Guardianes de Titán. Éride. Jordi Sánchez Sitjes
se han producido varios encuentros entre la prelatura de Los Hijos de RaShal y los augur? —relató Jonas.
—¿Cómo sabes eso? —preguntó Dan con cierto asombro.
—Por alguien que trabaja para el gobierno. Evidentemente no voy a revelar mis fuentes. Pero me aseguró que pudo observar con sus propios ojos cómo se producía una reunión clandestina en sede parlamentaria entre un alto cargo del gobierno, un patriarca de Los Hijos de RaShal y un tipo enfundado en un antiguo uniforme gris de general, utilizado por los augur durante la guerra civil galáctica. Precisamente esta pequeña junta se produjo días antes del atentado de Cairn. ¿Coincidencia?
Las últimas palabras de Arly hicieron reflexionar a Dan. ¿Estarían actuando los augur en nombre del Primer Cónsul? Eso podría avalar la teoría del consejero Johr sobre una conspiración apoyada por un gabinete corrupto. Pero los augur tienen una disciplina basada en una moralidad y una ética intachable, sería algo impensable que pudieran participar en algo tan turbio. La última vez que los augur se salieron del camino se remontaba a la guerra de Secesión, cuando el almirante Thrownill creó la división Blazar dentro de la orden. Fueron sus matones particulares, pendencieros y arrogantes, ebrios de supremacía, que utilizaron su poder para perpetrar masacres entre la población civil. El Monumento a los Inocentes, en el planeta Corintian, es la prueba viviente del daño que causaron. Esa actuación provocó una revuelta interna, que acabó con la aniquilación de los Blazar y la huida de Thrownill.
—Independientemente de este supuesto acontecimiento, y las dudas que puede generar la presencia de los augur en el sector Zoé a raíz de ello, quiero trasmitiros el sentir del consejero Johr, y todo lo afectado y sensibilizado que está con vuestra causa. Es por ello que nos interesa conocer vuestro parecer, y si Vanuat, siendo el principal afectado en estos momentos, estaría interesado en unirse a un movimiento de protesta contra el Consejo Federal que podría liderar el propio Dyron Johr. El bien de la galaxia solo puede conseguirse con una serie de cambios —Dan Bilson miró a sus dos interlocutores al finalizar su discurso.
—Absolutamente —contestaron al unísono los dos representantes planetarios.
[11] Nave pequeña y de uso particular. No muy habitual para moverse por ciudad, donde impera el uso de aeromóviles.
[12] Durante el descubrimiento de los sectores coloniales, muchos fueron los exploradores que encomendaron sus expediciones a deidades y personalidades históricas como protectoras en sus largos y peligrosos viajes. Aquellas historias arraigaron en cada sector colonial y pasaron a formar parte de su propia mitología.
[13] Herederos del moderno ascensor, nombrados así por su forma y recubiertos de un cristal opaco. Una vez dentro de un tubular, eres teletransportado allí donde elijas dentro del mismo recinto.
Campamento de Refugiados
Elia se encontraba en medio de todo aquel caos. El gentío era enorme y había algo de desorganización. Hacía pocos días que habían aterrizado en el aeropuerto espacial de Virgin One y trasladados al campamento de refugiados. Pero aquello era peor de lo que imaginaba. El campamento estaba asentado sobre un extenso terreno árido, en las afueras de Havenlock. Había sido totalmente vallado, y los refugiados se agrupaban en tiendas y cápsulas de habitabilidad. A Elia le sorprendió la cantidad de niños que allí se daban cita. Familias enteras habían huido de las zonas en conflicto. Le pareció que había pocos médicos y voluntarios para la cantidad de gente que allí se concentraba. Sin embargo, sí había una gran presencia militar en la zona. Una guarnición entera de la milicia sectorial custodiaba el campamento y daba apoyo a las dotaciones locales de la fuerza del orden. Le pareció algo ilógico tal despliegue militar, ya que daba la sensación de que más que refugiados en realidad eran prisioneros de guerra.
