Sprinters. Lola Larra

Sprinters - Lola Larra


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se escuchaba a lo lejos una canción que me sonó feliz, cursi, premonitoria:

      Vuelvo, amor, vuelvo a saciar mi sed de ti.

       Vuelvo, vida, vuelvo, a vivir en mi país.

       Traigo en mi equipaje del destierro

       amistad fraterna de otros suelos.

       Atrás dejo penas y desvelos,

       vuelvo por vivir de nuevo entero...

      Si vas a escribir sobre la colonia, tienes que contactar al abogado Fernández, fue lo primero que me dijo mi amigo, el escritor Sergio Gómez. Me dio su teléfono, habían sido compañeros en el colegio, y me despidió con una advertencia: “Cuidado con esos alemanes, dicen que todavía son peligrosos y que aún hoy sus redes se extienden por todas partes”. Me quedé de una pieza. A lo largo de la investigación sobre Colonia Dignidad había ido descubriendo varias cosas inesperadas. Pero que pudieran resultar peligrosos para una periodista (o investigadora o escritora o guionista) como yo, me pareció exagerado.

      Llamé a Fernández y pasé muchas tardes con él, un hombre amable, tenaz, entusiasta y risueño, que generosamente me abrió sus archivos y me proporcionó un montón de documentos, información, teléfonos, pistas. Abogado especializado en abusos de menores, su apostolado había comenzado a mediados de los 90 con una llamada, una de esas llamadas que, como en las películas, te cambian la vida: una mujer lo buscaba para que representara a su hijo, violado en una ciudad del sur. En ese momento Fernández aún no sabía que se trataba de Colonia Dignidad.

      –Cristián logró salir de la colonia en julio de 1996. Era el más chico de los sprinters, como llamaban a los niños de la corte del Tío Paul. Tenía ocho años y su informe médico es aterrador. Ese fue el primer caso que llevé –me contó Fernández la primera vez que nos vimos–. Imagina una mujer que se entera de que su niño fue abusado... puede reaccionar de muchas maneras. Tomar un cuchillo para ir a matar al abusador, por ejemplo. Pero ella actuó con inteligencia y logró sacarlo de la colonia convenciendo al propio Tío Paul. Consiguió ayuda del pastor Adrián Bravo, que todavía era un hombre de confianza, del círculo privilegiado de los que podían sentarse a comer con Schäfer. Y Adrián la acompañó y ella habló con él, con toda la sangre fría, sabiendo que ese hombre había violado a su hijo, y lo convenció para que le entregara al niño. Le dijo “necesito que me preste al niño por un día, porque tengo demandado al padre por pensión de alimentos, solo para esta diligencia, después se lo devuelvo”. Fue muy inteligente y muy valiente.

      La madre llevó al niño a Parral y el informe médico confirmó la pérdida de tonicidad anal, síntoma inequívoco de abusos sexuales. Además, Cristián, a diferencia de otros de los niños de los casos de Fernández, podía recordar lo que le había hecho el líder de la colonia.

      –Muchos de los niños recuerdan solo parte de lo que sucedía porque, salvo dos de ellos, que pueden dar testimonio de escenas muy crudas, los demás no se acuerdan o solo dicen “me tocaba”. Pero tienen lesiones que hasta necesitan de cirugía... es tan fuerte que me da no sé qué mostrarte los informes... He visto a lo largo de mi carrera muchos informes médicos, he visto lesiones severas en casos de violaciones a niñas de cinco años, pero en varones nunca había visto nada como esto. Lesiones que indican violaciones continuadas. Y muchos niños no se acuerdan de nada. Sabiendo que el Tío Paul y los médicos de la colonia conocían muy bien el tema de psicofármacos y químicos, estoy seguro de que los drogaba. De hecho, un niño cuenta que le daban “un jugo” antes de ir a dormir.

      La madeja que empezó a desenrollar Fernández con esa primera llamada lo llevó a hacerse cargo de 15 querellas contra Colonia Dignidad y sus jerarcas. Primero tomó las causas de los niños chilenos que fueron secuestrados, mediante todo tipo de artimañas, a familias campesinas de los alrededores. Madres que llevaban a sus hijos al hospital de la colonia y a las que unos días más tarde se les decía que el niño había muerto, por ejemplo. A varias, analfabetas, las hicieron firmar dudosos papeles de adopción.

      Después de los niños chilenos, Fernández acogió las demandas de algunos excolonos alemanes. Y recientemente, la misteriosa desaparición de Boris Weisfeiler, un matemático judío-ruso-norteamericano cuyo rastro se perdió en las inmediaciones de la colonia, el año 1985.

      Al lado de su inquebrantable dedicación, mi obsesión por la colonia era liliputiense. Qué mezquina parecía de pronto mi investigación ante una persona que llevaba más de una década dedicándose a los niños abusados y a los excolonos. Mientras Fernández hablaba y rebuscaba en el archivador metálico de su pequeño despacho, yo me preguntaba si aquel hombre de treinta y tantos, bajo, calvo, con rostro simpático, resultaría un gran personaje en el guión. ¿Podría llegar a ser el héroe? O, más bien, ¿qué elementos reales de su persona, de su personalidad, de su historia, debía yo subrayar para crear a ese héroe que me estaba faltando si quería que mi guión siguiera la estructura clásica?

       SECUENCIA II: EL ABOGADO

       Interior. Casa de pueblo – Día

      FERNÁNDEZ, un abogado de unos treinta años, con cara simpática y agradable, barba y bigotes, conversa con una mujer, SONIA. La casa es muy pobre, con suelo de tierra y paredes de adobe, pero muy ordenada y limpia.

      “Finalmente vamos a poder entrar y buscarlo, falta poco”, anima el abogado.

      “¿Cree que mi hijo todavía se acuerde de mí?”, pregunta Sonia.

      Tobias contiene el gesto de dolor e intenta caminar lo más derecho y rápido posible.

      La mujer le sirve un café. “Podemos recuperar a Cristián”, dice él. “¿Usted cree? “, dice ella. “Yo ya he perdido las esperanzas. Solo quiero saber cómo está mi hijo, si está bien, si está feliz. Hace cuatro años que no me dejan verlo”.

       Exterior. Puertas hospital colonia – Día

      Tobias sale del hospital. Renquea al caminar y parece algo atontado. Se detiene. Una enfermera lo vigila desde la puerta, incitándolo a seguir adelante.

       Interior. Casa principal colonia / Pasillos / Cocina – Día

      Tobias entra por la puerta trasera de la Casa principal.

      ...y camina por un largo pasillo pintado de amarillo ocre.

      Tobias sigue por el pasillo y cruza la cocina. En unos inmensos fogones industriales, una veintena de mujeres trabaja sin descanso. La actividad es febril. Todas llevan uniforme azul claro, delantales y cofias blancas. Ni siquiera miran a Tobias cuando pasa.

      Hay una fila de literas. Todo tiene una apariencia pulcra, militar. Tobias busca su cama, se sienta en ella. Mira alrededor con aire ausente.

      En un costado se abre una puerta desde la que se ve el Salón de Actos: dentro, un grupo de jóvenes,


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