Química rosa. Katie Arnoldi

Química rosa - Katie Arnoldi


Скачать книгу
muy fuerte, aunque empecé a tener como alucinaciones. Pero, bueno, gané y nunca en mi vida había estado en tan buena forma.

      Charles dijo:

      —Con esas minidosis no podrías ni plantearte llegar a los Nacionales. Lo sabes, ¿no?

      —¿Necesito más?

      —Muchísimo más, combinado con hormonas del crecimiento e insulina. —Se recostó y le dio un sorbo al agua—. Si vas en serio.

      Aurora bajó de la cama y cogió su bolso. Se quedó de espaldas a Charles, de pie, contrayendo los glúteos mayores.

      —Aunque quisiese, no me podría permitir ese tipo de cosas.

      Se dio la vuelta y se metió un chicle sin azúcar en la boca.

      —Necesitarías un patrocinador. —Bebió más agua—. ¿Te acuerdas de May Ward?

      —Claro —dijo Aurora, volviendo a sentarse en la cama—. Tenía un cuerpo increíble. Habría ganado en Olympia.

      —Yo era su patrocinador.

      —¿De verdad?

      —La descubrí cuando ganó el Iron Maiden. No era más que un peso medio, pero me di cuenta de su potencial nada más verla. Tenía una base genética prodigiosa, como la tuya.

      —Yo no tengo nada que ver con May —dijo ella, cruzando las piernas y frotándose el tatuaje con la mano—. Era la mejor. ¿Qué le pasó?

      —Perdió el interés. —Charles se levantó—. Ha sido una velada encantadora. Es tarde y tú entrenas muy temprano.

      —No es tan tarde. —Aurora se levantó—. ¿Estás seguro?

      —Nos vemos mañana por la mañana. —Se puso ligeramente de puntillas y besó a Aurora en la mejilla, procurando que sus cuerpos no se tocasen—. Lo estoy deseando.

      Se dio la vuelta y abrió la puerta.

      —Muchas gracias.

      Lo acompañó hasta la salida.

      —Ha sido un placer.

      Charles se alejó rápidamente por el pasillo.

      Aurora tiene su estilo

      Aurora, de pie frente al espejo, se desabrochó el botón del cuello del maillot y se lo bajó lentamente hasta la cintura. Le encantaba observarse los pechos; eran perfectos. Se alegraba de haber escogido los implantes con agrandamiento de pezones, que eran mucho más sexis y compensaban el gasto extra. Le gustaba ese aspecto colmado y protuberante. Se mojó los índices y los pulgares con la lengua y se apretó los pezones hasta que estuvieron totalmente erectos, después se quitó el maillot y se quedó con el tanga de nailon violeta en una pose de frente relajada con los dorsales expandidos, los brazos ligeramente separados del cuerpo y flexionados, las piernas como en una rutina de tirón y empuje en una isometría placenteramente dolorosa. Era cierto, sí que tenía una buena base genética. Con algo de ayuda, quizá pudiese competir con aquellas chicas.

      Hizo un cuarto de giro hacia la derecha y se quedó un momento admirando su tríceps, en forma de herradura perfectamente definida. Dios, vivir en California. Competir en esta escena. Sería como que le tocase la lotería.

      Se elevó sobre la cadera derecha, llevó los brazos hacia delante, se agarró las manos y las acercó a su cuerpo en una pose de perfil, caja torácica. Si se mudaba aquí, tendría su propia casa. Podría librarse de su madre. Tendría la oportunidad de triunfar de verdad.

      Giró sobre sí misma e hizo una pose de frente, doble bíceps con la pierna izquierda estirada, su gran baza. Quizá con un patrocinador pudiese vencer a las californianas. Charles era flaco y a ella nunca le habían gustado los hombres menudos. Tenía la piel blanca y la nariz larga y retorcida como una raíz de jengibre. Aurora odiaba las pecas. Pero sus dedos eran bonitos y su voz superrefinada. Tenía esa especie de atractivo que caracteriza a los ricos. Y parecía saber lo que hacía. Estaba claro que tenía dinero.

