Pilates para la tercera edad. Manuel Pedregal Canga
articular cuando trabajamos con una estructura músculo-esquelética de una persona mayor. Un ejercicio coordinando tareas poco habituales con otras más cotidianas abre nuevos caminos para conectar el entrenamiento con problemas comunes en nuestros mayores.
Entonces, ¿renunciamos a mejorar el funcionamiento «aislado» de determinadas articulaciones que presentan un margen de movimiento manifiestamente reducido? La respuesta no es sencilla, pero pensamos que una visión más global del funcionamiento de dicha estructura concreta nos dará resultados más satisfactorios, un razonamiento que –fuera de este contexto– suele generar opiniones contrarias. Solo añadiremos lo siguiente: cuando una persona mayor presenta una marcha no dolorosa, pero con una notable restricción en el movimiento de la cadera, elegimos mejorar el funcionamiento del conjunto, es decir: la cadera y su integración con la columna lumbar y torácica, además del movimiento en las rodillas, por ejemplo. En consecuencia, somos partidarios de ejercicios que suponen una tarea que implica a la cadena completa desplegada para efectuar dicho movimiento. Es decir, corregimos el gesto en su conjunto, apostando por el equilibrio y la calidad global. De esta manera, conseguimos verticalizarnos durante la marcha; equilibramos el movimiento interactuando con el funcionamiento del conjunto.
Para operar en este espacio sin que te abrume la sensación de que estás trabajando en un terreno fuera de tu lugar, primero debemos aceptar que una actividad física con este tipo de población mayor precisa o bien un extra notable de información sobre las pautas más importantes, o bien la asistencia de un profesional sanitario que aclare determinadas dudas que pueden surgir durante el proceso. Por otra parte, en un ataque de arrogancia, no conozco un solo terapeuta que haya dedicado veinte años de su carrera profesional a desarrollar y aplicar en diferentes franjas de edad tablas de ejercicios específicos y relacionados con objetivos concretos. Mi impresión es que los terapeutas ocupan su tiempo en resolver problemas más urgentes: es decir, en procurar soluciones a contratiempos que conllevan responder de manera rápida y eficaz. Alguien que necesita ejercicio físico para resolver un problema no está demandando una intervención apremiante e inmediata, labor que corresponde a un profesional de la actividad física. En casos de problemas de movimiento que suponen incapacidad, el primer abordaje debe ser tarea de un fisioterapeuta o similar. Nuestro lugar en este cuadro será, simplemente, proponer una tabla de ejercicios graduales que adaptaremos lo máximo posible al nivel y capacidad de nuestro paciente.
Dependencia-fragilidad-autoestima
Es una realidad: no podemos ignorar que la salud de nuestros mayores está actualmente amenazada por alguno de los antagonistas del título de este apartado. Singularmente –o combinados– cada uno puede mermar la calidad de vida y el bienestar de cualquier persona en general, aunque parece ser que se extienden más en personas de la tercera edad. Un descenso de la actividad social, laboral y familiar, sumado a un posible deterioro de la salud, acercan las emociones de este colectivo a umbrales de decaimiento próximos a la patología.
No podemos fundamentar cada argumento que relaciona el bienestar con la actividad física o lúdica, pero sí encontramos evidencias de ello en quienes mantienen un ejercicio físico periódico: el ánimo y la visión positiva del entorno crecen cuando la persona se responsabiliza de su bienestar. El sentimiento de utilidad, unido a la apertura de expectativas de aumentar la propia salud, conlleva una mejora sustancial en la autoestima de esta población mayor.
Un ejemplo imaginario podría ser el siguiente: la autoestima de una persona mayor lesionada (su lesión implica desplazamientos en silla de ruedas) se ha visto afectada a causa de su sensación de disminución física: deambula con su silla con la cabeza siempre hundida en el esternón, los ojos clavados en el suelo. Sus terapeutas consideran que padece cierto grado de depresión. Cuando se le propone comenzar un programa de entrenamiento en una sala de Pilates, la reacción emocional es instantánea: «¡Claro que quiero!». Es un gran trabajador que devora ejercicios y trabaja con extrema «motivación». De resultas, la mejoría de su autonomía ha sido satisfactoria en muchos sentidos: ahora centra su atención en aspectos siempre positivos y ve factible entrenarse en un entorno nuevo y enriquecido. Como muchísimas personas, él también puede practicar Pilates. La curiosidad por encontrar nuevos límites le anima, quiere volver a la sala siempre que sea posible. En su archivo mental hemos incluido, a través del entrenamiento, elementos de motivación e interés, así como expectativas y sensaciones positivas sobre el potencial que aún mantiene para realizar una actividad física.
Dado que esta persona presenta límites físicos, pues una buena parte de su aparato locomotor está afectado por su lesión, sería irresponsable alentar esperanzas desproporcionadas. Pero ello no quita para que, en nuestra escala de valoración, creamos que tiene un camino para recorrer: afinando y potenciando las partes de su cuerpo que mantienen sus funciones puede incrementar su seguridad a la hora de afrontar situaciones cotidianas. Este trabajo, por supuesto, ya ha sido realizado por sus rehabilitadores, que le han explicado con detalle la manera más eficiente de transicionar para valerse por sí mismo en sus labores cotidianas, como salir y entrar en la cama desde su silla. Estas y otras maniobras similares ya están integradas en su nueva situación. Nosotros proponemos una actividad física relacionada con su funcionalidad: elementos como la fuerza, la movilidad o la organización apropiada entre sus brazos y su cabeza junto con su tórax pueden ayudarle a minimizar los límites que merman su autonomía.
Su fragilidad y dependencia pueden alentar además un desánimo patológico. En nuestra opinión, cada grado de reducción de su dependencia que consiga multiplicará por diez su autoestima. Ahora bien, puesto que sabemos que ganar un centímetro a la lesión no es fácil, tendremos que valorar si lucharemos por ese centímetro en cualquier dirección. Al respecto, ya hemos expresado que debemos elegir objetivos alcanzables, terrenos para mejorar que sean posibles. Una actividad física planificada en colaboración con sus terapeutas puede suponer en el día a día un elemento motivador, capaz de catalizar parte del desánimo que esta persona puede estar padeciendo.
Este es un ejemplo extremo: únicamente hemos tratado de plantear el posible efecto en personas mayores de una actividad física como elemento regulador de su estado de ánimo. Estamos convencidos de que la evidencia no precisa de demasiada discusión: una buena planificación de la actividad física promueve un aumento significativo del ánimo de cualquier persona en general; y también, naturalmente, en personas de la tercera edad.
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