Nocte. Carlos Sisi
—¿Hubo algún comentario sobre olores extraños, antes o después de la desaparición? ¿Algún efecto visual extraño, como distorsión de la imagen, partículas?
Calhoun pareció pensar durante unos instantes.
—No, no en realidad. No que yo sepa.
—¿Esa fue la última vez que vieron al perro?
—No. El perro volvió a aparecer, corriendo de derecha a izquierda.
—Pero según ha dicho, el perro desapareció por la izquierda…
—Sí. Eso es.
—De acuerdo. Continúe, por favor.
—Solo vimos eso —explicó Calhoun—. El perro apareció corriendo, esta vez a bastante distancia del fenómeno. Corría como un poseso, como si…
«Como si lo persiguiera alguien», pensó en decir, pero recordó de pronto las palabras de su jefe («Sea preciso. Economice palabras. Aporte exclusivamente el dato concreto, Calhoun, sin conjeturas») y se detuvo unos instantes. Lander pareció notarlo. Entrecerró los ojos apenas perceptiblemente.
—Supongo que estaría asustado —añadió—, dada las circunstancias.
—¿Cómo veían al perro? ¿Se veía normal? ¿Colores alterados, quizá? ¿Algo digno de mencionar?
—Todo a través del fenómeno se veía diferente. Quizá le parezca raro, pero no era tanto cómo se veía… Era cómo se sentía. Era… casi hipnótico. No, era hipnótico. E inquietante. Tendrá que disculparme, pero es de esas cosas que no son fáciles de contar.
Lander suspiró.
—Le pido que lo intente —dijo, con visible impaciencia.
Calhoun reflexionó unos momentos, agachando la cabeza mientras se pasaba la mano por la perilla.
—Es como cuando eres adolescente y haces un viaje increíble durante un verano loco. Visitas sitios y conoces a una chica con la que tienes la primera relación intensa de tu vida. Vives cosas nuevas, excitantes, duermes en un hotel y te sientes, por primera vez, dueño de tu vida. Cada día cuenta, las noches son tan eternas como cortas, y te sientes el rey del mundo.
Lander levantó una ceja.
—Luego —siguió diciendo Calhoun— vuelves a casa y tu madre te dice «¿Qué tal, cariño? Cuéntame». Y te quedas parado en el salón, con la mochila en la mano, y durante unos segundos tienes intensos flashes de todas las cosas que has visto y hecho, y te preguntas… ¿Cómo? ¿No? Esa es la pregunta. Te preguntas «¿Cómo le cuento, y qué le cuento?».
—Creo que me hago una idea —respondió el agente Lander, ceñudo—, pero tengo que pedirle una vez más que se concentre en las preguntas e intente una respuesta formal, señor Calhoun.
Calhoun asintió otra vez.
Dios, cómo necesitaba una pinta. Había estado cansado otras veces, sin duda, pero no recordaba haberse sentido tan exhausto en toda su vida. Cuando llegase a la cama, pensaba tirarse sobre ella y prescindir incluso del ritual de aseo nocturno.
—Está bien —exclamó, reclinándose sobre la silla—. Tal vez podría decir que era… diferente. Diferente, eso es. Cuando mirabas dentro del óvalo, era diferente. Parecía un desierto, por ejemplo, porque era una especie de planicie carente de vegetación… Pero dudo que exista un desierto como ese en ninguna parte. Tal vez en Marte, quién sabe. Los colores estaban todos mal. El cielo se confundía con el suelo, como si hubiera… no diré niebla, pero sí una pésima visibilidad a distancia.
Lander escribía ahora como un loco.
—Atmósfera —dijo.
—Sí, como cuando la atmósfera está cargada. Pero era carmesí. El cielo, o la atmósfera, digo. La distancia lo era, carmesí. O púrpura. A veces tenía la sensación de que el tono general era granate, y otras… púrpura. Pero le diré que la sensación era de mirar algo… distinto. ¿Sabe esa historia de una civilización, en otro planeta, donde todo el mundo es ciego? La leí en un libro, en alguna parte. Todos son ciegos de nacimiento y, de repente, nace alguien que puede ver. Como todos son ciegos y lo han sido siempre, no tienen cosas como nombres para los colores en su lenguaje, así que el que puede ver, cuando crece y puede explicarse, tiene dificultades para contarles a los demás lo que está experimentando. La visión. Es algo inaudito, incomprensible. Lo único que puede decir para expresarse es… que le llega más información sobre las cosas. Una información que a los demás no les llega.
Lander pareció considerar sus palabras durante un rato.
—Diferente —insistió Calhoun—. Lo que había… al otro lado, a través del óvalo, era… simplemente diferente.
—Gracias, señor Calhoun —dijo Lander.
—Supongo que habrá visto las imágenes que se grabaron en el tomavistas, o piensa hacerlo. Verá algo, pero dudo que se perciba lo que vimos allí, a través del óvalo.
—Después de ver al perro cruzar —dijo Lander como si no le hubiera escuchado—, ¿la anomalía terminó?
—Sí.
—¿Cómo ocurrió?
—Se colapsó hacia dentro. Se encogió y desapareció. No quedó nada. Ya está.
—¿Cuánto duró eso? El proceso de colapsarse.
—Muy poco —dijo Calhoun—. Diría que unos pocos segundos.
—¿Cuántos segundos?
—Cuatro. Cuatro o cinco segundos.
—Cuando el fenómeno desapareció, ¿quedó algo que pudiera hacer pensar a alguien que el fenómeno se había producido siquiera? Marcas en el suelo, en el barro, la hierba…
Calhoun negó con la cabeza.
—Inspeccionamos el suelo después de que el fenómeno se produjera. No quedó nada. Ni una sola marca, o señal. En la parte donde estuvimos andurreando había huellas de zapatos, rastros de neumáticos que los coches dejaron al circular… Un desastre. Pero donde había estado el óvalo, no había marca alguna. Era como un oasis en un mar de barro.
—Entiendo —dijo Lander despacio—. ¿Sabe, señor Calhoun? Es interesante que lo llame óvalo.
Calhoun pestañeó.
—¿Por qué? —preguntó.
Lander volvió a golpear la mesa con la punta del lapicero. Tac. Tac. Tac. Había consumido buena parte del grafito, así que lo desdeñó a un lado y cogió otro, nuevo, impecable, del montón donde los había alineado.
—Por los comentarios de otros agentes entrevistados y las imágenes del tomavistas —dijo—, el fenómeno no tiene el aspecto de ser un óvalo. Es un arco. Nace del suelo y confluye verticalmente hasta converger en su parte más alta en un arco suave.
Calhoun pestañeó de nuevo. Sentía los ojos como si tuviera arena detrás de los globos oculares.
—Tiene… Tiene razón, ahora que lo dice.
—La pregunta es… ¿por qué ha decidido llamarlo «óvalo»? Lo ha hecho muchas veces a lo largo de la entrevista.
Calhoun curvó la boca y negó con la cabeza.
—No lo sé —dijo—. Supongo que… porque era ovalado por su parte superior.
—¿No habría sido más exacto llamarlo arco?
—Supongo que sí, ahora que lo dice —comentó Calhoun, algo confuso.
Lander tenía razón. ¿Por qué óvalo y no arco?
¿Por qué?
«Porque se