La impaciencia había hecho mella en ella mientras esperaba el regreso de Hier. Estaba algo agobiada en aquella cápsula habitable junto a otras diez personas. Al llegar a tierra firme e instalarse en el campamento, había vuelto a desaparecer. Esta vez, no obstante, le había explicado que iba a encontrarse con su contacto allí dentro y conseguir las tarjetas de trabajadores esenciales que les permitiría abandonar aquel sitio y trabajar en la granja.
Aunque en primera instancia la idea de trabajar en una granja no le había parecido la mejor de todas las ocurrencias, su percepción estaba cambiando a marchas forzadas al ver la situación real que existía dentro de aquel campo de refugiados. Quería salir de allí a la primera oportunidad, y confiaba lo suficiente en Erik Hier. Desde su encuentro en el carguero Andrómeda, se había mostrado una persona amigable y abierta. Gracias a él había mitigado en algo la soledad y el dolor en el que se hallaba sumida desde la muerte de sus padres.
Mientras esperaba, podía observar todo el panorama: niños jugando a batallas, adultos intentando conseguir ropa o comida, algún incidente o alboroto esporádico entre refugiados, militares en permanente estado de alerta. Entre todo aquel movimiento, a Elia le llamó la atención dos de los militares allí presentes. No eran como los demás soldados que custodiaban el campo, su semblante era serio, vestían un uniforme gris con franjas de color rojo en las mangas y los pantalones, distinto al de las milicias –que eran rojos con detalles en negro– o al de las fuerzas del orden –que vestían completamente de negro–. Uno de ellos, el más delgado y bajito, portaba un arma, quizá un láser de última generación (por el perfil, le pareció que se trataba de un fusil de asalto T-Láser v3 [14] ). Su compañero, no parecía disponer de ningún tipo de arma de fuego. Era muy alto, seguramente medía más de dos metros, pero a su vez era corpulento y fuerte. Toda una masa de músculos. Jugueteaba con una especie de bastón de aleación plateado, pequeño y manejable a una mano. Ambos llevaban un casco blanco, del que destacaba una gran media estrella. Debían ostentar un rango importante, ya que los demás militares parecían obedecer sus indicaciones, y se presentaban con frecuencia a reportarles cualquier situación anómala que pudiera suceder dentro del campo. Elia les estuvo mirando con mucho interés durante un largo rato, hasta que al final se fijaron en ella. Fue entonces cuando apartó la mirada y se hizo la distraída. En ese mismo instante, una mano se posó sobre su hombro provocándole un pequeño susto.
—Eh, soy yo. Lo siento. No quería asustarte, niña —le dijo en tono suave Hier. Y es que Elia no había podido evitar soltar un pequeño grito de espanto.
—Tranquilo, no pasa nada —dijo ella, volviendo a buscar con la mirada a los dos hombres. Para su alivio, se habían alejado un poco, ajenos a ella. Hier se percató de ello.
—¿Pasa algo?
—No, no, en absoluto —contestó apresuradamente ella—. ¿Has conseguido las tarjetas?
—Hier sonrió ante la ansiedad que mostraba la chiquilla.
—Debemos reunirnos en un rato con mi contacto en uno de los habitáculos del campo, y nos las facilitará —le contestó sosegadamente—. Recuerda, deberemos mostrar las tarjetas en uno de los puestos de control para poder abandonar este sitio. Una vez fuera, nos estarán esperando para trasladarnos hasta la granja.
—¿Así de fácil?
—No, nada de eso —sonrió—. Aquí no hay nada fácil. Para conseguirlas se ha pagado un alto coste. La gente se suele aprovechar de estas situaciones, ¿sabes? Para optar al privilegio del que gozaremos, hay que tener muchos sardes [15] de la Unión —Elia se sintió algo avergonzada, a la par que agradecida. Hier sonrió e inesperadamente cambió de tema—. Por cierto, aquellos dos hombres a los que prestabas tanta atención, son dos miembros de la orden Augur.
—¿Cómo…? —preguntó sorprendida.
—No he podido evitar ver cómo los observabas con curiosidad —replicó con una sonora carcajada.
—Los augur resultan un misterio para mí. Es la primera vez que tengo unos tan cerca.