Guardianes de Titán. Éride. Jordi Sánchez Sitjes
aprovechar las habilidades especiales que poseen, aunque ellos prefieran emplear la palabra don, en beneficio de la Unión Colonial. A la práctica, la organización ha acabado integrándose dentro de las fuerzas armadas que componen la Unión. Actúan en todo tipo de conflictos, sobre todo en aquellos considerados altamente peligrosos o de máxima seguridad. Al principio pretendía ser una especie de orden espiritual, pero acabó derivando en una organización militar más. Es una verdadera lástima, pero la humanidad ha demostrado que solo está capacitada para la guerra. —Reflexionó antes de continuar, mientras Elia prestaba atención a cada palabra—. Reciben el nombre de Augur en referencia a una antigua orden de sacerdotes que practicaban la adivinación. Empleaban la magia en lugar de métodos científicos o racionales para descubrir entidades o elementos desconocidos u ocultos. Evidentemente no está documentado ni acreditado que aquellos sacerdotes poseyeran algún tipo de poder especial, sin embargo, los augur sí tienen habilidades físicas y psíquicas superiores a cualquier humano. Por ello, muchos naturalistas afirman que nos encontramos delante de una nueva etapa de evolución para la humanidad. Sinceramente, y es una opinión muy personal, yo estaría de acuerdo con ellos.
Elia empezó a atropellarle a base de preguntas.
—Pero, ¿por qué uno llevaba un arma y el otro no? Sostenía una especie de bastón en una mano y nada más… Y si son una fuerza militar, ¿cómo es que solo hay dos aquí?
—Bueno. No es exactamente un bastón. Se le llama Lituo. Normalmente canaliza el poder de su portador. Eso dice la teoría —soltó una enorme sonrisa—. Los augur no suelen, o mejor dicho solían, llevar armas. Era así hasta que el almirante Thrownill se hizo cargo de la orden. Entonces quedó adherida oficialmente como parte de las fuerzas armadas de la Unión, y fue cuando se empezó a frecuentar el uso de los fusiles láser entre sus miembros. Normalmente los augur físicos son los que se resisten más en emplear armas… —Hier hizo una pausa ante la cara de no entender nada que estaba poniendo Elia—. Vale. Te explico brevemente para que te hagas una idea básica. Dentro de la orden Augur, hay tres ramas de poder según el don que se posea. Están los físicos, que se valen de capacidades atléticas y biológicas muy superiores a la de los humanos. Los psíquicos son aquellos que tienen capacidades puramente mentales, como ver o percibir el futuro, y en ocasiones también de conocer el pasado. Y por último tenemos a los quinéticos, quienes pueden controlar mentalmente el medio externo. Por eso, es posible que, para fines de autoprotección, un augur de la rama de psíquicos sin más poder que la clarividencia, la telepatía, la psicometría o la precognición lleve un láser, mientras que un augur físico ya es por sí solo un arma, o que un augur quinético con dones como la telequinesis, la crioquinesis, fragoquinesis, geoquinesis, o piroquinesis no necesite arma alguna para defenderse.
—Entiendo… creo... —exclamó la joven.
—Normalmente van en grupos reducidos. Has visto a dos, lo normal es que sea así, pero también tres, cuatro… nunca verás a más de cinco juntos, a excepción de que se trate de un conflicto de una gran envergadura y que se requiera la presencia de varias escuadras o de un escuadrón entero.
Un grito ensordecedor interrumpió la conversación entre ambos. A pocos metros de distancia, un equipo médico acudía a la zona donde se había producido el incidente. También se acercaron varios soldados milicianos. Parecía que estaban atendiendo a un niño que había sufrido un percance. La madre, que se encontraba junto a él, parecía tener un brote de histeria. La pobre no dejaba de lamentarse y llorar. Poco a poco, entre los curiosos, los médicos y los soldados que trataban de dispersar a la gente perdieron la visión de lo que sucedía, aunque todavía podían oír los lamentos desgarradores de aquella madre.
—Será mejor que nos vayamos ya —sugirió acertadamente Hier.
Elia asintió con la cabeza sin decir nada. Estaba visiblemente afectada por la situación, por el lugar, por todo lo sucedido hasta ahora. Cuánto antes pudieran salir de allí, mejor.
