Química rosa. Katie Arnoldi

Química rosa - Katie Arnoldi


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algodón y el vial. Tiró las agujas usadas a la basura y se lavó las manos. Aurora se quedó de pie en la plataforma, con la cara llena de lágrimas y la falda aún subida, y lo miró. Él la ignoró, lo que intensificó su llanto.

      —Estaré abajo.

      Se secó las manos, salió de la habitación y cerró la puerta.

      Tenía un moretón. Aurora se frotó la zona suavemente y notó un bultito caliente. Se estiró la falda. Charles le había dicho que era por la vitamina. Los esteroides y las hormonas del crecimiento no dejaban bultos ni moretones. Charles también le había dicho que la inyección no le dolería, y le había dolido.

      Resistió el impulso de tumbarse en el suelo a llorar. No había sido más que una inyección. Bajó de la plataforma. Tenían las mismas metas; aquello era lo que ella quería. Charles la estaba ayudando y eso era algo bueno. Se sonó la nariz, cogió otro pañuelo de papel y se limpió con cuidado el rímel que se le había corrido. Esta era su gran oportunidad y era donde quería estar. Aurora la campeona. Un nuevo comienzo para ella y para Amy. Hizo pis, se puso más brillo de labios rosa y bajó a la cocina. Charles sonrió cuando la vio entrar. Sobre la mesa había un plato de pez reloj anaranjado hervido esperándola.

      —Cuando acabes de comer, te daré un baño. —Le dio una palmadita en la cabeza—. Vas a ser una estrella.

      Camino de casa

      El plan de Aurora era volver a casa, recoger sus cosas y marcharse lo antes posible. Podían estar de vuelta e instaladas a tiempo para empezar el curso. No había mucho que discutir y le daba igual lo que opinase su madre; ella era adulta y Amy era su hija.

      Amy se adaptaría, los niños siempre lo hacían. Esta era una gran oportunidad para ellas y, además, Amy estaba demasiado unida a su abuela. Aquello no era sano. California representaba la respuesta a todos sus problemas; había tomado la decisión adecuada y, aun así, estaba nerviosa.

      Metió las deportivas a la fuerza en la maleta y cerró la cremallera. Se sentó en la cama y miró el teléfono. En la habitación de hotel ya no quedaba rastro de ella, pronto sería de otra persona. Aurora se sintió como una intrusa. Se puso los zapatos rojos de plataforma, cogió las bolsas y se fue. Charles estaba a punto de llegar para llevarla al aeropuerto.

      Al aeropuerto

      No era un diamante de gran calidad, pero sí de gran tamaño, engarzado en platino y colgado de una delicada cadena del mismo metal precioso. Charles había metido el colgante en una cajita de terciopelo negro y la había escondido en la guantera. Quería tener un detallito preparado por si Aurora cambiaba de opinión.

      Cuando llegó al coche, se encontró a Aurora sentada en la maleta, esperándole en el exterior del hotel. Tenía las rodillas juntas y las manos sobre el regazo, tapándole la entrepierna. Llevaba una blusa sin mangas de algodón blanco y una falda de flores del mismo tejido, corta pero no ajustada. Las sandalias rojas de plataforma resultaban veraniegas y apropiadas. Tenía el pelo brillante y liso, peinado con raya al medio y metido detrás de las orejas. Irradiaba un aspecto fresco y juvenil.

      —Estás preciosa —dijo Charles al bajarse del coche.

      —No te burles. —Se levantó y cogió la maleta.

      —A partir de ahora, quiero que este sea tu estilo. —Abrió el maletero.

      Ella metió la maleta y se volvió hacia él.

      —Lo digo en serio. —La cogió del brazo y la acompañó al asiento—. Así, natural. Es adorable.

      Se subió al coche y encendió el motor.

      —¿Has hablado con tu madre? —preguntó.

      —No. Prefiero hacerlo en persona. —Se alisó la falda.

      —¿Va a ir a recogerte?

      Aurora asintió.

      Charles alargó el brazo y le dio una palmadita en la rodilla. Deslizó la mano por la cara interna del muslo, firme y tostado, y sintió su vulva a través de la fina tela de sus bragas secas. Aurora no se inmutó. Charles miraba atentamente la carretera; agarraba el volante con una mano y con la otra intentaba provocar algún tipo de respuesta en ella. La apretó suavemente entre el pulgar y el índice. Aurora cambió de postura para apartarse de él y cruzó las piernas. Charles miró su cara impávida y puso las dos manos en el volante.

      —Todo irá bien —le dijo.

      —Vamos a tener una pelea horrible.

      —Eres adulta. Da igual lo que ella piense. —Charles se detuvo en un semáforo en rojo—. Cuando vuelvas, buscaremos una casa.

      Aurora asintió.

      —Tengo un agente inmobiliario —dijo con entusiasmo—. Nos dará varias opciones. Dos habitaciones en un buen vecindario. ¿Qué me dices de una piscina?

      Aurora lo miró y sonrió.

      —A Amy le encantaría.

      —Creo que iremos a los Nacionales en abril. Así tendremos tiempo de sobra.

      —Vale. —Aurora se volvió hacia él.

      —El primer ciclo será el más intenso. Ganarás mucha musculatura. Va a ser muy emocionante.

      —También engordaré.

      —Pero no será grasa, sino líquidos, y los perderás como si nada.

      —¿Cuánto?

      —Puede que alrededor de diez kilos en seis semanas.

      Aurora negó con cabeza, escéptica.

      —Dispondremos de unas seis semanas para que te instales y después empezaremos.

      Prosiguieron sin hablar durante unos minutos.

      —¿Has pensado qué tipo de coche quieres? Podría estar listo para cuando vuelvas.

      —No lo sé.

      —¿Qué te parece un descapotable chiquito?

      —Sería increíble.

      —Un pequeño Porsche descapotable quizá. Un 911.

      —Anda ya —se quedó estupefacta.

      —¿No te gustan? —Charles se esforzó por no sonreír.

      —Jesús. —Se giró completamente hacia él y puso los pies en el asiento, ofreciéndole a Charles una vista perfecta de sus pulcras bragas de algodón blanco—. ¿Me tomas el pelo? —Negó con la cabeza—. Yo conduciendo un Porsche. Amy no se lo va a creer.

      Charles pensó en lo mucho que le gustaría afeitarle el coño y cubrirlo con crema de limón.

      —Tendrías que elegir un color —dijo—. ¿Sabes cambiar de marcha?

      A Aurora le costaba recobrar el aliento.

      —Sí, sí que sé. —Se removía en el asiento—. ¿Rojo?

      —No. —Charles sonrió, condescendiente—. Mejor que no llames tanto la atención.

      —¿Blanco?

      —Perfecto. Te estará esperando.

      Aurora se quedó en silencio un momento. Volvió a poner los pies en el suelo y se alisó la falda.

      —No tienes por qué hacerlo —dijo finalmente.

      —Quiero hacerlo —contestó Charles.

      Un momento de intimidad

      Querida May:

      Te echo de menos. Solo quiero que me llames para saber que estás bien, no te voy a pedir que vuelvas.

      Aquí todo sigue igual. La señora Johns está malhumorada y gruñona como siempre, aunque de vez en cuando pregunta por ti. Parece que se dio cuenta. Vouvou aún duerme en la cama conmigo. Ronca como


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