Caminos y fundaciones: Eje Sonsón-Manizales. Jorge Enrique Esguerra Leongómez
los ejes topográficos inciden en la orientación de los trazados urbanos; y, en fin, el porqué se genera un paisaje tan particular en lo que hoy se conoce como “Eje Cafetero”. Para todo esto, es indispensable contar con los medios documentales apropiados, especialmente, una cartografía con levantamientos topográficos basada en fotografías aéreas, la cual hoy es un instrumento valioso que no tuvo James Parsons cuando realizó su investigación en la década del cuarenta2. Hoy contamos con un mapa del departamento de Caldas en escala de 1:250.000 elaborado por el IGAC y con la cartografía en escala de 1:25.000 correspondiente al eje Sonsón-Manizales, que hemos utilizado para la construcción planimétrica que sirve de apoyo a esta presentación.
Al abordar un análisis histórico apoyado en la geografía, se tropieza con el escollo de que esta ha cambiado sustancialmente desde que se sucedieron los hechos objeto de estudio. Las carreteras, por ejemplo, con trazados sinuosos mucho más complicados que las antiguas rutas de comunicación terrestre por las montañas, las han reemplazado, y por eso estas hoy no aparecen en los mapas. Algo similar sucede con muchas fundaciones que se realizaron inicialmente en sitios diferentes a donde actualmente se encuentran. Además, son muy escasos los mapas existentes que se levantaron en épocas pretéritas, y aquellos lo fueron sin ningún rigor científico: no son acotados en el plano horizontal ni en el vertical y están basados en la sola memoria de sus artífices, que ubicaban los caminos con algunas referencias vagas de ríos y montañas, cuyos sentidos y nombres muchas veces equivocaban. Por eso, la construcción de la cartografía actual debe apoyarse en esas pocas cartas, pero fundamentalmente en los testimonios que dejaron los viajeros que recorrieron el territorio en diferentes épocas. Si tomamos, por ejemplo, el relato de Manuel Pombo realizado en 1852 entre Medellín y Bogotá y constatamos con la cartografía actual los sitios, ríos, altos y demás parajes que describe minuciosamente a su paso por el camino abierto por los colonos por la montaña, entre Sonsón y Manizales, nos encontramos con que, en gran medida, han perdurado sus nombres hasta hoy. Pero lo que es más sorprendente es que muchos tramos de los caminos antiguos importantes, los llamados “caminos reales”, aún existen en la actualidad y sirven para las comunicaciones interveredales.
Por eso, la metodología que empleamos para el apoyo visual de este informe está basada tanto en las cartas construidas científicamente por el IGAC como por los documentos gráficos y escritos elaborados en las épocas a que nos referimos, y su resultado debe apreciarse con las reservas necesarias, por cuanto su interpretación ha sido, en gran medida, aproximada.
1 El historiador francés Fernand Braudel es parte de la escuela de los Annales, que se caracterizó por dar nuevas interpretaciones a la historia.
2 Parsons asegura que “el primer mapa con curvas de nivel fue el de la American Geographical Society en escala de 1:1.000.000, publicado en 1945”. Y anuncia que “el Instituto Geográfico Agustín Codazzi de Bogotá está publicando excelentes mapas topográficos en escala de 1:50.000 que abarcarán a toda Colombia” (Parsons, 1997, p. 36).
