Feminismo Patriarcal. Margarita Basi

Feminismo Patriarcal - Margarita Basi


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valor como machos. Así, el hombre siente un orgullo especial por su profesión, a pesar de que esta no tenga gran trascendencia.

      La fémina, en cambio, vivirá la experiencia laboral como un deber con el que debe hacerse un hueco en el mundo de los hombres si no quiere volver al ostracismo del hogar, o bien como una válvula de escape con la que soporta algo mejor el encierro existencial que ser mujer, amante, pareja, madre y trabajadora implica.

      Y en los pocos casos en los que la mujer tiene un puesto de responsabilidad a la altura de hombres con éxito profesional, repetirá idénticos patrones de dominio, sometimiento y frialdad que sus colegas varones. Porque ninguna mujer alcanza la cima profesional sin apartarse de los principios y reglas con las que el heteropatriarcado capitalista protege su statu quo.

      El hombre ha tenido que adaptarse en un breve periodo de tiempo a grandes cambios en su rutina y en la forma de entender su masculinidad: coger la baja por paternidad; bañar, limpiar y alimentar a su bebé; ayudar a sus hijos con sus deberes, llevarlos y recogerlos de la escuela; cuidar del hogar…

      Para un hombre que no ha tenido la misma educación cultural que una mujer, llevar a cabo estas acciones no resulta nada cómodo, al menos para la gran mayoría. Además, para disponer de tiempo para realizar todas estas tareas es necesario que renuncie o reduzca el tiempo que empleaba antes en hacer otras actividades para las que sí fue educado: para estar con los amigos, hacer deporte o simplemente para estar solo en su «cueva». Actividades muy necesarias también para el buen equilibrio de cualquier tipo de identidad.

      Otra dificultad con la que el hombre se ha encontrado en estos últimos años y que afecta directamente al sentido de virilidad con el que ha sido adoctrinado es el afán de «conquista» y su tendencia «cazadora».

      Acostumbrado a ser él quien tomaba la iniciativa seductora en el cortejo, afianzando así su identidad masculina, el hombre ve desconcertado cómo proliferan por internet catálogos y páginas rebosantes de perfiles femeninos que no solo buscan una relación estable (de hecho, estas son las que menos), sino relaciones esporádicas con fines puramente sexuales. Sin ataduras y sin compromiso. De esta manera, el varón es ahora como un león enjaulado y saturado que ve que ya no tiene necesidad de desplegar sus encantos en el natural proceso de seducción, ya que con tan solo hacer un clic en su teléfono móvil o tableta tiene a su disposición todo lo que necesita y más. Esta realidad, en cierta forma lo desmasculiniza, pero, lejos de atraerlo hacia una apertura emocional y sentimental con la que empezar a relacionarse con las mujeres, lo frivoliza llevándolo a enfrentarse a las relaciones con las féminas a través de una actitud insustancial y superficial (ellas hacen lo mismo, aunque el impacto emocional pueda ser distinto) con la que las cosifica y utiliza como simples instrumentos pasajeros de compulsivo placer.

      Es cierto que la masculinidad y la feminidad están descomponiéndose y eso es una buena noticia. Sin embargo, en esa deconstrucción se están perdiendo unas «formas», claramente impostadas, que limitaban cierto tipo de conductas despiadadas y sin escrúpulos con las que las parejas y cualquier otro tipo de relación social estaban a salvo, a pesar de la inopia colectiva en la que creían identificarse.

      Hoy en día hemos rasgado el velo de la vergüenza y de la falsa realidad, pero seguimos traumados por las tóxicas creencias con las que hemos aprendido a segregar, separar, erradicar y violentar a todo aquel que no nos sirve para saciar nuestros egoístas, simples y egocéntricos intereses, utilizando a las personas como puros medios de obtención de placer, beneficio económico o poder social.

      Y, como es lógico, las mujeres son las que salen peor paradas de este giro paradigmático en el que la sociedad parece recrearse tomando esta actitud como un modelo a seguir.

      No sirve de nada destruir un hábito o conducta sin tener la idea o el ideal en el que inspirar otro hábito o conducta nuevos. Y eso es lo que ocurre: la sociedad de consumo liberal y capitalista confunde los ideales con materialidades. Sin alimento, sin refugio y sin abrigo morimos. Pero sin ideales vivimos como muertos. ¿Qué es peor?

