Nocte. Carlos Sisi
algo que se le hubiera podido pasar por alto, a usted o a su equipo?
Calhoun carraspeó. Su jefe le había advertido que economizara palabras durante la conversación, que cualquier cosa que dijera sería elevada a las más altas instancias del aparato de gobierno, y que, si el evento llegaba a suponer algún problema, buscarían cabezas de turco, y una sería la suya, y otra, la de él. «No utilice adverbios, Calhoun», le había dicho. «Los adverbios son el opio de la parte vaga de su mente. Sea preciso con las palabras. Sea breve. Sea. Preciso. Aporte exclusivamente el dato concreto, Calhoun, sin conjeturas. Por el amor de Dios, Calhoun, hágalo bien o le juro que le haré comer una rata con sarna».
—Conozco bien la zona —dijo por fin—, y no hay construcciones cerca. Pero la zona es boscosa. Podría existir la posibilidad de que hubiera alguna construcción reciente, o algún vehículo estacionado en alguna parte que no hubiéramos visto, como un remolque.
Lander levantó la vista de sus notas.
—¿No se le ocurrió registrar la zona mientras duró el fenómeno? —preguntó.
Calhoun carraspeó.
—No, señor. Estábamos concentrados en el fenómeno.
—Está bien —dijo Lander. Tomó unas notas y arrugó la nariz—. ¿Registró usted o su equipo alguna falla mecánica de algún tipo durante el tiempo que duró el fenómeno, en automóviles, aparatos de radio, armas o dispositivos como linternas, radios u otros?
Calhoun negó con la cabeza.
—No, no me consta —dijo, con cierta prudencia.
—¿Y después?
—No —respondió Calhoun.
—La misma pregunta para las personas. ¿Se encontró mal mientras estaba cerca del fenómeno, usted o algún miembro de su equipo? Malestar, dolor de cabeza, mareos…
Calhoun suspiró.
—Es difícil decirlo —explicó—. Debido, precisamente, a la naturaleza del fenómeno, muchos de mis hombres se encontraron… sobrepasados. Era difícil de entender, ¿me explico? Creo que ni yo ni nadie habíamos visto algo semejante. Muchos de mis hombres son hombres familiares tranquilos que en ocasiones viajan a Londres como una experiencia excitante. Lo más extraño que les ocurre es encontrarse, de pronto, con un día perfectamente soleado.
Lander compuso una expresión de fastidio.
—Concretamente, señor Calhoun. ¿Malestar, dolor de cabeza, mareos?
—Sí —admitió Calhoun—. Algunos de mis hombres se sintieron mareados. Hubo quien… vomitó en algún momento.
—¿Usted vomitó?
—No.
—¿Se sintió mareado en algún momento?
—Sentí cierto mareo, sí —dijo.
Lander apuntó en su cuaderno, subrayando varias palabras y encerrando otras en más círculos.
—Había animales en las cercanías del fenómeno —dijo—. ¿De qué animales se trataba?
—Ovejas. Pertenecían al matrimonio Brewer, propietario de los terrenos.
—¿Solamente ovejas?
—Y un perro, en efecto —dijo Calhoun, asintiendo con la cabeza—. Un perro trufero, propiedad del matrimonio Brewer.
—¿Observó algún comportamiento anómalo en alguno de esos animales?
—Sí. Sí, así es. Las ovejas describían círculos… una y otra vez. Círculos pequeños, como si se persiguieran. Por aquí todos estamos familiarizados con los animales y la vida rural, y todos mis agentes manifestaron haber considerado ese comportamiento anómalo.
—¿Por qué era anómalo? —preguntó Lander.
—Las ovejas, cuando entran en pánico, huyen en alguna dirección, generalmente trazando una línea recta, hasta que consideran que el peligro ha quedado atrás.
Lander asintió, pensativo.
—Ese perro trufero, ¿el señor Brewer lo tenía como pastor de ovejas?
—Sí, eso tengo entendido, en efecto.
—¿Diría que la presencia del perro pudo haber influido en el comportamiento de las ovejas? En su observación —dijo, carraspeando—, ¿estaba el perro dirigiéndolas de alguna manera, impidiendo su huida?
Calhoun se pasó el dedo por la frente. Estaba empezando a sudar. Eso le ocurría cuando estaba cansado y falto de sueño; su cuerpo empezaba a soltar toxinas por medio del sudor. Al menos, pensó, la conversación iba fluida; probablemente habrían terminado en un rato.
—No lo creo —respondió al fin—. El perro también… Bueno, se comportaba de una manera anómala. Corría, se paraba de repente y ladraba al aire.
Lander levantó la cabeza de sus notas para clavar la mirada en él. Calhoun asintió con gravedad.
—Le ladraba al aire —dijo— con esa actitud inequívoca que adoptan los perros cuando defienden su territorio o denuncian la presencia de un intruso. Hacía… ese baile. Ladraba al aire a un lado, y luego corría y ladraba a otro lado.
Lander tomó notas durante un buen rato, ceñudo.
—Cuénteme qué ocurrió con el perro —dijo a término.
—Estábamos allí, delante del… fenómeno. Uno de nuestros agentes estaba grabándolo todo con el tomavistas, así que esa parte estará entre la documentación que hemos aportado, según su requerimiento.
—Cuéntemelo, Calhoun —pidió el agente Lander.
—El perro cruzó a través del a anomalía —dijo con sencillez—. Alguien dijo: «¡Cuidado, el perro!», y gracias a ese aviso, nos giramos y lo vimos todos. Cruzó y desapareció al girar rápidamente a la izquierda. Fue… algo curioso, porque todos movimos la cabeza para verlo salir por el otro lado, ¿comprende? Pero no fue así. «¿Dónde está el perro?», preguntó alguien. «Bueno, ¿dónde está ese chucho?». Uno de nuestros agentes era amigo personal de los Brewer, así que empezó a llamar al perro por su nombre.
—Penny —dijo el agente Lander.
Calhoun asintió.
—Sí. Eso es —exclamó—. Penny. Teníamos el fenómeno rodeado, más o menos, no por nada concreto, sino porque todos querían ver aquella cosa desde todos los ángulos posibles. Le dábamos vueltas. Compréndalo, les fascinaba el hecho de que… ya sabe, por un lado se viera una cosa y por el otro, otra. Así que no fue hasta que uno de los agentes que estaban detrás apareció por el lado, con cara de asombro, que comprendí.
—¿Qué comprendió? —preguntó Lander con suspicacia.
—Pues… que había… pasado a esa imagen que se veía dentro del óvalo. Los agentes que lo vieron desde el otro lado dijeron que, al llegar al centro del fenómeno, el perro, simplemente, desapareció.
Lander escribía con cuidado.
—«Desaparecer» es un concepto muy explícito, señor Calhoun —susurró Lander—. ¿Está seguro de querer usar esa palabra? ¿Desaparecer?
Calhoun asintió con vehemencia.
—Debería hablar con mis agentes. Seguramente tiene pensado hacerlo. Pero no hay ninguna duda. Sí. El perro corría hacia ellos, según su perspectiva, y al pasar entre los pilares… desapareció.
—¿Alguien fue más específico sobre ese concepto, el de la desaparición? ¿Se describió algo? ¿Cómo ocurrió exactamente?
Calhoun se encogió de hombros.
—Desapareció.