Nocte. Carlos Sisi
o Drew… ¿sabéis algo de esa… cosa?
Anne inclinó la cabeza, como si pensara en la respuesta.
—Anne… ¿qué es eso? —preguntó Griffin, impaciente.
—No lo sé —respondió ella.
Griffin asintió despacio.
—¿Has dicho eso porque sabéis algo que yo debería saber, Anne? ¿O es porque… tienes una sensación? ¿Es eso?
Anne bajó la cabeza para mirar a Drew, aunque fuera de esa manera especial con la que ella miraba las cosas que quería. Drew seguía tumbado en el suelo, como si estuviera recuperándose de una paliza. No decía nada, pero Anne, por su silencio y su ausencia de movimientos, sabía que estaba todavía mareado.
—Sí —respondió.
Griffin inspiró profundamente, se dio la vuelta y empezó a andar hacia el óvalo.
No quería. Sabía Dios que no quería. Pero tenía que hacerlo.
***
«Bueno, una cosa es segura», se dijo. «No es electricidad». Con tanta lluvia y el suelo anegado en agua, estaba seguro de que habría un montón de repercusiones visibles si se tratara de un arco voltaico. Más que visibles, apostaba a que serían catastróficas. Probablemente. Griffin no era electricista y ni siquiera sabía mucho de electricidad, solo lo suficiente para reparar algún enchufe en casa, quizá. Pero estaba razonablemente seguro de que el agua sobre algo electrificado provocaría algo así como una explosión que llegaría a la fuente y la haría saltar por los aires.
Y las ovejas no estaban lejos; seguían allí, correteando como locas. Parecían un montón de gatos persiguiéndose.
Sería divertido si no estuviera atenazado por el miedo.
«Serénate, Griffin», se dijo.
Pero una cosa era decirlo y otra… hacerlo. Griffin había tenido una vida tranquila, sobre todo para ser policía. Pero ser policía era una cosa y serlo en Scarning era una muy distinta. Vivía y trabajaba en un sitio más que apacible; entre otras cosas, nunca se había visto en la obligación de sacar la pistola de la funda, pero aun así había vivido una o dos situaciones intensas que muchos recordarían perturbados mientras viviesen, ninguna de las cuales le produjo jamás la misma sensación que tenía en ese momento.
Pensó en Anne. La mujer de las sensaciones.
Tenía la certeza inexplicable de que algo iba mal.
Muy, muy mal.
Se acercó desde el lateral, así que no fue hasta que estuvo bastante cerca que pudo ver a través del óvalo. Pero cuando lo hizo…
La cordura, o la salud mental si se prefiere, es un relé de aspecto precario que parece moverse casi imperceptiblemente, tic tic tic, con el mero avance del tiempo, siempre amenazando con saltar, como el muelle de una trampa para ratones. Lo que Griffin vio a través del óvalo pudo haber disparado el relé y quedar trabado para siempre al otro lado de la línea. O pudo haberse desmayado, como le pasó a Drew Brewer, atendiendo con seguridad un notable mecanismo de defensa mental diseñado por la ingeniería evolutiva para ahorrarnos ciertas cosas. Pero Griffin permaneció de pie, intentando comprender por qué a través de ese espacio circunvalado por estrías eléctricas de (ahora lo veía) deslumbrantes tonos añiles, veía…
Otro sitio.
Era lo único que podía decir.
Otro sitio, otra atmósfera, otra luz, otra cadencia de tonos, profundidad de campo, otros volúmenes, distancias, proporciones y espacios.
Era como un agujero, una ventana o una puerta que llevaba a algún otro sitio, pero ninguno que hubiera visto antes. No era un desierto. No era una planicie. Ni siquiera era el puñetero Marte, a juzgar por los tintes rojizos y carmesíes que percibía. Era…
Otra. Cosa.
Griffin no podía explicarlo mejor, así como nadie sabría explicar cómo es un color nuevo. Nuevo, distinto a todos; no una mezcla de alguno de los colores primarios. Otro color.
Griffin no quiso ver más.
Volvió al coche como pudo, trastabillando mientras andaba con la lluvia empapándole la ropa, y cogió la radio policial para avisar a jefatura. Después de intercambiar unas palabras, añadió:
—A todo el mundo —dijo, con la boca seca a pesar de la humedad en el ambiente—. He dicho que envíes… a todo… el mundo.
***
Dandre Calhoun recibió al enviado especial de la Oficina del Servicio Secreto británico, el señor Jonathan Lander, a las nueve y diez de la mañana. El lugar de la reunión era una sala privada del Hotel Molton Whites Royal, el más espacioso que podía conseguirse por la zona. La oficina de Lander, por supuesto, era el despacho que se ocupaba de la seguridad del país y de escudriñar cuestiones de inteligencia que podían ser sensibles. Calhoun estaba seguro de que era la primera vez en toda la historia de Inglaterra que alguien del Servicio Secreto paraba en su ciudad. En otra ocasión, en otras circunstancias, era posible que Calhoun se hubiera sentido halagado por ser receptáculo de esa atención especial, pero el día había sido largo, extraordinariamente largo, y Calhoun estaba más que cansado. Demasiadas emociones y demasiadas conversaciones telefónicas con gente importante. Hubiera dado el dedo pequeño del pie por aplazar la reunión un par de horas tan solo, lo suficiente para echar un sueño rápido, pero sus superiores le habían dejado bien claro que la reunión no era, en absoluto, aplazable.
Lander se sentó en la mesa con cara de fastidio; era evidente que no estaba contento con haber tenido que salir zumbando hasta allí. Sacó un cuaderno de notas de su maletín, varios lápices de madera Cumberland nuevos y una pequeña grabadora de bolsillo. Todo eso lo dispuso en la mesa, perfectamente ordenado, delante de sí. Entre las brumas de la extenuación, Calhoun pensó que nunca había visto una grabadora tan pequeña. Los tiempos avanzaban que era una barbaridad.
Lander apretó el botón de la grabadora y carraspeó brevemente antes de empezar a hablar.
—Entrevista con… Dandre Calhoun, a las nueve y diecisiete minutos de la noche, el día de los hechos. Agente especial Jonathan Lander. Señor Calhoun, ¿vio usted la anomalía?
—La… anomalía, claro. Sí, efectivamente, estuve allí.
—Defínala, por favor. En sus propias palabras.
Calhoun se removió en su asiento.
—Bien… Tenía una altura de unos cinco metros y parecía emitir, o recibir quizá, algún tipo de energía…
—Eso es interesante. ¿Por qué dice eso?
—Bueno, era por los contornos. Parecían electricidad. Es lo que parecía. Emitía un sonido, como un zumbido. Un rumor bajo y grave, persistente, uniforme. Si tuviera que compararlo con algo, diría que sonaba bastante parecido a un generador de combustible. Esa es otra cosa por la que me inclino a decir que aquello estaba revestido de energía.
Lander anotó todo cuidadosamente en su cuaderno, a pesar de estar grabando la conversación. Miró lo que había escrito, hizo un círculo en un par de palabras y repiqueteó la mesa con la punta del lapicero. Lander era completamente calvo, lo que no era tan usual en aquella época. Su calva parecía reflejar con intensidad la luz de la única lámpara de techo que había en la habitación.
—Señor Calhoun —dijo al fin—, ¿había, en las cercanías, algún aparato sospechoso, o algún aparato en todo caso, que usted pudiera haber visto?
—¿Aparatos? Ninguno en absoluto…
—¿Algún camión, remolque, caravana?
Calhoun negó con la cabeza.
—No, ninguno en absoluto —exclamó.
—¿Había