Pobres conquistadores. Daniel Sánchez Centellas
y sin ánimo de desconsiderar lo que has dicho, hoy has sido convocado aquí por tu fuerza y tus habilidades y no por tu opinión. —El hombretón no tuvo más que añadir y la conversación prosiguió.
A este y al otro le fueron asignadas diferentes tareas para dar ese golpe de mano. A Trucano le tocó una parte interesante: tenía que llamar a los tres soldados de guardia para engatusarlos en una trampa. Era el único subalterno que conocía la lengua rigani tan bien como la nalausiana. Trucano no hizo otra cosa que asentir. A Nástil se le encomendó despertar a todos los fieles a la familia y a los contratados de confianza. El administrador, que era un strooliano que conocía bien las formas del imperio, no había dicho palabra alguna, pero sin embargo su viscoso sudor iba en aumento hasta resultar al menos peculiar para los reunidos, en realidad su ansiedad iba a más y ya no pudo más, saltando con un grito:
—¡Vamos a morir destripados en cuanto volvamos a Eretrin! Esto es una locura. El emperador jamás admitirá… —Entonces Alekt le puso la mano en la boca para hacerle callar. Y le dijo:
—No pronunciéis la palabra motín, maese Sokert ta Munder, pero a la par, os ruego que nunca más consideréis este plan como una locura. Si no gritáis, explicaré por qué nadie va a ser juzgado ni ejecutado. —Aquel hombre gordo y asustadizo hizo un gesto tranquilo indicando que estaría callado. Entonces al quitarle la mano, Alekt se explicaría—: Como capitán no creo que tuviese que explicar nada a nadie, mis órdenes deberían ser acatadas e incluso a vos debería castigaros por vuestro comportamiento. Pero sabed lo siguiente, que sin embargo es obvio: todos los presentes somos demasiado importantes o imprescindibles para esta expedición. Observad, ¿qué sentido tiene encarcelar en medio de la travesía al capitán, los oficiales, al administrador Sokert ta Munder, al mejor intérprete, al encargado de los mensajes y al que conoce la otra rama de las lenguas del mundo conocido además de ser el hombre más fuerte de toda la expedición? —Acabó señalando a Banala. Levantó la mano el segundo oficial nocturno, con aire resignado pero dispuesto, se le dio el turno y preguntó:
—Se supone que en la Clan Tuoran están haciendo lo mismo, ¿no es cierto?
—Por supuesto Emendel y espero que hayan resuelto la cuestión ya, mañana deberíamos recibir la respuesta —contestó Alekt.
—¿Por qué mañana? ¿Por qué esperar a que esto se pueda llegar a saber y se malogre? Deberíamos empezar ahora mismo. Podemos mandar el mensaje nocturno a Clan Tuoran ahora mismo para sincronizarnos. —Alekt por fin recibió una respuesta como era debido, se ilusionó casi hasta lanzar vítores, orgulloso de semejante oficial. Pero prefirió mantener el registro bajo de su voz, a pesar de sus ademanes de exaltación y expresó todo su apoyo con mesura:
—Bravo, Emendel, bravo. Lo pondremos en marcha esta misma noche. Pero antes dejadme tener en cuenta un pequeño detalle. —Entonces se dirigió a Trucano y le hizo un ademán para que le acompañase fuera de la sala. Trucano se levantó sorprendido por una preocupación inesperada. Una vez fuera en el estrecho pasillo, el capitán le habló así:
—Trucano, eres el único de esta sala que va a escribir correo para que sea recogido en la isla Fink. —Trucano se quedó aún más sorprendido hasta notar un punto de miedo en el trato que le dispensaría su patrón. Pero a pesar de su expresión, Alekt, tras un silencio enfático, prosiguió—: Sí, compañero, yo sé más de lo que parece y al mismo tiempo hago parecer que no sé nada. Cuando digo que controlo la situación, lo digo de verdad, porque estoy en mi barco y en mi elemento: el mar.
—Confiamos en vos, patrón —terció el joven ebanista a modo de señal de lealtad.
—No lo dudo, por eso, sintiéndolo mucho, me vas a dejar leer la carta que estás escribiendo a tu mujer —dijo gravemente el capitán.
