Pobres conquistadores. Daniel Sánchez Centellas

Pobres conquistadores - Daniel Sánchez Centellas


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del quinteto, sobresaliendo su silueta de entre las rocas. Cuando se pudo percibir muy lejano el grito de saludo del hombre como un agudo y desgarrado «¡¡eeeeeh!!» toda la tripulación contestó rugiendo alegre con un grito mucho más grande. Todos estaban contentos, incluido el avieso Gotert, que había cambiado mucho su actitud, al menos aparentemente, y que aceptaba la pérdida de una parte de sus juguetes en alta mar, esperando quizás un momento mejor para la venganza a la vuelta de aquel viaje.

      La nave de Argüer debía hacer la maniobra por su cuenta también, no debía seguir a la Eretrin pues la proximidad de esa nave le ocultaría los puntos de referencia en los riscos, necesarios para una maniobra correcta y autónoma, ya que los cambios de rumbo debían ser súbitos para no acabar encallados. La nave de Argüer, tan inmóvil como toda su tripulación en ese momento, esperaba al inicio del recorrido, pero esperaba con la alegría de sus marineros, porque ellos habían oído ya el intercambio de saludos en la primera fragata, lo cual indicaba que todo había ido bien. A pesar de esta seguridad, al llegar al mismo punto que la Eretrin otro miembro del quinteto que ahora oteaba desde el peñón les ofreció la oportunidad de repetir la ceremonia de llegada con los gritos simples y la alegría desbocada de la tripulación. Eso sin duda elevaba la moral de todos. Al llegar a cierta distancia el enjuto y barbudo miembro del quinteto que estaba en el peñasco, dio la bienvenida como era costumbre:

      —Bienvenida la nave Eretrin, bienvenido su capitán cuyo nombre ¿es? —Alekt, que lo venía observando contestó:

      —Alekt Tuoran, compañero del mar. —El guardián tuvo un estremecimiento y agudizó la vista, pretendía reconocer a Alekt, pero siguió con el protocolo:

      —Al ser una nave fuera de los tránsitos periódicos, decidnos el motivo de vuestro viaje, el número de la tripulación, el rumbo que llevaréis y quién es vuestro armador. —Alekt con la sonrisa de desafío, le respondió:

      —El motivo es la exploración de regiones ignotas, somos ochenta y ocho tripulantes y doce pasajes, nuestro armador es el visir de navegaciones en nombre del emperador. —El hombre de tierra se estremeció aún más y esta vez respondió totalmente fuera de protocolos:

      —¡Alekt, maldito muchacho! Siempre te andas metiendo en los mayores berenjenales. —Los que rodeaban a Alekt se quedaron sorprendidos de que su jefe fuera conocido por esos lugares. Los pocos que ya lo sabían, no obstante, no creyeron relevante hacerlo público entre los compañeros: del capitán no hay que hablar más que con respeto. Alekt respondió al hombre de tierra con un comentario que le hizo recordar viejos tiempos al miembro del quinteto:

      —Si no me meto en berenjenales no soy yo, ¿verdad Ertulel? —El miembro del quinteto echó una carcajada y preguntó por la otra nave:

      —¿Y quién comanda la otra nave muchacho? ¿No me digas que va a ser el gordo de tu hermano? —A lo lejos se oyó el grito de Argüer:

      —¡Te he oído Ertulel, estropajo de mar! —Tras otra carcajada que se generalizó por las tripulaciones, prosiguió con las instrucciones:

      —Está bien, marineros de agua dulce, podéis fondear sin problemas. No avancéis más de sesenta metros de donde estáis, poneos a distancia de amarre.

      Tras moverse lentamente con el trapo necesario, la nave Eretrin echó el ancla en la profundidad adecuada, mientras los miembros del quinteto empezaban a moverse para preparar el amarre de los barcos. Había en la playa una pequeña escollera, con una estructura de muelle que la dividía en dos y penetraba unos cincuenta metros en el mar donde la profundidad era suficiente para permitir la entrada de barcos del calado de las fragatas. Los hombres de tierra se movían con expresa alegría ya que hacía más de dos meses que no pasaba ni un solo barco. Al acabar las maniobras ya tenían una pasarela preparada para bajar toneles y personas.

