Pilates para la tercera edad. Manuel Pedregal Canga
muchas alegrías, que tenga en cuenta su artrosis, su cadera, su osteoporosis..., así como sus mareos. Solo mi tozudez logrará –y porque se trata de mi abuela, claro– que se bautice sobre un cadillac y tenga su primera experiencia.
Encontrar la manera más eficiente de convencer a una persona mayor para emprender un programa de Pilates precisa a veces de un cierto grado de presentación del mismo. En este sentido, ayuda un formato de ejercicio siempre –en principio– ausente de excesiva dificultad, de ejecución sencilla de comprender y que produzca sensaciones agradables. Esta primera toma de contacto garantiza que, para cuando el programa de ejercicios se vuelva más serio y exigente, tengamos ya ganada la máxima confianza posible a fin de continuar con nuestros entrenamientos.
Variar las posiciones, restringir el movimiento cuando la rigidez presente pueda generar dolor o intentar solventar las posibles limitaciones en las articulaciones menos móviles utilizando asistencia para reducir la carga son, sin duda, medidas que no solucionan todos los problemas que aparecen, pero sí nos indican que debemos adaptar permanentemente el método a la capacidad necesaria para efectuar el trabajo que pretendemos que nuestros mayores realicen.
He dedicado varios párrafos a aclarar una sola cosa: pensar en programar treinta minutos de ejercicio para mi abuela no contará con excesiva confianza ni por su parte ni por parte de su doctor. El único ejercicio que parece adecuado para estos casos es un paseo diario sin exagerar las distancias. ¿Es otra opción la piscina? En ocasiones parece que sí, aunque no es fácil encontrar ni el lugar ni el profesional que trabaje con estas personas. Entonces, ¿por dónde comenzar? ¿Qué clase de ejercicio podemos proponer que aumente la calidad de vida de nuestros mayores y que, además, cuente con el beneplácito del profesional sanitario que les trata habitualmente?
Una tarea ardua si añadimos que –para ser rigurosos– tendremos que justificar con resultados que nuestra propuesta goza de ventaja sobre las demás. En este sentido, vamos a proponer abiertamente que con nuestra «solución» estas personas pueden mejorar su movimiento sin padecer o aumentar su dolor, y que ello redundará en un incremento del equilibrio y de la autonomía en el día a día, y por tanto en una mayor autoestima.
En el caso de mi abuela los hándicaps son tan evidentes que la planificación de los objetivos se debe racionalizar con sumo cuidado: si no, la frustración por incumplir dichas metas aparecerá inevitablemente. Conviene ser positivos: aunque tal vez los objetivos hayan sido demasiado elevados y, por tanto, no se puedan alcanzar, en contraste las sensaciones de mi abuela y la mejora de su percepción de autonomía son factores que me deben animar a continuar trabajando con ella. Resumiendo: creo que el trabajo bien hecho conllevará un progreso tanto si mis fines programados han sido cumplidos como si no.
Pero ¿debemos plantearnos objetivos con una persona que supera los setenta años? ¿No seremos excesivamente optimistas y, finalmente, nada de lo previsto se podrá alcanzar? Creo firmemente que todo trabajo terapéutico bien planificado debe contemplar unos objetivos y una estrategia para lograrlos. No veo falta de rigor en encontrar mejoría con un sistema y no poder relacionarlo con estrategias concretas: si la maniobra terapéutica es buena y ha sido positiva, necesito saber si puede tener éxito en otros casos similares o no.
En muchos casos no podemos indicar nada más que «Prueba esto, a mí me ha funcionado». Y esto es así porque desconocemos la razón exacta por la que nos ha ido bien en unos casos y mal en otros, posiblemente porque no teníamos una estrategia clara y unos objetivos concretos, un baremo o pauta que nos permita medir qué hacemos y cuánto se acerca al propósito marcado. Para este fin será necesario una referencia, una escala de valoración que nos muestre tanto el punto de partida como el punto a dónde hemos llegado. De esta manera, podremos medir la distancia recorrida hacia el objetivo. Asimismo, la propia escala nos hará planificar este en función del punto de partida.
