Mañana morirás. Mayer Gina

Mañana morirás - Mayer Gina


Скачать книгу
estudiaba por las noches para graduarse de bachiller. Jugaba bádminton dos veces por semana y solía ir al cine. Le gustaban los Foo Fighters, Green Day y Nirvana, de los que Sophia solo había oído los nombres.

      —Es que son viejísimos —rio Felix—. Como yo.

      Tenía veinte años, cuatro más que ella.

      —¡Eso no es tanto! —protestó Sophia, y pensó: “Es perfecto. Veinte y dieciséis. Somos el uno para el otro”.

      —¿Qué piensas hacer después de graduarte?

      —Quiero estudiar.

      —¿Qué?

      —Eso te lo contaré cuando nos conozcamos mejor —dijo Felix.

      Cuando nos conozcamos mejor. Eso sonaba muy prometedor.

      —Pues me muero de la curiosidad —dijo Sophia.

      —¿A qué hora tienes que volver al colegio? —preguntó él, casualmente.

      Ella le echó un vistazo al reloj.

      —¡Ay, Dios! —gritó tan fuerte que a la mesera se le cayó el lápiz del susto—. ¡Tendría que haber vuelto hace rato! Ya empezó la sexta hora de clases.

      —Entonces no hace falta apresurarse. —Felix le hizo una seña a la mesera—. La cuenta, por favor.

      Mientras Felix la llevaba de vuelta al colegio, Sophia volvió a ponerse muy silenciosa. “Eso fue todo”, pensó. Me soltará en la entrada, se marchará y me olvidará.

      De pronto, estaba totalmente convencida de que él tenía novia. “Es tan lindo y gracioso e inteligente”, pensó. Alguien así nunca está solo. Y aunque lo estuviera, ¿se interesaría precisamente en alguien como ella?

      La bomba, solían llamarla antes. Eso se lo había contado Emily. Quizá la llamaban así todavía y ella no se daba cuenta.

      —¿Qué pasa? —preguntó Felix—. Estás muy callada. ¿Hice algo mal?

      Sophia negó con la cabeza.

      —No, nada.

      Él lo había hecho todo bien. Y ella se había enamorado perdidamente.

      —Oye —dijo Felix—. ¡Solo faltaste a una clase! No van a echarte por eso. Créeme, yo tengo experiencia.

      Sophia se rio, pero sonaba a risa forzada.

      —Puedo entrar contigo, si quieres. Y decirle a tu profesor que te caíste y perdiste el conocimiento por un momento. O que el guardia de mi tienda te sorprendió robando.

      —¡Qué buena idea! Pero mejor no. En la sexta hora de clase tenemos a la profesora Baumann, y dudo de que le parezca gracioso.

      —¿Qué enseña?

      —Música.

      —¡Huy! Qué mal. Los profesores de Música suelen tener complejo de inferioridad.

      Habían llegado al colegio. Felix se detuvo en la entrada y apagó el motor, aun cuando estaba prohibido estacionarse allí.

      —¿Qué es lo que te pasa? ¿Quieres que te acompañe y diga que yo tuve la culpa? Soy un excelente chivo expiatorio, créeme.

      —No digas tonterías. —Sophia negó con la cabeza. Aunque la idea de pasearse por el colegio con Felix a su lado era más que tentadora—. Puede que tenga suerte y la profesora Baumann no se haya dado cuenta de mi ausencia.

      —Como quieras. Pero me avisas si te trata mal. ¿Oíste?

      —Seguro.

      Entonces Felix se inclinó, y Sophia contuvo la respiración. Su rostro estaba tan cerca del de ella que le quitaba el aliento. Le tocó el chichón de la frente con la punta de los dedos.

      —¿Qué hiciste? ¿Trataste de atravesar una pared con la cabeza?

      —Eso te lo contaré cuando nos conozcamos mejor —jadeó Sophia.

      Y él se rio y le dio un beso. Solo en la mejilla, y muy rápido. Pero de todos modos, un beso.

      —Bueno —dijo Felix en voz baja—. Nos vemos.

      “¿Nos vemos?”. ¿No podía ser un poco más específico? Pero no vayas a estropearlo ahora, Sophia, se ordenó.

      —Bueno —dijo.

      Buscó la manija de la puerta y se bajó. Y sintió que el suelo se movía, como si estuviera borracha.

      “Tiene que ser amor”, pensó. Ya se había enamorado un par de veces: de Timo, que estaba en el curso paralelo, y después de Frederick, del grupo de teatro del colegio. Pero nunca había sentido algo parecido, tan profundo y poderoso y real.

      La ventanilla del copiloto se abrió de repente.

      —¡Te llamo! —gritó Felix—. ¡Cuídate!

      Después encendió el motor y se marchó.

      —Adiós —murmuró Sophia.

      Y tuvo que hacer un esfuerzo gigantesco para no alzar la mano y tocarse la mejilla. La mejilla que acababa de besar Felix. Como la estúpida heroína de una estúpida película romántica.

      —¿Quién era ese? —preguntó Eva, que estaba fumando junto a la puerta—. ¿Tu novio?

      Sophia se encogió de hombros y se limitó a caminar por su lado. “Te llamo. ¿Pero cuándo? ¿Cuándo?”, pensó.

      —Faltaste a Música —le gritó Eva por detrás—. La profe estaba furiosa.

      Era el mundo al revés. Sophia se había enamorado y flotaba en las nubes, mientras su hermano, el brillante, exitoso y superdotado Moritz, había fracasado. Por primera vez en su vida, justo en el momento definitivo.

      —Por Dios, Moritz —dijo su papá anonadado—. ¿Qué pasó?

      Él era ginecólogo y estaba encantado de que su hijo quisiera seguir sus pasos al estudiar Medicina. “Es maravilloso que el oficio permanezca en la familia”, decía. Como si estuviera hablando de una joya que se pudiera heredar de generación en generación.

      —¿Estabas nervioso? —preguntó su mamá.

      Pero Moritz nunca se ponía nervioso en los exámenes. ¿Por qué habría de ponerse nervioso? Siempre había sacado excelente, desde primaria.

      —¿Moritz? ¿Hola? —El señor Rothe se inclinó hacia delante y trató de mirar a su hijo a los ojos. En vano. Moritz tenía la mirada clavada en el huevo frito que tenía por delante, en la mesa—. ¿Qué le pasa? —le preguntó entonces a su hija, pero bien podía haberle preguntado al huevo.

      Sophia no tenía idea de qué le había pasado a Moritz en los exámenes orales. Ella y su hermano eran dos mundos, dos sistemas solares, que se comunicaban solo cada par de años luz… “¿Sabes dónde está mi cargador?”. “No”. “¿Me prestas el tuyo?”. “Si lo encuentras”. Después volvía a reinar un silencio sepulcral.

      —¿Acaso los evaluadores te acosaron? —preguntó la señora Rothe, cautelosa.

      —Para eso hay un protocolo —dijo el señor Rothe—. Si fueron injustos contigo, tienen que repetir el examen.

      Moritz se limitó a negar con la cabeza y apartó el plato.

      —Todos deberían saber que no pueden valer solo ese examen —comentó su mamá—. Has tenido un promedio excelente todos los años.

      —Todo estuvo en orden —dijo Moritz; su voz sonaba ronca, como si estuviera enfermo.

      —¿Qué quieres decir? —preguntó su papá.

      —Que me bloqueé. Eso pasa.

      —¿Pero por qué? Si todo lo demás lo lograste a ojo cerrado.

      —¿Cómo es


Скачать книгу