—Señor, no, por favor —contestó suplicante Trucano. Pero Alekt no dijo nada, solo tendió la mano esperando el pergamino. En contra de su naturaleza rebelde, Trucano obedeció la orden, haciendo algo que jamás hubiese permitido antes. El capitán abrió el pergamino y mirándolo de soslayo le dijo:
—Si empiezo a leer cuestiones sentimentales no te preocupes que pasaré al párrafo siguiente. —Y empezó a leerse la carta:
“Mi amada Nitavi, espero que puedas recibir esta carta, cosa que a veces es difícil por la lejanía de la isla Fink.
Será imposible que me respondas, porque el destino es desconocido como ya bien sabías. Espero y deseo que nuestro hijo crezca como lo ha ido haciendo hasta ahora. Por lo que respecta a la prima Duelva, sé que os colmará de dulzura y amabilidad porque siempre ha sido así.
Por mi parte he de decirte que estoy en manos de los marineros con más pericia del continente. Mi capitán no es un gran líder, pero conoce muy bien su trabajo y como ya viste en el camino, no deja de confiar en mí. Últimamente ha resuelto como ha podido la insidia de un personaje cruel y perjudicial para nuestro viaje. Si lo ha hecho así seguro que es por nuestro bien, y así le seguiría a donde dijese, porque es alguien que vela por sus hombres y no por la gloria del imperio que nos acaba de ocupar”.
La carta continuaba, pero Alekt la plegó rápidamente y con la pesadumbre del que debe hacer las cosas en contra de sus sentimientos, le habló así a su subalterno:
—Debes volver a escribirla, esta carta no puede salir de este barco ni pasar por el correo imperial en ningún caso. Es más, la voy a destruir. Haz una nueva en la que no menciones ni una sola palabra de los problemas que tenemos con Gotert, ni de las ideas que podamos tener sobre el viaje. —Trucano reaccionó contra la injusticia y le replicó:
—Pero esto es absurdo, ¿y los oficiales? ¿Acaso no escriben? ¿Por qué miráis exclusivamente mi carta? —Alekt notaba, como buen marino, que el tiempo les pasaba demasiado y concluyó cualquier objeción:
—En otra ocasión te será explicado, ahora volvemos con los demás. —Y empujó con suavidad pero con vehemencia a su intérprete hacia el interior de la sala, donde conminó a todos los presentes a seguir con el tema.
Finalmente fueron asignadas las funciones de cada uno: Nástil enviaría el mensaje por luces a la Clan Tuoran; Trucano llamaría a los tres guardias uno por uno para que cayesen en la trampa de Emendel y el poderoso Balana; Urtrul, el otro segundo oficial y el administrador que llevaba las llaves de todos los compartimentos abrirían los cofres donde guardan los armamentos y desatarían los amarres de la cubierta, donde había gran cantidad de material militar guardado y oculto.
El plan se puso en práctica en no más de media hora. En ese espacio de tiempo ya podía ir registrando lo que iban encontrando en la impedimenta de la tripulación militar e irla desechando. Arrojaron al mar cosas realmente inútiles o en todo caso excesivas. Los soldados llevaban entre esos bártulos su propio material quirúrgico, sabiendo que ya tenían un cirujano a bordo muy bien equipado: aquello era redundante y por la borda fue; se trajeron armaduras para caballo, ¿qué caballos? Demasiado iluso encontrarse los mismos caballos en tierras remotas, que además se dejasen domar: por la borda. También hallaron armas repetidas, tres juegos de armas para cada soldado, ¿no sería mejor que se conformasen con una que ya tengan?: por la borda. El ruido que armaban se oía cada vez más mientras los siete hombres trabajaban con ahínco sin importarles si se despertaba hasta el mismísimo emperador en su propia cama.
Al cabo de un rato quien se despertaba era Gotert Muntro. Desde su camarote sospechó que algo grave pasaba, por eso mismo apareció con el sable empuñado y pudo presenciar la escena, flagrante en toda su ejecución. Gritó para que parasen, pero tras una breve e insultante mirada de Alekt, este y los suyos prosiguieron. Se le añadieron tres marineros más sirvientes del clan Tuoran, que reían ante los ojos perplejos de los soldados recién levantados y la expresión histérica de Gotert. Tiraron un disparador ligero, que a pesar de llamarse ligero pesaba doscientos kilos. Este descarte de tan espléndida arma la ejecutaron los marineros sin ningún remordimiento, porque en realidad los soldados ¡llevaban otro más! Tiraron juegos repetidos de corazas, tiraron la munición que correspondía a todo lo que habían tirado y en la distancia, en medio del murmullo del mar se oía el chapoteo de lo que simultáneamente iban echando por la borda la gente de la fragata Clan Tuoran. Tiraron