Nocte. Carlos Sisi
Ian Fleming si vas a intentar entrar aquí a que te pongan un sello en un despacho.
Hoult soltó una carcajada.
—Lo sé. Lo… sé. Descuida. Es más inglesa que el roast beef.
—¡De acuerdo entonces! Si la quieres a ella, adelante. Reclútala.
—No sé si llegaremos a eso —admitió Tom—. Voy a hacer un acercamiento e intentaré ver cómo van las cosas desde ahí. Verás… Conozco personalmente a la doctora Lalasa Kapoor. ¿Te acuerdas de cuando… perdí a Jane?
Christian sacudió la cabeza, recuperando sus gafas de cerca.
—Por el amor de Dios, Tom —exclamó en voz baja—. ¿Cómo… cómo voy a olvidarme de eso?
Hoult asintió.
—Nunca os lo comenté, pero estuve yendo a un grupo de terapia.
Christian compuso una expresión de sorpresa.
—¡Tom! —exclamó.
—Déjame hablar, Christian —pidió Hoult—. No tiene importancia. No se va a esos sitios cuando estás… roto o destrozado. Precisamente, se va a esos sitios para prevenir una caída. Sentí que no me iría mal y, de todas maneras, era una buena manera de compensar todo el tiempo libre que me había quedado después de que Jane se… se fuera. ¿Ves? Ni siquiera puedo decirlo. Quería hablar de ello, de la pérdida, de la vida. ¿Comprendes?
—Comprendo, sí, pero aun así… sabes que contabas y cuentas con nosotros, ¿verdad?
—Naturalmente, Christian. Y te lo agradezco, de veras. Aquellas charlas me vinieron bien. Había gente sencilla que había perdido a seres queridos. Había señoras mayores que se habían quedado viudas después de… varias décadas conviviendo con sus maridos, que además llevaban años jubilados, en muchos casos, y se habían acostumbrado a hacer las cosas juntos. Gente joven también que habían perdido a sus parejas, padres y madres que habían perdido a sus hijos…
—Vaya, Tom —musitó Christian—. Debe de ser… muy triste.
Hoult asintió.
—Sí que lo es —susurró—, pero… cuando vas a esos sitios, en realidad ya has hecho casi todo el trabajo. Es toda una declaración de intenciones, ¿sabes? Es como… «Estoy aquí, enfrentándome a esto, y no quiero seguir estando aquí, donde vive la tristeza y el no saber». Cuando vas a esos sitios, lo que en realidad estás diciendo es «Quiero salir de aquí. Quiero pasar página», así que, al final, lo haces, claro.
—Lo entiendo —dijo Christian—. Tiene sentido.
—Las charlas las ofrecían un grupo de voluntarios en un pequeño centro social en Newham. Casi siempre escuchaban y moderaban en el grupo, y eso… bueno, eso era lo que importaba, el dejar que la gente se desahogase mientras los escuchaban. Yo solía ir los martes y los jueves, pero por cosas de trabajo, una vez tuve que ir el sábado, y allí conocí… a la doctora Lalasa Kapoor.
—¿Ella… moderaba esos grupos? —preguntó Christian—. No sabía que hicieran esas cosas de psicología en Ciencias Humanas.
Tom sonrió, curvando mucho la boca.
—No hacen eso en… Ciencias Humanas, Christian. Pero es como lo del artículo de la revista: tampoco es fotógrafa. La doctora Kapoor tiene su actividad profesional y luego hace ese tipo de cosas, como ayudar a otros. Siempre para ayudar a otros. La doctora Kapoor fue un antes y un después. Escucharla hablar era conectar con algo, una parte importante de las cosas a la que normalmente no escuchamos. Es muy pequeña, una mujer muy pequeña, y tiene ese tono de piel aceitunado de la gente de la India que remarca el blanco de sus ojos…
—Vaya, Tom —exclamó Christian en voz baja, algo sorprendido—. No estarás…
—¿Enamorándome? —preguntó Tom—. No, Christian. Estaba hablando y… sabía que llegarías a esa conclusión, pero… No, en absoluto.
