Mañana morirás. Mayer Gina

Mañana morirás - Mayer Gina


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pretendes? —murmuró Sophia.

      —Ya verás —dijo la voz de Sarah en su cabeza.

      Emily vivía en un deslucido edificio amarillo que no se correspondía con ella. Una mansión con piscina y cancha de tenis habría sido más de su estilo. O un castillo antiguo. La princesa Emily. “Puede que no esté en casa”, pensó Sophia cuando timbró en el citófono.

      —¿Sí?

      —Soy Sophia Rothe. Estoy buscando a Emily.

      —Sube.

      Su compañera de curso la esperaba frente a la puerta del apartamento, en la escalera. Y le lanzó una mirada irritada, como si fuera una vendedora de revistas o un testigo de Jehová.

      —¿Qué pasó? —preguntó arqueando las cejas perfectamente diseñadas.

      —Tengo que hablar contigo —jadeó Sophia, que se había quedado sin aliento por las escaleras. Además, el corazón le latía a toda velocidad por los nervios. Qué idea más estúpida haber ido allí.

      Las cejas de Emily se alzaron aún más en su frente.

      —¿Y entonces?

      Una puerta se cerró en el piso de abajo. En el apartamento vecino resonaba una música. Sophia miró nerviosa a su alrededor.

      —¿Puedo entrar un momento?

      Emily dudó un segundo, pero luego señaló la puerta abierta de mala gana.

      —Por el pasillo, tercera puerta a la izquierda.

      Como si Sophia no supiera cuál era su cuarto.

      Un chico estaba acostado en la cama, con la mirada clavada en la pantalla del celular, escuchando música. No alzó la cabeza cuando ellas entraron a la habitación.

      Sophia habría querido dar media vuelta y largarse. Aun cuando Sarah Volker hubiera estado en la escalera, esperándola, con un cuchillo en la mano. Emily no serviría de nada. Seguramente había borrado el correo sin pestañear con sus largas pestañas.

      —¡Darío! —dijo Emily con un tono bastante cortante.

      El tipo seguía sin notar su presencia, embelesado con la pantalla de su celular, moviendo la cabeza al ritmo de una música que ellas no podían oír.

      —¡Daríooo!

      Emily se había sentado a su lado y le había gritado al oído. Y el chico había movido por fin la cabeza, había visto a Sophia y se había sobresaltado muchísimo, como si fuera la novia que acababa de sorprenderlo en una cita prohibida.

      —¡Hola! —saludó y se quitó los auriculares, por donde retumbaba Lady Gaga.

      Emily no le presentó a Sophia.

      —¿Qué querías decirme? —preguntó Emily finalmente, irritada—. Estábamos a punto de irnos. Desembucha.

      Darío no parecía estar a punto de irse a ninguna parte. Ahora que se había sentado en la cama, se apartó de la frente su pelo largo con cabeceo un poco afectado y le lanzó una mirada recriminatoria a Emily.

      —¿Ya revisaste tu correo electrónico? —preguntó Sophia.

      —Hace diez minutos.

      —¿Y?

      —¿Y qué?

      —¿Te llegó el mensaje de Sarah?

      —¿Perdón? ¿Cuál Sarah?

      —Volker.

      —¿Eh?

      —Sarah Barros —dijo Sophia.

      —Ah. No creo que vaya a escribirme. ¿Qué quería? ¿Organizar una reunión del curso?

      —No —dijo Sophia—. No tengo ni idea de qué pueda querer. Por eso estoy aquí. Quería saber si te escribió a ti también. Y si entendías algo.

      —¿Y qué fue lo que te escribió?

      Podía verse cómo la irritación de Emily se había convertido en un atisbo de curiosidad. “No tiene ni el menor rastro de arrepentimiento”, pensó Sophia algo impresionada.

      —Nada. Unas cosas raras —respondió.

      “Quizá el correo no era de Sarah”, pensó de pronto. ¿Pero quién más podía haberle enviado ese mensaje?

      Ustedes creen que se libraron de mí. Pero yo no los olvido.

      —No entiendo —dijo Emily—. ¿Todavía está molesta por esa tontería? Si fue solo una broma.

      Sarah Barros… Emily y sus amigas le habían tomado fotos en todas las situaciones posibles: en el vestuario del gimnasio, en la cafetería, en el patio central. Después habían alterado las imágenes: en vez de camiseta y pantalones, Sarah exhibía una ropa interior seductora y parecía una estrella de porno venida a menos. La propia Emily había escrito unas descripciones provocadoras: Sarah Pevau espera ávidamente tus comentarios, y cosas de ese estilo.

      Sophia había manipulado las fotos, porque poco antes había tomado un curso y era la única que sabía de edición digital de imágenes. El asunto no le había gustado al principio, incluso se había negado a participar.

      “Es muy infantil”, había dicho.

      “Claro. Pero muy divertido. Y no vamos a usar su verdadero nombre. Nadie sabrá que es ella”, había dicho Emily.

      Sophia había aceptado solo por eso. Porque había quedado convencida de que era una broma inocente. Ja, ja, ja. Eso sí que era un chiste, pues ella sabía desde el principio que Emily no conocía los límites, que no dejaría de atormentar a Sarah hasta que hubiera acabado con ella. No porque la odiara. Emily no tenía nada en contra de ella en realidad. Sarah no era una rival; era más bien como uno de los calamares que habían diseccionado en la clase de Biología. Un espécimen que se investigaba para saber más sobre sus características y patrones de conducta. Sarah era un experimento para Emily.

      “Nadie se dará cuenta de que es ella”, le había asegurado. Pero claro que todos se habían dado cuenta, porque Emily y su pandilla habían divulgado la página de Facebook por todas partes. La única que no sabía nada era la propia Sarah. Y cuando se enteró y mandó cerrar la cuenta falsa, la Sarah virtual había aceptado ya a cinco mil amigos, que era el máximo posible.

      La mamá de Sarah había ido directamente donde el rector a quejarse. Y el rector había emprendido una auténtica cacería de brujas. Había hablado con cada alumno por separado, gritado y amenazado, pero todos estaban involucrados de una manera u otra. De modo que nadie delató a Emily. Y Sophia también se salvó. Pero todo el tiempo había estado a punto de confesar. Lo único que la había detenido había sido el miedo de que Emily pudiera vengarse de ella con algo parecido. Probablemente también tenía susto de tener que salirse del colegio.

      —¿De qué están hablando? —preguntó Darío entonces—. ¿Quién es la tal Sarah?

      —Cosas del pasado —dijo Emily.

      Sophia pensó brevemente si no debería abrirle los ojos al chico. Pero guardó silencio. Igual que en aquella ocasión. Igual que todos los demás. Nadie había vuelto a mencionar a Sarah después de que se saliera del colegio. Estaba muerta para todos. Sophia había creído siempre que todos se sentían tan mal como ella, mas no era así, al menos en el caso de Emily. Después de que Sarah desapareciera de su campo visual, había perdido todo interés en ella. Pero ahora había vuelto a despertarse.

      —¿Qué decía en el mensaje? —insistió—. ¿Qué quería?

      —No es importante, en serio. Te lo puedo mostrar después. —O no. Sophia se dirigió a la puerta—. Bueno, me voy. Ustedes estaban de salida…

      —¿De salida? ¿Qué planes tienes, Emily? —preguntó Darío, el zopenco.

      Sophia reprimió una risita. Emily reprimió un ataque


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