos periodistas jóvenes. No los conocía pero Fernández me recomendó que los entrevistara, era el libro más completo escrito hasta el momento sobre el tema.
Uno de los periodistas me presentó a Kay (o Klaus, otro excolono, un señor elegante y muy alto, de unos 40 años), que me tomó del brazo como si yo fuera una antigua amiga, o una sobrina, y me llevó caminando hacia la mesa donde servían el vino. A los pocos minutos me confesó que lo habían contactado para una película. Él tenía el archivo más completo sobre la colonia y los cineastas lo querían como asesor. Yo tenía entendido que el archivo más completo estaba en Hamburgo, en casa del primer colono fugado, Wolfgang Knesse, pero él meneó la cabeza e hizo una mueca de desagrado.
–Lo que les he dicho a estos muchachos cineastas es que yo aporto toda la información, pero que ellos podrían darme un papelito en el filme. ¿No le parece justo?
La última parte de la conversación fue escuchada por otro alemán, un poco más joven, no sé bien quién era, nadie me lo había presentado. Se acercó entusiasmado preguntando si él también podía reclamar algún rol, podía hacer del doctor, se parecía mucho, todos se lo decían.
IV
Cuatro meses después de llegar a Chile, inicié el viaje hacia la colonia. Un auto alquilado, una grabadora con casetes y un amigo fotógrafo que terminó siendo mi marido. Partimos un domingo y nos fuimos deteniendo en pueblos que no están en la ruta turística. Me sentía como Truman Capote. En una gasolinera a mitad del viaje le envié un mensaje a mi productor: “Capote desde Holcomb, por favor envía dinero”. En tres días recibí una transferencia. Con ella bastaría para seguir pagando hospedajes, comidas y gasolina.
Al regresar a Santiago le envié un montón de páginas. En mayo recibí su respuesta:
querida, has hecho un trabajo increíble en el tratamiento del guión y lamento que aún no te hayan enviado el contrato ni el primer pago. les estoy presionando. me gustaría hablar contigo este fin de semana porque hay algo en el material que has enviado muy muy poderoso y más complejo que la historia de la que hablamos al principio y que está germinando en mí...
Pienso en el nuevo material, en los que han vuelto a la colonia y en los que no volverán. Pienso en evitar el melodrama y el enfoque romántico.
En agosto viajé a Madrid para reunirme con él y discutir la primera versión del guión, que le había enviado hacía unas semanas. Aún no había contrato firmado, pero yo trabajaba confiada, segura de que lo que hacíamos, mi productor y yo, era algo que tenía sentido. Era una sensación curiosa. Por primera vez, al escribir, no estaba sola. Aunque investigaba, anotaba, pensaba y escribía a solas, no estaba sola en realidad. Escribía para alguien. El mundo del libro es un camino solitario. Allí nadie más nos necesita. Podemos estar o no. Podemos escribir o no. Da lo mismo. Aquí, en cambio, hay alguien que necesita tus páginas, tus párrafos, porque solo ellos le darán sentido a su idea, a su proyecto. Mi productor me necesitaba. Necesitaba mi investigación, mi punto de vista y, sobre todo, mis palabras para echar a andar la maquinaria que implica rodar una película.
En cuanto llegué a Madrid, la asistente de mi productor me llamó para informarme que él se acababa de ir a Londres: comenzaba