—Comprendo… Por tu manera de hablar parecía que…
—Sí. De eso va precisamente —dijo Hoult, pensativo, mientras movía el único hielo en su vaso—. Esa mujer pequeña, con el pelo negro que lleva como… como si creciera en su cabeza y, simplemente, cayera hacia los hombros, sin ninguna forma especial ni ningún toque de refinamiento, que viste como una europea y junta las manos al hablar mientras sonríe.
—¿Tiene ese… —Christian hizo un gesto con el dedo, moviéndolo cerca de su frente— punto rojo en la cabeza?
—Es india, no hinduista. Ni está casada. El bindi lo llevan los que pertenecen a la religión hindú.
—Vamos —dijo Christian, afable—. Tú tampoco lo sabías hasta que la has investigado.
Hoult sonrió.
—Es puro amor —siguió diciendo—. Su discurso es sencillo, es honesto. Te quedas embobado escuchándola hablar porque sus palabras fluyen.
—Dios mío, Tom —exclamó Christian con una sonrisa suave—. ¿Quieres que una mujer honesta trabaje con nosotros? ¿Te has vuelto loco?
Hoult rio con ganas.
—Exacto —comentó—. De eso se trata, me parece. Necesitamos a alguien de fuera que no sepa nada de lo que hacemos aquí.
—Eso lo entiendo —exclamó Christian.
—Además, ella tiene sus propias ideas sobre… lo que pasa cuando la vida termina aquí, ¿sabes?
—Budista, imagino…
Hoult negó con la cabeza.
—Tiene sus propias ideas, como te he dicho. Pero cree que hay fuerzas, cosas… operando en este mundo, y que no sabemos todavía medirlas, reconocerlas ni verlas. Bueno, al menos hasta hace poco.
Christian carraspeó y cogió el vaso vacío; luego, hizo un amago de ir a beber hasta que se dio cuenta que estaba vacío. Volvió a dejarlo sobre la mesa.
—Por el amor de Dios, Tom… —exclamó, pasándose una mano por la cara—. Todas estas cosas… ¿Estás diciéndome que crees en ellas?
Hoult inclinó la cabeza con suavidad.
—No lo sé, Christian. Es complicado. Estamos en los setenta ya, y el mundo ha cambiado mucho y muy rápidamente. Ahora tenemos esos cerebros electrónicos. ¿Has visto a Oliver intentando manejarse con esos Datapoint que nos han instalado en la oficina? Casi puedo verle poniéndole ojitos a la máquina de escribir porque no se ajusta a los cambios. Y todo cambia. En la radio suena Maggie May de Rod Stewart y te prometo que… suena tan diferente que a veces me pregunto en qué época vivimos; Rolls-Royce ha quebrado, hemos llegado a la Luna y lanzado una sonda a Marte y las mujeres celebran convenciones a favor de su liberación. ¡Ahora incluso nos divorciamos, Christian, con solo dos años de separación, y los carteros hacen huelgas! Si Miguel Strogoff levantara la cabeza…
—Sí —admitió Christian—. Todo cambia muy rápidamente…
—Los cerebros electrónicos, Christian. Los americanos han inventado una manera de enviar cartas a través de una máquina y llegarán al instante. ¿Te imaginas cómo cambiará eso el mundo?
—No me extraña que los carteros hagan huelga.
Hoult soltó una carcajada.
—Lo que quiero decir es que estamos ante una nueva frontera. Lo ves en la calle. En los jóvenes. Ya no son como nosotros, Christian. Tu hija Rose escribirá cartas a su novio usando un Datapoint, y leerá la respuesta al cabo de un par de horas.
—Jesús, Tom —protestó Christian—. Qué cosas tienes.
—Lo de estos fenómenos puede ser algo parecido, Christian. La doctora Lalasa Kapoor dijo algo así cuando hablaba de… de fantasmas,