      Se quitó bruscamente las bragas, adelantó la pierna izquierda con el pie en punta y la rodilla hacia fuera, levantó los brazos por detrás de la cabeza, expulsó todo el aire de los pulmones y se contrajo en una pose abdominal. El vientre le quedó dividido verticalmente por la mitad, revelando seis secciones simétricas y dos buenas venas azules. Se dio la vuelta e hizo una pose de espaldas, doble bíceps, pero no veía gran cosa sin un segundo espejo, así que se inclinó hacia delante con las piernas estiradas y tensas a la altura de los isquiotibiales y se entusiasmó ante la profunda separación y claridad muscular que vio. Aurora se sintió bien. Se agarró los tobillos y acercó más la cabeza, admirándose y pensando que ojalá los jueces les dejasen a las mujeres hacer ese tipo de poses.

      Aurora tiene un plan

      Aurora se sentó junto a la ventana abierta de la habitación de su hotel. No había ningún tráfico y pensó que oiría el océano si se quedaba sentada en silencio y aguantaba la respiración. A Amy le iba a encantar California. Podrían ir a la playa cuando quisiesen; aquí siempre hacía buen tiempo. Si se marchaban de casa de su madre, estaba segura de que Amy y ella estarían cada vez más unidas.

      Aurora se había quedado embarazada en el penúltimo curso de secundaria. Su madre, Eileen, se había puesto furiosa pero no la dejó abortar. Cuando nació Amy, Eileen se ocupó de ella para que Aurora pudiese acabar el instituto. Durante aquellos primeros años ejerció de madre de ambas y Aurora agradecía su ayuda. Pero ahora era adulta: ya no necesitaba una madre, ella misma lo era y quería recuperar a su hija.

      Tenía 217 dólares en la cartera y aún unos 300 en la tarjeta de pago. Si ahorraba en comida, podría quedarse una semana más; qué demonios, dejaría de comer si hacía falta. Charles podría ser la respuesta.

      Podía cambiarle la vida.

      Buscó el único conjunto que aún no se había puesto, los pantalones cortos de rayas verdes y violetas y el top a juego. Se enfundó los shorts y se los subió hasta que la costura central se le hundió entre las nalgas para que cada glúteo quedase perfectamente delineado. Se puso el top, los zapatos y los calcetines y bajó al suelo para hacer una serie rápida de cien flexiones. Eran las 7:35. Charles la estaba esperando y quería estar un poco bombeada2 y favorecida cuando se abriese el ascensor. Se pellizcó y retorció con fuerza los pezones para que se le marcasen bien, apagó la luz de la habitación y bajó al vestíbulo.

      Venice

      Charles estaba sentado y sostenía su infusión de menta verde mientras observaba cómo Aurora se comía el copioso revuelto de claras de huevo con tropezones de pechuga de pollo y setas. Ya se había tomado un cuenco de avena con plátano y una taza de café con dos sacarinas. Encorvada sobre la mesita, sostenía el tenedor con la mano derecha y rodeaba el plato con el brazo izquierdo. Llevaba el pelo recogido en una coleta alta y tirante y el minitop de rayas verdes y violetas aún empapado en sudor. Charles permanecía en silencio, para no interrumpir.

      —Aquí hacen las mejores claras de huevo del mundo. —Le dio un sorbo al café y miró a Charles sonriendo—. ¿Estás seguro de que no tienes hambre?

      —No, estoy bien. —Charles se enderezó en la silla y vio que el elástico de la cintura de los pantalones cortos a juego de Aurora también estaba empapado—. Has hecho un entrenamiento fantástico.

      —Sí —dijo mientras masticaba y tragaba—. Me gustó que te quedases. Mirándome.

      Los Abdel, Hernando y Eve, pasaron junto a la mesa con sus equipaciones a juego: mallas de cuadros rojos y negros, camiseta de tirantes de redecilla y botas Doc Martens de charol negro con cordones rojos. Los dos llevaban un brazalete de alambre de espino tatuado en el brazo izquierdo y el pelo negro, él corto, ella largo y recogido en una trenza que le llegaba hasta la mitad de la espalda. Eve, como de costumbre, iba unos pasos por detrás de él. Al pasar a su lado, Hernando miró a Aurora de arriba a abajo y Charles se alegró al ver que ella no se inmutaba.

      —¿Quiénes son esos? —susurró


Скачать книгу