Funcionalidad articular y estructural
¿Nos lo acabamos de inventar? ¿Es solo una ocurrencia de un profesional desinformado? ¿Es correcto diferenciar tipos de funcionalidades? ¿Es necesaria esta diferenciación? Todas estas preguntas y algunas más están relacionadas directamente en cualquier programa de ejercicio aplicado. Veámoslo:
– Funcionalidad articular. En nuestra opinión, el movimiento de cualquier articulación debe estar disponible tanto en modo pasivo (sin activación muscular agonista-sinergista) como en modo activo (la activación muscular es imprescindible para producir dicho movimiento). Este movimiento en una sola articulación afecta al conjunto de la función de la estructura, al igual que un eslabón afecta a la cadena y esta a su vez a la bicicleta. Todos los componentes (o eslabones) son móviles (deben serlo en condiciones normales), pero podemos encontrar distintos niveles de movimiento, incluso distintos niveles de resistencia para este mismo movimiento. La función, que será mover la bicicleta, se preserva: esta podrá desplazarse aunque uno o varios eslabones de la cadena presenten déficits en su movimiento individual. Los elementos del sistema se «compensan» unos a otros: el eslabón anterior y el posterior deben contribuir a esta restricción mediante un extra en movimiento y facilidad para conseguirlo. En resumen, entendemos la funcionalidad articular como el movimiento necesario en una articulación a fin de poder integrarse en el movimiento de la estructura, sin precisar compensaciones para una determinada función. Puesto que es factible que nuestro sistema esquelético-muscular ofrezca compensaciones, en este caso la función gobierna a la estructura: dicho con otras palabras, la estructura presenta restricciones en articulaciones concretas, pero la función es preservada mediante la compensación que pueden ofrecer otras articulaciones dentro de la cadena de movimiento que se produce en cada gesto.
La funcionalidad articular es imprescindible en patrones de movimiento deportivos: la preservación o incremento del rendimiento, o la eficiencia en cualquier gesto deportivo, tendrá un excelente aliado en la funcionalidad articular. Engrasar cada eslabón por separado de la cadena de la bicicleta aumentará la suavidad y disminuirá el desgaste del conjunto de la cadena: nuestra bicicleta irá suave y será muy eficiente en cada pedalada que efectuemos.
– Funcionalidad estructural. El conjunto de la estructura participa en la organización de todos los gestos «funcionales». Cualquier tarea cotidiana es parte de la funcionalidad de la estructura en individuos comunes que tienen una exigencia de movimiento «normal». Las compensaciones forman parte de cualquier estrategia para moverse o realizar una tarea, pues el fin de toda organización destinada a tales acciones será completar una función sin tener en cuenta cuántos eslabones (articulaciones) dentro de esta cadena de movimiento pueden estar presentando un funcionamiento alterado. Nos concentramos en que la bicicleta se pueda mover, sin hacer distancias extremadamente largas con ella, claro. Es más, muy a menudo ni siquiera notamos que no funciona del todo bien, de modo que la estructura –la cadena– puede mantener la función aun en condiciones menos favorables.
Incluso cuando nos concentramos en mejorar la función incluimos la posibilidad de aumentar las opciones de nuevas compensaciones para favorecerla. Cómo hemos llegado aquí y por qué tiene que ver con que, cuando el nivel de daño o desgaste es elevado, creemos que la función prima y debemos preservarla o mejorarla sin aumentar el movimiento donde ya tenemos hipermovilidad. Debemos ser conscientes de que concentrarse en movilizar una rigidez en una estructura músculo-esquelética de una persona mayor producirá poco resultado; no siempre daremos con una restricción miofascial susceptible de ser activada. No obstante, tenemos posibilidades de encontrar otros factores no