Ideología y maldad. Antoni Talarn

Ideología y maldad - Antoni Talarn


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de la maldad humana o, al menos, para no ser pretenciosos, una serie de factores causales de orden general que nos puedan resultar explicativos, claros y concisos. Describiremos, también, las estrategias con las que las maldades suelen justificarse o excusarse.

      Tal y como decíamos en la introducción, el cuarto capítulo estará destinado a permitir una aproximación a las ideas fundamentales sobre la maldad que nos han legado la filosofía, la etología y la psicología. La mirada será forzosamente introductoria, puesto que resultaría imposible revisar con detalle todas las ideas de cada una de estas disciplinas con respecto a nuestro tema.

      Sin embargo, aun tras este esfuerzo de delimitación conceptual, no cabe esperar la recompensa de una claridad meridiana que permita, ni de lejos, idear una teoría paradigmática de la violencia y el mal. Ni las definiciones serán precisas del todo, ni ha habido, ni probablemente la habrá nunca, una única teoría capaz de entender la violencia de modo total. Su extensa historia, sus variadas formas, manifestaciones, motivaciones y consecuencias dificultan la elaboración de un modelo teórico heurístico y concluyente. De ahí que las publicaciones de todo tipo sobre estos temas sean innumerables, desde, prácticamente, el inicio de la actividad intelectual humana escrita.

      Sin duda este será un texto más entre otros muchos, pero si el lector lo encuentra útil y ordenado, ya nos daremos por satisfechos.

      Referencias bibliográficas

       Gallie, W. B. (1956). “Essentially contested concepts.” Proceedings of the Aristotelian Society, 56, 167-198.

      1. Términos y categorías esenciales

      Pero ¿cómo puede uno repudiar por completo la violencia cuando la lucha y la agresión son parte de la vida? La solución sencilla es una distinción terminológica entre la «agresión», que pertenece efectivamente a la «fuerza vital», y la «violencia» que es una «fuerza mortal»: «violencia» no es aquí la agresión como tal, sino su exceso que perturba el curso normal de las cosas deseando siempre más y más. La tarea se convierte en librarse de este exceso.

      Zizek, Sobre la violencia

      Definir conceptos como los que se detallan en este capítulo no es lo mismo que distinguir una molécula de otra o describir fenómenos meteorológicos. Aceptar las limitaciones intrínsecas a las ciencias sociales hace necesario, para los propósitos de este libro, una revisión holgada pero no exhaustiva —tarea del todo imposible—, sobre la terminología que configura la base de cualquier estudio sobre el mal.

      1. Diccionario elemental

      Pretendemos tan solo presentar algunos conceptos con mayor concreción y, en algunos casos, proponer definiciones estipulativas1 que nos ayuden a evitar malentendidos o solapamientos innecesarios.

      A. Agresividad y agresión

      La agresividad y la agresión son conceptos emparentados pero no idénticos. La mayoría de las definiciones consideran que la agresividad es una posibilidad del conjunto de conductas disponibles para un organismo. Simplificando, podríamos decir que los animales y los seres humanos tenemos a nuestra disposición una potencialidad innata que se puede activar en determinadas circunstancias. Cuando la agresividad se pone en marcha, aparece entonces la agresión. La agresión sería, pues, la puesta en acción de la agresividad.

      Etólogos como Lorenz (1963) consideran la agresividad un instinto presente en gran parte del reino animal que consiste en una predisposición básica o tendencia a comportarse de modo hostil en determinadas situaciones precipitantes. Esta pulsión primaria descansaría en una base neurofisiológica, derivada de las adaptaciones filogenéticas (Eibl-Eibesfeld, 1984).

      Aquí entraría en juego el estudio detallado del sistema nervioso —estructuras implicadas, niveles hormonales, lesiones, genética, etc.—, tema del que no nos ocuparemos, tal y como señalamos antes. Bastará, para nuestros intereses, retener que el instinto agresivo se da en la mayoría de animales y que, en el humano, posee una entidad propia que puede alejarlo, en muchas ocasiones, de lo puramente irreflexivo.

