Caminos y fundaciones: Eje Sonsón-Manizales. Jorge Enrique Esguerra Leongómez

Caminos y fundaciones: Eje Sonsón-Manizales - Jorge Enrique Esguerra Leongómez


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desempeñaron en ella los grandes latifundistas y los conflictos agrarios que se generaron entre ellos y los colonos. Ciertamente, aunque en forma tácita, esos conflictos se ven de alguna manera reflejados en las historias individuales y locales, dependiendo de la fuente que cada uno de los autores maneje y, claro está, de las motivaciones personales, políticas e ideológicas de cada uno de ellos. Si analizamos los escritos de Restrepo Maya, de Juan Pinzón y de Juan B. López, por ejemplo, observamos claramente cómo el protagonista es el “colono”, quien transforma la selva en agricultura y traza la primera red viaria, pero, además, quien funda y construye las ciudades. En esos relatos, el gran terrateniente aparece después, cuando ya se han hecho las aberturas y se han valorizado las tierras, con el único ánimo de especular comercialmente con ellas. Puede ser coincidencia el que los familiares y allegados de los que describen sus realizaciones sean colonos y no propietarios de las grandes concesiones territoriales, como es el caso del cronista Juan Bautista López, descendiente directo del colono Fermín López; y pudo influir el hecho contrario de que, en Salamina, Neira y Manizales, en torno a la Compañía de González y Salazar, propietaria espuria de las tierras, se produjeran documentos oficiales amañados que enaltecieran el protagonismo del latifundista. Pero el común denominador de esas pioneras crónicas resalta, sin duda, sustentadas en la tradición oral, el papel principal que tienen los colonos, con un gran esfuerzo e iniciativa comunitaria y sin el apoyo de los poderosos o de los gobiernos, a excepción de las gestiones que estos adelantaron para agilizar los trámites legales de constitución de los poblados, que quedaron escritas en documentos oficiales.

      Salta a la vista, entonces, el giro descomunal en la interpretación histórica que le da el padre Duque Botero a la fundación de Salamina, apoyado en archivos documentales en verdad valiosísimos, pero que utiliza para pretender demostrar que el más grande terrateniente de la región, Juan de Dios Aranzazu, es protagonista de primer orden en la fundación de esa ciudad y, más aun, resalta su “probidad y altura moral” (Duque, 1974, p. 89). Este giro interpretativo lo ubica en abierta contradicción con su coterráneo Juan B. López y demuestra cómo las fuentes elegidas aquí provienen no del vago y pretendidamente indemostrable testimonio del trajinar sudoroso del colono, sino del rigor certero de la letra del archivo. Si nos atenemos a uno de las primeros análisis que se hicieron sobre la colonización antioqueña, el de Alejandro López (1927), en el que afirma que “en el siglo XIX solamente existían dos medios disponibles para conseguir tierras baldías: el uno es el papel sellado, ayudado de más o menos influencias personales [...]; el otro es el hacha” (Arango, 2001, pp. 42-43), podemos afirmar que las fuentes primarias también están determinadas por esas dos formas de colonización, y el padre Duque elige la primera como determinante y minimiza o desconoce la segunda, restándole importancia a juicios sobre la fundación de Salamina tan importantes como los que adelantaron el más grande historiador de Antioquia en el siglo XIX, Manuel Uribe Ángel (1885), o los historiadores Emilio Robledo (1916) y Juan Bautista López (1927). Con esto no queremos cuestionar la validez de las fuentes documentales escritas sobre las cuales el padre Duque hace un aporte importantísimo, sino defender las fuentes de la tradición oral y buscar mecanismos metodológicos para establecer sus relaciones con las que proporcionan los archivos, principalmente las cartografías antiguas, que, como veremos, serán determinantes para esclarecer las inconsistencias interpretativas. Por eso, en este trabajo se tratarán de confrontar de nuevo esos dos tipos de referencias, dentro de las posibilidades investigativas que se han planteado, fundamentalmente para esclarecer las razones de la elección de los caminos y el porqué de los nexos entre estos y los asentamientos urbanos.

      La historiografía de la “colonización antioqueña”

      Pero también era imperioso ponerse en contacto, simultáneamente, con los trabajos más recientes sobre la colonización antioqueña, particularmente con los estudios de historiadores que, como Albeiro Valencia Llano, Roberto Luis Jaramillo y Marco Palacios, en los últimos años han analizado más en profundidad el desarrollo de los procesos sociales y culturales de la vertiente sur de la gran migración. Ellos han puesto en duda la posición de Parsons, que considera la región colonizada como el reino del trabajo democrático en tierras distribuidas equitativamente para miles de familias, y han demostrado, por el contrario, que el desarrollo del poblamiento generado en Antioquia estuvo signado por la segregación social y el conflicto por las tierras que habían acaparado unos cuantos concesionarios. Hoy se tiende a afirmar que, aunque sin desconocer sus particularidades y diferenciaciones con respecto a otros procesos sociales que se han producido en Colombia, los generados en Antioquia resultaron muy similares a los nacionales en cuanto a las condiciones desiguales de la propiedad de la tierra y las oportunidades de los pobladores.

      Por eso, la historiografía reciente de la colonización antioqueña se debate entre apoyar la “novela rosa” o la “leyenda negra”, dependiendo de la mirada con que se la aprecie. Sin embargo, para hacer un análisis de esa historiografía, no es esta la clasificación estricta que aquí vamos a hacer, es decir, por sus resultados, sino otra diferente, que parte de los enfoques que los historiadores les han dado a sus investigaciones, casi siempre indagando sobre el origen del carácter antioqueño. Veamos a continuación esos enfoques.

      La tesis del origen del carácter antioqueño: ¿innato o adquirido?

      Los diferentes autores que han tratado sobre las causas que incidieron en los resultados de la gesta migratoria las relacionan con condicionamientos genealógicos, culturalistas o marcadamente económicos.

      La tesis genealogista

      Daniel Mesa Bernal, uno de los más importantes genealogistas de Antioquia, en su libro Polémica sobre el origen del pueblo antioqueño (1988) trae un completo panorama del debate que se ha desarrollado en torno al origen del carácter de sus habitantes, específicamente desde la visión de su supuesta procedencia étnica. Esta ha sido esgrimida con mucha frecuencia por quienes consideran que los “paisas” tienen particularidades en su comportamiento que los diferencian de otros conglomerados del país por la herencia ‘racial’, como si genes especiales hubieran determinado que esa región fuera relativamente una de las más industrializadas de Colombia en el siglo XX. Y, claro está, a la gran marea colonizadora antioqueña también la explican por una supuesta preponderancia étnica derivada de su origen, la mayoría de las veces tratado de demostrar como judío o vasco. La validez de todos estos argumentos es considerada por Mesa muy débil, y los defensores de uno u otro origen se han encargado de demostrar la falsedad del contrario (Mesa, 1988, pp. 73 y ss). Otros, indirectamente, hacen analogías entre la moralidad y la sicología antioqueña con la religión protestante, al igual que con la judía, para demostrar su papel en un supuesto desarrollo moderno capitalista. Al respecto, Mesa Bernal cita a Luis H. Fajardo (1966), quien dice:


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