      Entonces, ¿qué quedaría en los individuos, una vez expoliados de su supuesta naturaleza, política y cultura que estos han acabado por creer universal e innata a su condición humana?

      Es difícil saberlo. Lo que sí puedo visualizar es una imagen mucho más suave, sin aristas, sin tantas diferencias como nos quieren hacer creer. Es decir, pienso que todos los colectivos de identidad (heteros, homosexuales, lesbianas, bisexuales, andróginos, queer….) somos mucho más parecidos entre nosotros de lo que la sociedad nos ha hecho creer, empeñándose en diversificar y singularizar a los individuos por sus rasgos externos y actitudes politizadas de origen doctrinante, y que nada tienen que ver con una visión descentralizada de las ideologías de masas, cuyo objetivo sería el de animar a las personas a elegir libremente distintas pinceladas del basto abanico ideológico existente sin cerrarse a ninguno en concreto. Eso sería actuar con madurez y sabiduría.

      Nadie tiende a diferenciarse de otros semejantes cuando vive en un estado de concordia, fraternidad y dignidad que le hace sentir seguro, respetado y valorado como ser humano, y no segregado por signos externos banales, absurdos e intrascendentes con los que la sociedad patriarcal ha decidido categorizar al ser humano. Como si el simple hecho de ser humano no fuese razón suficiente para que todos formásemos parte de un mismo referente en donde lo único trascendente fuese la capacidad emocional, sensitiva y amorosa propia en cualquier ser humano. Porque nos habríamos dado cuenta de que el poder de la razón cuando va supeditado al poder del sentimiento es válido y completa al primero. Sin embargo, priorizar la razón por encima de los sentimientos acaba destruyendo nuestras relaciones humanas, como ya hemos visto a lo largo de nuestra historia y evolución.

      CAPÍTULO 5

      LA PSEUDOFEMINIDAD EN EL HETEROPATRIARCADO Y SUS RAZONES

      A. LA MUJER MANTIENE UNOS PRIVILEGIOS POR SER MUJER

      La mujer es la única responsable de perpetuar algunos valores y actitudes patriarcales para no perder ciertos privilegios a los que no tendría acceso si rechazara ciertas actitudes machistas. La fémina no tiene reparos en sacar sus «armas de mujer» cuando quiere conseguir algo de un hombre, y no me refiero a los momentos en donde deja fluir su sensualidad natural sin más fin que ese (algo que a algunos hombres incomoda), sino cuando busca que el varón contribuya en la consecución de los objetivos e intereses para acceder a sus rancios privilegios. Porque, cuando de lo que se trata es de alcanzar otras metas, la mujer se las arregla muy bien ella sola sin la intervención masculina.

      Y es en el sucio manejo de la identidad del otro, en el chantaje oculto con el que nos denigramos a veces como seres libres e independientes, cuando permitimos que «el otro» nos humille, menosprecie o trate como a un objeto tan solo para conseguir su beneplácito, con lo que henchimos un ego que nos aleja de nuestra honestidad y respeto hacia nosotros mismos.

      Hay infinidad de formas con las que hacemos creer al «otro» un deseo y un sentimiento inexistente, pero que socialmente aceptamos como válido y con el que engañamos y nos dejamos engañar para hacer que las relaciones de interés parezcan todo menos eso. Es un simple convenio, las reglas de un juego perverso que acabará minando las relaciones, desencadenando el desprecio y la rabia entre sus miembros. Y solo por no querer responsabilizarnos de nosotros, de nuestros sentimientos y emociones con los que construir relaciones libres y sanas.

      Unos cuantos privilegios que la mujer posee y mantiene por el mero hecho de serlo son los que siguen:

       En la mayoría de países no están obligadas a ir a la guerra.

       No suelen acceder ni elegir profesiones de alto riesgo, como bomberos, policía antidisturbios, artificieros, mineros, rescatistas marinos y submarinos, buzos, pilotos de caza…

       Rehúyen escoger (quienes lo hacen son una gran minoría) carreras de alto nivel que les proporcionarían un mayor sueldo y proyección profesional, como las ingenierías, las científicas o las tecnológicas.

       Aunque un grupo de mujeres se encuentren de improviso delante de una pelea, ninguna tratará de separar a quienes se golpean, ni nadie esperará que así lo hagan, sino que buscarán al hombre más cercano para poner fin a la reyerta


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