Ideología y maldad. Antoni Talarn
callejera, la delincuencial,la de las peñas, los grupos ultras, hooligans, etc.
No faltan otros autores con perspectivas complementarias a la presentada. Es muy conocida la clasificación de Krug y sus colaboradores (Krug et al., 2002) efectuada para la OMS. Estos autores proponen una clasificación que combina la dirección de la violencia —autoinflingida, interpersonal o colectiva— con el contexto en la que se produce —familiar, comunitaria— y las motivaciones —política, económica, etc.—. De esta combinación, un tanto confusa, surgen 26 tipos de violencia diferentes, que no podemos revisar aquí.
Sémelin (1983), por su parte, distingue tres categorías muy generales, que incluyen numerosas formas de la violencia:
1) la violencia de la sangre, diferente de la violencia estructural;
2) la violencia cotidiana, integrada en la forma de vida de una sociedad dada; y
3) la violencia espectáculo, que atrae al mismo tiempo que repugna.
Fromm (1964) basándose en las motivaciones inconscientes de la violencia, distinguía entre:
violencia lúdica; reactiva —que incluiría la derivada de la frustración y la vengativa—;
compensadora —que incluiría el sadismo— y
la violencia que el autor denomina sed de sangre arcaica.
Desde la filosofía y la sociología se mencionan categorías como la violencia simbólica (Bordieu y Passeron, 1970), la estructural y la cultural (Galtung, 1996), la sistémica (Zizek, 2008) o la violencia de la positividad (Han, 2013), a las que dedicaremos unas palabras en el capítulo 11.
Muy interesante nos resulta la clasificación propuesta por Hartogs y Artzt (1970), complementada por Grundy y Weisntein (1974). Estos autores distinguen los siguientes tipos de violencia:
1. Violencia organizada: pautada, deliberada, instrumental e impersonal. Se puede dividir en:
1.1. Política: dirigida a la defensa, cambio o restauración de un orden normativo.
1.2. Criminal: obtención de algún tipo de beneficio —no político—.
2. Violencia espontánea: explosión de violencia, colectiva o individual, no planificada, producto de ciertas condiciones internas o externas. Se distinguen tres tipos:
2.1. Reactiva: lucha directa contra la frustración.
2.2. Compensadora: busca satisfacción frente a las frustraciones del pasado.
2.3. Gratuita: desplaza la agresión de un objeto que no puede ser atacado —porque es demasiado poderoso o porque genera ambivalencia— a un objeto más débil o que genera sentimientos más claros.
3. Violencia patológica: Cometida por individuos en base a una patología física o mental.
Reseñaremos, para finalizar esta apartado, la diferencia entre la «violencia expresiva» y la «violencia instrumental» (Beck, 1999). La violencia expresiva tiene como fin causar un daño a los demás y suele responder a condiciones que precipitan respuestas emocionales como la ira, la humillación o el enfado debido a amenazas, discusiones, insultos, agresiones físicas o fracasos personales y otros. Tiene, por tanto, su origen en un malestar emocional y se caracteriza por la falta de control del impulso agresivo. La vida colectiva está repleta de este tipo de violencia como lo demuestran los casos de los crímenes pasionales, la violencia en el seno de la familia, los asaltos, los choques entre bandas rivales y toda una gran variedad de conflictos. Incluiría la violencia espontánea y la patológica, vistas en la clasificación anterior. En el siguiente capítulo repasaremos algunas de las emociones que suelen relacionarse con este tipo de violencia.
Por otra parte, los actos de violencia instrumental son aquellos en los que dañar a otros es el medio para obtener el resultado deseado. Los actos instrumentales pueden ser oportunistas o planificados, pero en todo caso requieren el concurso del raciocinio. Este tipo de violencia suele ser más fría y más calculada que la anterior, pero como veremos más adelante, puede ser también letal y muy cruel. Incluiría la violencia organizada ya comentada. Volveremos sobre este punto en los capítulos siguientes, puesto que este texto está consagrado, fundamentalmente, a las causas instrumentales de la violencia y la maldad.
3. La agresión en la infancia
El lector atento habrá advertido que hasta este momento no hemos citado uno de los fenómenos más evidentes de la conducta humana: la agresividad que se puede observar en la infancia, incluso desde la más temprana edad. Es fácil contemplar cómo, incluso entre niños que aún no deambulan, pueden darse conductas claramente hostiles dirigidas a sus progenitores, cuidadores, hermanos, otros niños o hacia sí mismos.
¿Cómo entender y conceptualizar estas acciones? No nos parece correcto citarlas como apoyo a una disposición innata a la violencia, ni mucho menos a la maldad. Más adecuado nos parece asumir que el ser humano, como tantos otros animales, nace con una capacidad innata, heredada, para ejercer la agresión y que esta se dispara en función del contexto y la situación que el individuo experimenta, tal y como argumentábamos unas líneas más arriba, al introducir el tema de las emociones.
Sucede que cualquier bebé, dada su fragilidad y estado de dependencia extremas, puede sentirse amenazado o en peligro15 con suma facilidad. Una molestia cualquiera, el hambre, el sueño, el dolor o la ausencia del cuidador principal pueden disparar en el lactante, además del llanto, otras reacciones que podríamos calificar de defensivas, destinadas a garantizar su supervivencia. Ni los mejores tratos evitarán que, en determinados momentos, un bebé pueda experimentar semejantes situaciones y reacciones. Los cuidadores, con sus tareas de mentalización, ayudarán al niño a manejar y contener estas emociones tan inevitables como imprescindibles.
Más adelante, a medida que el menor va creciendo, será dado observar cómo puede reaccionar de forma agresiva ante muchas situaciones que le frustran, enfadan, molestan, suscitan su deseo o le contarían. Patadas, empujones, mordiscos, arañazos, lanzamientos de objetos y agresiones diversas, formarán parte invariable, en mayor o menor medida, de todo niño entre uno y tres años de edad. Ya sea en forma de rabietas, ataques o acciones defensivas. En los casos más extremos algunos de estos niños, normalmente atacantes, serán calificados de «pegones», en comparación con otros no tan agresivos.
Hay que tener en cuenta diversas cuestiones en estas maniobras que estamos revisando, a saber:
1) Los lactantes no disponen del instrumento del lenguaje y los que son algo más mayores lo hacen de modo muy rudimentario. Ello implica que la vivencia emocional no puede ser matizada, elaborada o pensada de ningún modo. Actúan como un sismógrafo emocional, son pura emoción, por expresarlo de algún modo.
2) Las emociones que viven estos niños son de carácter muy intenso, al no estar, aún, del todo escaladas por la experiencia. Las emociones placenteras provocarán expresiones