Tastoanes de Tonalá. María Honoria de Jesús Hurtado Solís
de Tlacotán, en la que aparece Santiago:
…salió del medio de ella un hombre a caballo blanco, con una capa colorada desenvaynada en la mano derecha, echando fuego, y que llevaba mucha gente consigo de pelea, [...] y los quemaban y cegaban, [...] ellos eran los que contaban que se había aparecido Santiago. Este milagro lo representan cada año los yndios en los pueblos de la Galicia (Tello, 1973: 227-228).
Matías de la Mota Padilla escribió en 1742, teniendo como fuente principal a fray Antonio Tello, que en la población de Mezquitán «…se celebraba anualmente, con el nombre de Tastoanes y en honor del santo Santiago, por los indígenas del lugar» (Mota Padilla, 1920: 62).
Continúa narrando y refiere a la batalla que tuvieron en la Guadalajara de Tlacotán, donde se dice que se apareció Santiago para defender a los hispanos:
[…] y siendo así que los españoles fueron los favorecidos, son los indios los que desde entonces hasta hoy celebran sin interrupción la memoria, conservando la tradición de esta victoria que parece nuestra, y los indios tienen por suya [...] [donde] al acometerles el figurado Santiago, [los tastoanes] caen en el suelo y vuelven a levantarse, repitiendo la escaramuza con donaire y celeridad hasta que se le rinden (Mota Padilla, 1920: 62).
El periódico tapatío Juan Panadero, de fecha 5 de agosto de 1880, menciona que la diversión de los tastoanes tuvo lugar en aquella ocasión en Mezquitán. Esta fiesta era considerada «digna de salvajes» por los periodistas Victoriano Salado Álvarez de El Correo de Jalisco y Rafael de Alba de El Heraldo, y derivó en una polémica que fue objeto de estudio de Alberto Santoscoy, quien recibió este encargo del general Ramón Corona. Todo esto tiene como marco el clima de debate propiciado por la llegada a Guadalajara del antropólogo estadounidense Frederick Starr, quien se había interesado en el ritual de los tastoanes (Santoscoy et al., 1950).
Cuando el general Ramón Corona era gobernador del estado de Jalisco ordenó hacer una investigación de la fiesta, cuyos resultados fueron incluidos en los Apuntes históricos y biográficos jaliscienses, obra de Santoscoy publicada en 1889, donde se considera a la danza digna de ser conservada (Santoscoy, 1984: 422).
Entre los trabajos más recientes que se han hecho acerca de la danza de los tastoanes están La conquista de la Nueva Galicia, de José López Portillo y Weber (1935) y Los tastuanes de Nextipac, obra de Ramón Mata Torres de 1987 que registra la fiesta de este lugar. Se conoce también La fiesta de los tastoanes (del poblado de Jocotán) de la antropóloga Olga Nájera Ramírez de la Universidad de Nuevo Mexico en Albuquerque, libro publicado en 1997. Ella aborda sobre todo el carácter mestizo de la fiesta. Agustín Yáñez escribió «Santiagos y tastoanes», en Por tierras de la Nueva Galicia; en 1991 Ezequiel Estrada Reynoso publicó Los tastuanes de Moyahua; La disputa por los tastoanes a fines del s. XIX, de Jesús Jáuregui, apareció en 2002, y Los tastoanes de Enrique Busto vio la luz pública en 2001.
En el caso de Tonalá, periodistas e investigadores hacen una descripción muy superficial de la danza de los tastoanes, mencionan algunas leyendas y hacen comentarios de la obra de Alberto Santoscoy, quien se había enfocado en los tastoanes de Mezquitán.
Así mismo, se ha dejado de lado la investigación en las fuentes directas de la tradición, como son los organizadores y participantes más ancianos de las diferentes poblaciones, quienes han conservado la tradición oral de sus antecesores. En la actualidad son pocas las personas interesadas en conocer lo que los ancianos guardan celosamente; se retoma sobre todo lo que los jóvenes han aprendido en los entrenamientos para representar a los tastoanes.