Uno de los aspectos más importantes relacionados con la llamada “colonización antioqueña” es el de la fundación de poblados, hasta tal punto que se ha considerado como el proceso fundacional más grande que se ha emprendido en el territorio que hoy corresponde a Colombia, después del que protagonizaron los españoles en el período colonial. Se calcula que “a ese tenaz esfuerzo colonizador se debe la existencia de más de cien poblaciones grandes y pequeñas, que constituyen un común denominador antropogeográfico” (Santa, 1993, p. 17). Las particularidades de ese proceso y su diferencia con el que le antecedió se pueden detectar sin mayores dificultades, pero es muy difícil precisar el momento histórico, así como el área geográfica en que ocurrieron esos cambios, porque existe evidentemente una continuidad entre ambos. De manera arbitraria se puede establecer como mojón histórico de diferenciación –tal como se ha hecho con tantas periodizaciones sociales y culturales– el cambio político ocurrido con la emancipación del dominio hispánico; desde esta óptica, las fundaciones de Sonsón y Abejorral serían “coloniales”, Aguadas correspondería a la “Independencia”, y Salamina, Neira y Manizales se catalogarían “republicanas”. Pero ¿cuál sería, en esencia, la diferencia entre la génesis de esas seis poblaciones cuando encontramos básicamente los mismos protagonistas y similares móviles, y hallamos condiciones geográficas y climáticas semejantes? Pero, si queremos ir aún más atrás en el tiempo y comparamos esos primeros trazados en cuadrícula del siglo XVI, con su plaza y sus edificios importantes en el centro, con los de los antioqueños con similares características, lo que encontramos son permanencias de prácticas consuetudinarias de cuatro siglos, que están respaldadas por modos de vida y costumbres que poco se modifican, pese a que ocurran cambios políticos de trascendencia innegable. Entonces, sería aconsejable una indagación que apunte menos a lo tangible y más a la esencia de ambos fenómenos, de tal forma que permita encontrar el punto de quiebre diferenciador. Este es el cometido de este aparte, y lo iniciaremos precisando que el modelo fundacional traído a América no es un invento hispánico, sino que tiene una continuidad histórica que se puede remontar incluso al nacimiento del fenómeno urbano en el mundo.
El modelo fundacional español es universal
Todo el proceso colonizador español durante tres siglos se fundamentó en la creación de ciudades. Como lo sintetiza el arquitecto Juan Carlos Pérgolis,
la conquista y colonización de América significó uno de los mayores esfuerzos de fundación de ciudades que haya conocido la historia. Junto con todo lo que llega de Europa a América –bueno y malo– en esos años, llega principalmente el modo de vida urbano: la ciudad como sitio y centro de la comunidad social, política, económica y religiosa. (Pérgolis, 1985, p. 1)
Y agrega que, “comparando la génesis de las ciudades americanas y europeas, se observa que en América las estructuras políticas preceden las económicas...” En efecto, explica Pérgolis, mientras allá la ciudad se va configurando como resultado de la activación de las fuerzas productivas de una región (ciudad centrípeta), en este continente, por el contrario, la ciudad se erige sobre un territorio para dominarlo (ciudad centrífuga) (Pérgolis, 1985, p. 1).
En las anteriores acotaciones se deduce que se pueden distinguir dos modos diferentes de concebir la génesis de las ciudades: uno, mediante un crecimiento básicamente espontáneo y orgánico (es el caso de la mayor parte del medioevo europeo), en el cual un conglomerado habitacional se va concentrando aleatoriamente sobre un lugar favorecido por las rutas comerciales que comienzan a activarse en correspondencia con el auge económico de la zona. Según estos asentamientos urbanos alcancen preeminencia como centros de acopio y de intercambio comercial, tendrán mayor o menor influencia política en la región, y las instituciones que signan el poder (tanto civiles como religiosas) se ubicarán físicamente también de manera aleatoria, en los lugares jerárquicos (ver figura 1). El otro modo originario de la ciudad es el “planificado”. En este se tiene un concepto preconcebido de ciudad, una imagen ideal de ella, ordenada geométricamente, que se debe plasmar sobre un territorio “vacío” con el objeto de dominarlo políticamente. Este modo está íntimamente relacionado con la conquista o colonización de esas áreas “vacías” y tiene antecedentes históricos que se remontan al Imperio romano, a la antigua Grecia (ver figura 2) y, aún más, el mérito de ser los primeros que probablemente planificaron ciudades debe atribuirse a la cultura de Harappa (2150 a. C.), en el valle del Indo (Morris, 1984, p. 40).
La característica determinante de las ciudades “planificadas” es la que dispone el orden espacial mediante una traza geométrica, y su génesis se concreta por medio de un