      La recepción había sido un buen augurio para la mayoría de marineros que o bien jamás habían sido marineros o bien no habían llegado nunca tan lejos. Trucano bajó a tierra de los primeros para observarlo todo, carente de todo miedo. Mientras, los comandantes iniciaban una calurosa charla con Ertulel, jefe del quinteto, y el resto de sus miembros. Alekt les preguntó a los dos miembros del quinteto que ya conocía:

      —Decidme Ertulel, Romprett, ¿habéis seguido la historia de las corrientes que os dije? Es importante para este viaje.

      —Te pasaste un año y medio estudiando las corrientes del demonio y durante cuatro años más no se volvieron a ver. Yo tenía otras cosas más importantes que hacer que registrar esa zarandaja —dijo Romprett, el más anciano.

      —¿Por qué dices eso Romprett? A ti te interesaba —terció Argüer.

      —En realidad os ayudaba por pasar el tiempo, pero ya os dije y os digo que esa corriente no os asegura que encontréis tierra alguna.

      —Cállate Romprett. Muchachos, yo sí que he hecho registro y faltan aún tres días para que llegue la mayor intensidad de la corriente —intervino Ertulel.

      —Que conste que os he advertido —concluyó Romprett.

      Los hermanos Tuoran se dieron por satisfechos y viraron la conversación sobre anécdotas, el interés por las familias, descubrimientos ingeniosos y los últimos chismes. Gotert, sempiterno observador, estaba en la conversación como si no estuviese y no puso de relieve, en ningún momento, el episodio de la bofetada. Tanto él como Alekt se habían comprometido manifiestamente a llevar a cabo ese viaje y sabían los dos que luego saldarían cuentas.

      Firmó sin demasiadas ganas los documentos de paso de las embarcaciones como autoridad máxima del imperio. Luego, animándose a hablar, no dejó de hacer alarde de la toma de Eretrin cuando se terció hablar de tal asunto. Mientras tanto, la tripulación tenía sus funciones bien designadas y bajarían por turnos. Se prohibió expresamente salirse de las áreas y circuitos que el quinteto había marcado en la isla. De entrada, la falta de exploración y los peligros naturales eran suficientes pretextos para desanimar a navegantes que ya de por sí venían cansados y no tenían muchas ganas de aventurarse en la jungla. Pero Trucano Negosores estaba hecho de otra pasta y además no se enteró o no quiso enterarse de la advertencia. Se acercó al límite del bosque que había justo delante de la playa. Dicho bosque estaba a menos de cien metros de la playa, pero precisamente estaba vedado: tal cosa constituía una provocación para una mente elementalmente curiosa, como era la mente del joven ebanista. Y fue así como llegó ante el linde entre la playa y la maraña de matojos y finos árboles que constituían ese bosque.

      De entrada no parecía que se hubiesen asentado árboles viejos, de diámetro considerable, no, todo era liviano. Se podría decir que parecía plantado hacía poco. Seguía Trucano observando la peculiaridad de esa vegetación mientras revoloteaban minúsculos insectos y algún tipo de mosquito que se le posaban a decenas atraídos por su sudorosa piel, pretendía desprenderse de ellos pero el número era cada vez mayor por lo que aceleró la marcha hasta emprender una frenética huida de la nube de parásitos que tenía a su alrededor, así se internó en el bosque imprudentemente mientras con las manos intentaba espantar los molestos insectos. Pero su carrera dentro del bosquecillo fue brevísima porque, de un inesperado golpe, topó con una masa metálica enorme. Se levantó con un dolor que le asfixiaba pues el golpe lo había recibido principalmente su pecho. Al incorporarse pudo ver lo que tenía delante, camuflado por la maleza. Se trataba de un enorme disparador, nunca había visto nada parecido. Estaba herrumbroso y descuidado, pero solo aparentemente, porque al examinarlo se pudo percatar de que… estaba cargado. Le entró un pánico terrible. Salió corriendo del bosque siguiendo el sentido que indicaba la boca del cañón y tras salir del bosque confirmó lo que su rápida lógica le hizo sospechar y en ese momento veía con sus propios ojos: el arma estaba en línea con la fragata Eretrin ¿Qué diablos significaba aquello? Estaba aterrado, ¿es que acaso se hundían algunos barcos de manera arbitraria? Pensó que debería haber otro disparador de cargas explosivas gemelo para la posición en la que se hallaba la Clan Tuoran, por lo que volvió a internarse en el bosque para comprobarlo. Esta vez no lo consiguió. De entre las lianas y los matojos un objeto duro le golpeo en el maxilar superior de tal manera que lo dejó inconsciente. Trucano Negosores fue arrastrado al interior del bosque.

      Trucano


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