Feminismo Patriarcal. Margarita Basi

Feminismo Patriarcal - Margarita Basi


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posicionar a las mujeres como ciudadanos de plenos derechos, al igual que ya lo eran los hombres por el mero hecho de haber nacido varones.

      Sin embargo, la brecha salarial se mantiene en los trabajos femeninos. La dificultad de las mujeres profesionales para escalar puestos de responsabilidad en las empresas y el aumento de la violencia sexual hacia ellas persisten, sin que las fórmulas que los gobiernos proponen sirvan de mucho para frenar esta lacra.

      El feminismo y sus avances ya no bastan para solucionar los graves problemas que afectan sin duda a las mujeres. Si el feminismo buscaba alcanzar «la igualdad» gracias a incorporar en su identidad unos valores masculinos, se ha encontrado con que estos ni eran tan maravillosos ni representaban la panacea con la que solucionar una situación que, a pesar de habernos casi acostumbrado a ella, en muchos casos aún resulta indignante y vejatoria para las mujeres.

      No somos iguales a ellos ni ellos a nosotras (los hombres lo han sabido siempre y por ello han creado un mundo acorde a sus intereses).

      Nuestras necesidades difieren de las de ellos, y viceversa. Por tanto, deberíamos exigir y luchar por conseguir unos derechos y obligaciones propios a nuestra naturaleza femenina. Sin embargo, es probable que estos vayan en contra o desestabilicen los derechos que han existido siempre y que fueron pensados para satisfacer al varón únicamente.

      Ser madre hoy en día es un gran inconveniente a la hora de cooperar en el engranaje productivo, competitivo y agresivo en el que se sustenta el sistema capitalista y liberal que impera en nuestra sociedad. Obviarlo es inmaduro y estúpido, a pesar de ser una gran injusticia, y ya no solo para las mujeres que son madres y profesionales, sino también para la sostenibilidad de nuestro planeta. Pero no comprendo por qué nos escandalizamos tanto de que las mujeres madres no tengan las mismas oportunidades de proyección profesional que sí tienen los hombres y, en cambio, no suponga ninguna desvergüenza el hecho de que ese mismo sistema (al que tanto ansían pertenecer las mujeres trabajando en profesiones que lo mantienen y engrosan) permita la destrucción de nuestro planeta, contribuya a focalizar toda la riqueza mundial en unas pocas manos o utilice y propicie las guerras en países pobres con enormes recursos naturales como vía para enriquecerse.

      Así pues, la dificultad que tienen las madres trabajadoras para prosperar en sus profesiones no tiene que ver con una injusticia hacia ese colectivo, sino que es una consecuencia lógica de un sistema económico depredador y consumista.

      En cuanto al problema de las agresiones sexuales contra las mujeres, estoy de acuerdo con que la solución pasa por la reeducación cultural y emocional no solo los pequeños varones, sino también de las niñas. El mayor transmisor del machismo, desde el inicio de la vida de un niño, es la propia madre (ver capítulo anterior).

      Pero mientras esperamos ver los resultados, ¿por qué no enseñamos a nuestras hijas (e hijos) defensa personal como asignatura obligatoria en los colegios? ¿Por qué existen tantas mujeres que saltan a la yugular cuando se pone sobre la mesa esta medida de prevención que resultaría muy eficaz para que las féminas se empoderaran físicamente en caso de sufrir una tentativa de agresión, salvando con ello sus vidas?

      Para mí ser feminista actualmente es ir más allá de las ideologías reivindicativas y análisis estériles que solo alargan esta agonía en la que somos nosotras las que nos llevamos la peor parte. Hay que dar un paso al frente, ser activas y no esperar que el sistema patriarcal (que sigue rigiéndose en unas leyes arcaicas y masculinas) resuelva nuestros problemas.

      E. LAS MUJERES VIVIMOS AISLADAS DE OTRAS MUJERES

      En las sociedades prehistóricas, más concretamente a partir de la Edad de Bronce, donde la agricultura fue el principal medio por el que los humanos comenzaron a asentarse y a establecer entre ellos relaciones más estables con las que asegurarse su supervivencia, las mujeres eran las que permanecían en las aldeas cuidando de la prole, pero también trabajando la tierra para el abastecimiento del clan. Las relaciones con los hombres no eran de poder o sumisión (pues de ellas dependía en gran parte el sustento de la comunidad).