      Desde la psicología de la personalidad se define la agresividad como «una disposición temperamental que forma parte de la personalidad de un sujeto».Se considera, para nosotros de forma injustificada, que se mantiene estable a lo largo de toda la vida y que es independiente del contexto donde se encuentra el sujeto (Andrés-Pueyo, 1997).

      Como decíamos, la agresión sería, entonces, la expresión de la agresividad. Consiste en una acción comportamental —atacar o acometer para herir, dañar o alterar el equilibrio o la integridad de otro— de carácter puntual, normalmente de tipo reactivo, en base a ciertas necesidades —alimentarse, por ejemplo— o frente a situaciones concretas de interacción social que son sentidas por el individuo como peligrosas, dañinas o frustrantes. Así, para Eibl-Eibesfeldt:

      Agresivo es todo comportamiento por el que se impone a otro a la fuerza una relación de dominio (sometimiento), casi siempre en contra de su resistencia2.

      Esta definición permitiría incluir la conducta agresiva física, con o sin intención de causar lesiones, y otro tipo de conductas agresivas que no buscan el daño o la lesión; por ejemplo, en el caso de los humanos, aquella agresión verbal, en base a argumentos y contraargumentos, que se podría dar en una discusión acalorada.

      No siempre los términos agresión y violencia se distinguen con claridad. Andrés-Pueyo y Redondo (2007) señalan que la agresión es una de las tácticas que la violencia puede emplear para obtener sus fines. Otras tácticas podrían ser la negligencia, el desprecio, la manipulación y las coacciones (Krug, et al., 2002).

      Obviamente, agresión y violencia pueden ir —y de hecho así sucede en numerosas ocasiones—, de la mano, si bien no siempre es así. Imaginemos una empresa o un comerciante particular que desean imponerse a su competidor. Para ello pueden implementar una agresiva campaña publicitaria, por ejemplo, pero en tal liza por la posición dominante en el mercado no entraran en juego la fuerza física o la destrucción del contrario. Por eso, en el lenguaje cotidiano, hablamos de una publicidad agresiva pero no de una publicidad violenta. En resumen: no toda agresión es violencia, pero toda violencia es agresión.

      B. Violencia

      Definir la violencia tampoco es fácil. Freund (1965) la considera «potencia corrompida, convulsiva, informe, irregular» y, por tanto, rebelde al análisis. Girard (1972) cree que la violencia es contagiosa, imprevisible, una negación de lo social e inaccesible a las categorías de análisis. Michaud (1978) nos hace caer en la cuenta de que cada grupo o institución tilda de violento todo aquello que considera inadmisible según sus propias normas. Así, lo violento no se encontraría en el acto en sí, sino que vendría determinado por las circunstancias. Dowse y Hughes remachan esta idea:

      […] si alguien mata a otra persona en determinadas circunstancias, esa persona será acusada de asesinato y castigada. Pero si el mismo acto se comete en condiciones diferentes, el homicida será tratado como un héroe3.

      Como puede observarse el campo de trabajo no es sencillo. De hecho, hay tantos estudios, publicaciones y tesis sobre este tema que hay quien estima que podría generarse una nueva subdisciplina de las ciencias humanas llamada «violentología» (González, 2017).

      La OMS la define como:

      […] el uso intencional de la fuerza física o el poder, tanto si es real como una amenaza, contra uno mismo, otro individuo o contra un grupo o comunidad, que resulta o tiene una alta probabilidad de acabar en lesiones, muerte, daño psicológico, alteraciones en el desarrollo, o deprivación (Krug, et al.).

      Como puede observarse en esta definición, la violencia implica, en todos los casos, el empleo de la fuerza. Lo que no equivale a identificar siempre fuerza con fuerza física, como hacen muchos autores (Riches, 1986; Sotelo, 1990).

      Como


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