Caminos y fundaciones: Eje Sonsón-Manizales. Jorge Enrique Esguerra Leongómez
está presente la acción de trazar la ciudad y de disponer sus elementos de poder mediante una organización jerarquizada en torno al principal espacio urbano: el ágora, en Grecia; el foro, en Roma; o la plaza, en las fundaciones españolas. Es una ceremonia que consagra la civilización (civitas = ciudad) y que define un mojón histórico a partir del cual se consagra lo urbano.
Figura 1. Plano ciudad de crecimiento espontáneo (Nördlingen, medioevo europeo).
Fuente: Salvat (1985, p. 16).
Figura 2. Plano ciudad “planificada” (Priene, Grecia antigua)
Fuente: Salvat (1985, p. 14).
Como anota la arquitecta historiadora Silvia Arango con respecto a la experiencia fundadora en América, “el máximo gesto civilizador consistía en limitar el espacio: plaza, calle, cortijo, encierro. Allí donde el hombre dominaba la geografía encontramos el espacio artificial, es decir, el espacio” (Arango, 1989, p. 41). Y uno de los cometidos que también está presente en el ceremonial de demarcación es el de la repartición de predios que se hace también de manera jerárquica, de acuerdo con la importancia o el rango de los “fundadores”, sobre la plaza o en la periferia. También encontramos en este modo “fundacional” un aspecto invariable: el trazado debe responder a un orden estrictamente geométrico, ya sea la cuadrícula u otro, como el radiocéntrico del Renacimiento. Pero en todos está presente la noción de “centro” urbano, marcado por el espacio libre de construcciones, el espacio urbano por excelencia, que generalmente se sitúa en el centro geométrico. Todas estas características del segundo modo de originarse un núcleo urbano están presentes en el proceso de urbanización agenciado por los españoles desde los días iniciales de la Conquista, al igual que en el que realizaron los antioqueños en el siglo XIX. Lo que habría que precisar son las particularidades del primer proceso, el español, para poder posteriormente entender el segundo.
De España a América: la ciudad ideal cristiana
Se fueron señalando calles, plaza, solares, dándole de mejor en la mejor parte de ella a la iglesia, que es el que ahora tiene, y lo demás a todos los vecinos, según sus calidades cerca o desviado de la plaza, y en ella casa de Cabildo. (Fray Pedro Simón, 1891 [1627], citado en Salcedo, 1996, p. 142)1
...empezando por la plaza mayor, sacando las calles a puertas principales, dejando espacio previsto para el crecimiento... las calles anchas en los lugares fríos y angostas en los de clima caliente... se ubicará la Casa Real, la Casa del Consejo, Cabildo y aduana cerca de la iglesia. (Felipe II, 1953, citado en Pérgolis, 1985, p. 1)2
Figura 3. Plano ciudad con traza regular (Briviesca, península ibérica, 1208)
Fuente: Salvat (1985, p. 16).
El fenómeno de las fundaciones urbanas durante la dominación española en Iberoamérica ha querido interpretarse, sin fundamento, como si fuera un legado del planeamiento militar romano, que estuvo presente en la península ibérica en la dominación de ese Imperio trece siglos antes, o también –criterio más factible pero indemostrable–, como influencia de la ciudad ideal renacentista, contemporánea en sus inicios con el “descubrimiento” y la conquista de América. Porque hasta hace muy poco no se tuvo en cuenta el antecedente medieval europeo de fundar ciudades mediante trazas regulares, ni mucho menos el ibérico, fenómenos que en realidad tuvieron importancia a partir del siglo XII. Al respecto, el historiador urbano Jaime Salcedo, en su estudio sobre la génesis de la ciudad en Hispanoamérica y apoyado en los análisis del chileno Gabriel Guarda3, apunta que en España había una larga tradición en el establecimiento de campamentos y villas militares, los castros, que poseían una configuración regular: desde las ciudades fundadas por Alfonso I, en los inicios del siglo XII, hasta la fundación de Santa Fe de Granada, en las postrimerías del XV4 (ver figura 3). Pero lo más significativo es que esa traza regular, medieval, española estaba sustentada por tratadistas ibéricos, de los cuales el más importante fue el franciscano catalán Francesc Eiximeniç (1340-1409), quien, según Salcedo, “propuso una ciudad ideal cristiana cuya planta es cuadrada y cuyas calles se cruzan ortogonalmente en un damero de manzanas cuadradas”; y también dispuso los componentes principales, como la plaza mayor y la catedral, las cuales no debían relacionarse directamente, “para que las actividades del mercado no perturbaran el oficio divino” (ver figura 4). Y agrega Salcedo que “la ciudad ideal de Eiximeniç contiene los elementos que habrán de aparecer en la ciudad hispanoamericana” (Salcedo, 1996, pp. 40-41). Por consiguiente, si el modelo para la ciudad conquistadora era la ciudad cristiana medieval, los signos y símbolos de esa nueva ciudad debían expresar esa prolongación de España en América. Como dice Salcedo,
La ceremonia fundacional y ciertos elementos presentes en su origen denotan que la ciudad indiana estaba cargada de simbolismo, y que este simbolismo era comprendido plenamente por los fundadores. [...] conquistar territorios era una forma de vida; y fundar ciudades, una manera de fundar a España cada vez: la España cristiana. (Salcedo, 1996, p. 47)
Figura 4. Plano ciudad ideal de Eiximeniç (1383)
Fuente: Cehopu (1989, p. 91).
También Salcedo hace notar que esa prolongación del territorio español en nuestro medio se comprueba por la toponimia que escogieron los conquistadores, de allí que aparezcan Nueva Andalucía, Nueva Granada, Nueva España, Santa Fe, etc., y particularmente en Antioquia, Cáceres y Zaragoza. Pero también la presencia de nombres bíblicos y de tradición cristiana confirman esa proyección de los ideales religiosos afincados en la península; así, el propio nombre de Antioquia es una deformación del vocablo Antioquía, ciudad germen del cristianismo en el Medio Oriente.
Podemos concluir, de acuerdo con lo anterior, que existe una continuidad histórica en la creación de ciudades desde la España medieval hasta América, respaldada por su proyecto ideal cristiano, que lo ligaba con una intención eminentemente práctica, desprendida de la necesidad de establecer puntos de avanzada con el objeto de reconquistar o de conquistar un territorio para su fe. El campamento militar de Santa Fe de Granada, que los reyes católicos hicieron levantar en su ofensiva contra los musulmanes, es contemporáneo con las primeras fundaciones de conquista en nuestro continente. Y no puede existir diferencia entre el combate contra los “infieles” islamistas y el que se instituyó contra los nativos americanos si consideramos que ambas culturas eran “impías”. Salcedo lo explicita al señalar que el “orden” de la ciudad cristiana se contraponía con el “caos” pagano al que había que someter, y las Ordenanzas de poblaciones mantenían las antiguas tradiciones que repetían la cosmogonía mediante la consagración ritual (toma de posesión en nombre de Jesucristo) del territorio ocupado (Salcedo, 1996, p. 60). A propósito, se ha creído equivocadamente que fueron