      J. J. Bachofen (1815-1887), antropólogo y jurista suizo, escribió en 1861 su obra más célebre: El matriarcado. En ella, desvelaba por primera vez el origen matriarcal y maternofilial de las primeras sociedades prehistóricas, en cuyos principios fundamentales la mujer era sin duda el eje principal de la comunidad. Los atributos femeninos coincidían con las cualidades más preciadas por las que aquellas primitivas comunidades se relacionaban e identificaban unas con otras. La capacidad de engendrar, el don de cuidar y sanar, así como una mejor aptitud para conectar con los ciclos naturales que regían las épocas fértiles, de siembra o cosecha las hacía más «poderosas».

      Exactamente lo opuesto a como hoy en día las mujeres se sienten a sí mismas y son vistas por los hombres.

      Sin embargo, las mujeres no eran ni rivales ni simples colaboradoras que compartían un mismo trabajo. Las mujeres de aquella época eran hermanas y aliadas. Sabían que su supervivencia no dependía tanto del hombre, sino de la colaboración y protección que entre ellas supieran ofrecerse. Vivían acorde con su naturaleza, seguras y orgullosas de ser y hacer lo que hacían.

      Hoy en día la mujer no se siente orgullosa de su feminidad porque en un mundo patriarcal sus cualidades no tienen valor alguno, y ella lo sabe. De ahí su ansia por representar el rol masculino con tanta vehemencia y tesón que acaba por agotarla, hundirla y hasta desquiciarla, cuando con el tiempo se da cuenta de que no puede ser aquello que su naturaleza le impide ser. En esa lucha por convertirse en quien no es, la mujer se va alejando de sus mejores aliadas, las demás féminas, que a su vez hacen lo propio.

      La mujer busca su fuerza junto a los hombres y no en ella misma o al lado de otras mujeres.

      F. LA COMPETENCIA SEXUAL ENTRE MUJERES

      Una mujer soltera y fértil suele tener en algún momento de esa etapa de su vida una sola prioridad, a pesar de contemplar otras posibilidades al mismo tiempo: cazar a un «buen partido» (y no me refiero tan solo con poder adquisitivo, aunque si es así, mejor) con el que tener hijos sanos en un hogar seguro y estable. Y, mientras no lo consiga (al menos durante los años más fértiles de su ciclo biológico, ya que si con el tiempo no lo logra irá relajándose hasta asumir quedarse sin hijos o tenerlos sola), se comportará como una fiera saltando a la yugular de cualquier mujer que trate de arrebatarle o ponga en peligro alcanzar su preciado objetivo. Cuando una mujer ha establecido un vínculo con un hombre con el que quiere formar una familia, no verá a las mujeres (de entre 20 y 40 años) más que como una competencia enemiga y desleal con la que mantenerse a distancia, pero a la vez vigilante y en guardia, ya que en cualquier momento de despiste podría arrebatarle lo que tanto esfuerzo le ha constado conseguir.

      Pero, como animales inteligentes que somos, mostramos a los demás la parte razonable y domesticada que oculta nuestras verdaderas pulsiones instintivas. Incluso creemos que formamos familias antes por amor que por instinto. Sin embargo, no es siempre así. Para amar se necesitan años y solo con el amor la humanidad se hubiera extinguido.

      Mientras los humanos (y más concretamente las mujeres) no entendamos que se pueden tener relaciones sexuales o sentimentales, así como criar a los hijos, sin necesidad de convivir con una pareja (o al menos sin la obligación de formar únicamente familias biparentales, sino, además, incorporar a otras personas como parientes o amigas dentro del grupo familiar), las mujeres, sobre todo, continuaremos ajenas a nuestra verdadera naturaleza e identidad. Y lo más triste de todo: nos sentiremos como unas extrañas entre nosotras.

      Más adelante argumentaré, en un capítulo especial sobre agrupación familiar, la importancia de incluir a mujeres (u hombres con mentalidad femenina) en los núcleos familiares para que los padres, sean o no pareja, no tengan todo el poder y el control de la familia en sus manos. Esto solucionaría o haría disminuir las agresiones sexuales o físicas a la mujer e hijos, ya que el padre o pareja no dispondría de tanta facilidad para dominar y ejercer el control sobre ellos al estar protegidos por el resto del grupo familiar.

      G. LAS MUJERES NO SON COMBATIVAS, NI SIQUIERA PARA DEFENDERSE

      A las mujeres se nos continúa maltratando físicamente y agrediendo sexualmente; sin embargo, son muy pocas las que


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