Continuación de esta tradición
La danza de los tastoanes de Tonalá dejó de representarse en este lugar por un lapso de tiempo a fines del siglo XIX o inicios del XX; no se conocen los motivos de la prohibición, pero existe una anécdota familiar de Ambrosio López Fajardo y de su esposa Margarita Flores Aceves que, al parecer, explica la causa por la que se suspendió temporalmente esta tradición.
Los hechos ocurrieron en la plaza de Tetlán, municipio de Guadalajara. Isabel Cisneros, quien fuera la abuela del señor Ambrosio López Fajardo, platicaba el cambio que tuvo su apellido original; todo sucedió a finales del siglo XIX a raíz de que la abuela tenía un pariente llamado Inés Tiznado, a quien mataron un día cuando se representaba la danza de los tastoanes.
Un vecino de Tetlán, que le tenía mala idea a Inés Tiznado, le pidió prestado el capote a un tastoán de los que se presentaron en la danza. Este estaba representando a Santiago apóstol y cuando correspondía hacer la gesticulación de estar destazando a Santiago, tomó por sorpresa a Inés y le dio de garrotazos en la nuca. Su muerte fue instantánea. Desde entonces los sobrinos del occiso se cambiaron el apellido por el de Cisnado, que terminó en Cisneros.
Este suceso, aseguran, originó que se suspendiera la jugada de tastoanes en la región. Cuando se autorizó nuevamente su realización, las autoridades multaban a quien prestara los capotes de tastoán a personas que no formaran parte de la representación. Al parecer esta prohibición alcanzó a influir, por su cercanía, en localidades como Zalatitán, Santa Cruz de las Huertas, Tonalá y tal vez incluso Tetlán y San Andrés.
En 1923 resurgió en Tonalá en forma definitiva la danza de los tastoanes cuando Sebastián Ladino, uno de los viejos del pueblo, volvió a ensayarla para su representación. Hablar de su resurgimiento en Tonalá es volver a darle sentido a una de sus festividades más importantes, la dedicada al santo patrono. Año con año se realiza esta danza pagano-religiosa para honrar al abogado del pueblo.
Los tastoanes se representan en Tonalá en ocasión de la fiesta de Santiago apóstol, defensor de los españoles en el siglo XVI, protector de los cristianos en los momentos difíciles de la conquista de la Nueva Galicia. En Zalatitán se representan en los festejos de su patrona, la Virgen del Tránsito, y en Santa Cruz de las Huertas, en la fiesta del Señor del Buen Temporal.
Tastoanes chocando sus armas (Santa Cruz de las Huertas, ca. 1970). Autor desconocido. Colección Honoria Hurtado.
En 1530, cuando llegaron los conquistadores españoles al occidente de México, esta región estaba habitada por una variedad de grupos indígenas, cada uno de los cuales hablaba su propia lengua. Los tecuexes y los cocas se encontraban en gran parte del actual estado de Jalisco y convivían en la provincia de Tonalá (Baus, 1982: 9). Aunque ambos grupos lucharon contra Nuño de Guzmán, el conquistador usó a los cocas para someter a los belicosos tecuexes.
Con el fin de que le tuvieran suficientes bastimentos para su gente y los animales, Nuño de Guzmán envió a Tonalá un mensajero, quien al llegar al pueblo dijo que los españoles «traían unos animales que corrían mucho, y los alcanzarían y matarían y comerían a bocados». La señora cacica le dijo que por su parte ella y sus tierras eran del emperador y tendrían todo lo necesario y que le diese dos días para comunicarse con sus capitanes y gente de guerra (Tello, 1968: 113-114).
Tonalá tenía por gobernante a una mujer llamada Cihuapilli Zapotzintli (noble mujer dulce zapote). Sus caciques y deudos se