Se dirigieron a uno de los accesos exteriores del campo, señalizado como “A10”, ubicado en la parte noroeste del recinto. Allí había establecido un punto de control. Era uno de los diversos puntos repartidos por la zona y desde donde se gestionaba cualquier salida del campo, tanto de trabajadores internos (médicos, voluntarios de organizaciones no gubernamentales, funcionarios) como de refugiados. Estos últimos, pero, tenían muy limitada la posibilidad de salir. Solo aquellas personas que dispusieran de pases naranjas (distintivas para refugiados políticos y de clase alta) o verdes (con permiso de trabajo acreditado y aceptado, llamados vulgarmente “esenciales”) eran consideradas aptas para abandonar el lugar.
Conseguir un pase era complicado, y en el caso de las tarjetas verdes, casi siempre se obtenían tras pagar un precio convenido. Era inevitable también, que las mafias, algunas operando desde el mismo campo, entraran en escena para sacar beneficio de aquella situación. Por un sustancioso porcentaje lograban hacerse con una gran cantidad de pases de salida. Irónicamente, aquella tragedia había beneficiado a los grupos que operaban ilegalmente, como los piratas espaciales, que por precios elevados trasportaban refugiados a cualquier punto de la galaxia saltándose los vetos establecidos por los sectores planetarios. Los piratas, especialistas en burlar aduanas y controles de la Unión, llevaban desde el inicio del conflicto moviendo refugiados ilegales por diversos sectores planetarios, quienes no dudaban en gastarse los ahorros de toda una vida para llegar a zonas más seguras y tranquilas.
¿De qué manera había logrado Hier las dos acreditaciones verdes? Es algo por lo que ella sentía cierta curiosidad, aunque lo importante es que dispusieran de los salvoconductos. Así que optó por no preguntar. De momento.
Antes de llegar al punto de control había que superar un escáner de retina y de identidad, y otro corporal, con el objetivo de encontrar posibles sustancias escondidas en el propio organismo. Para acabar, los soldados registraban bolsas de equipaje, de manera muy minuciosa. Con esta finalidad se perseguía encontrar armas o sustancias ilegales que cualquier refugiado pudiera introducir al exterior.
Había una dotación militar encargada de dichos registros, y funcionarios de Havenlock City validaban los protocolos a seguir. Los augur presentes en los campos, supervisaban y observaban que el proceso se desarrollara correctamente amparado bajo las leyes de la Unión.
—Por aquí —le dijo a Elia, guiándola por el laberinto que conformaban las tiendas por todo el campamento.
Con paso acelerado, Hier la cogió del brazo, para en un rápido quiebro, entrar en una de ellas. Era algo austera, había una gran mesa con medicamentos y material de botiquín esparcido por ella, un pequeño mueble que contenía alimentos y líquidos de avituallamiento situado en una esquina, y poco más.
—¡Diablos!, ¿de verdad eres tú? —preguntó la mujer que se encontraba en ella. Hier sonrió y afirmó con la cabeza. Hicieron el gesto de darse la mano, pero acabaron abrazándose. Aun así, le seguía mirando raro—. No puedo acostumbrarte a verte así, querido amigo... En fin, ya era hora de que llegases. Te has demorado bastante.
Parecía algo nerviosa. Les esperó durante un largo rato, y eso había acrecentado su estado de intranquilidad. Elia la observó detenidamente. Era joven, o al menos parecía menor de treinta y cinco años. Aunque nunca se había vanagloriado de tener buen ojo para las edades. Cabello largo y castaño, portaba un cigarrillo de salvia roja [16] sobre unos labios gruesos y casi perfectos. La mujer, tras examinar detenidamente a Hier, se concentró en Elia, a quien miró con mucho interés, tanto que hizo incomodar a la chica.
—La impaciencia nunca ha sido una virtud —replicó Hier.
—En mi caso, es totalmente cierto —respondió lacónicamente la mujer apartando la vista de Elia. Del bolsillo de su camisa sacó los dos pases—. Toma, aquí tienes lo que habíamos hablado.
Hier extendió la mano y cogió los pases verdes. Los revisó detenidamente.
—Mantente alerta en todo momento. No te confíes. Sal de aquí lo antes posible, no es zona amiga. He visto dos augur por el campo. No me suenan, parecen cachorros de nueva hornada. Preguntaré por ahí sobre ellos, a ver qué me dicen.