De Saint-Simon a Marx. Hernán M. Díaz

De Saint-Simon a Marx - Hernán M. Díaz


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como Benjamin Constant y Jacques Manuel, y el primero sobre todo trató de establecer los principios generales del liberalismo en algunas obras de envergadura.

      Hipotéticamente, el liberalismo representaba los intereses de la burguesía (el “tercer estado”), pero esa misma clase se encontraba en una posición dubitativa entre las diferentes fuerzas sociales: se enriqueció con Napoleón, que era apoyado por las masas, pero la burguesía le temía a esas masas con armas en la mano, conducidas por un líder al que la clase propietaria no podía manejar a su antojo. Se acomodó otra vez cuando Napoleón volvió en los Cien Días, y volvió a acomodarse cuando regresó Luis XVIII. El liberalismo no fue más que un emprendimiento pragmático para otorgarle a la burguesía, y sólo a la burguesía, una situación cómoda para proteger y garantizar sus negocios desde el Estado. Por eso mismo sus teorizaciones no podían hacer otra cosa que plantear generalidades sobre la libertad, so pena de tropezar una y otra vez con derechos concretos que no estaban dispuestos a defender.

      Así, de 1815 a 1830, la burguesía no se ocupó de otra cosa que de completar su dominación. Hacer volcar en su provecho el sistema electoral, apoderarse de la fuerza parlamentaria, volverla soberana después de haberla conquistado; esa fue, durante quince años, la obra del liberalismo, obra que se resume en estas palabras: servir a la realeza sin destruirla. (Blanc, 1842, I: 54-55)

      En 1815, según Louis Blanc, comenzó la sociedad del capital, pero la burguesía no se había apoderado completamente del poder. El Estado no era un instrumento a su servicio, pues la aristocracia y los ultras tenían todavía una influencia notoria en los asuntos políticos de Francia. Para Blanc, se vivía una situación de “doble poder”, donde el árbitro estaba representado por el monarca, que se apoyó alternativamente en la izquierda y en la derecha. A partir de 1820 el rey fue inclinándose cada vez más hacia el sector reaccionario, lo que llevó a fines de la década a que la burguesía y los liberales volvieran a sus prácticas conspirativas, que terminaron en la insurrección de 1830 y la instauración de una monarquía “liberal”.

      En las elecciones para el Parlamento, por ejemplo, sólo podían votar quienes tuvieran una renta mínima de 300 francos y se necesitaban 1.000 francos para ser elegido. Eso implicaba que había 90.000 electores y 20.000 elegibles, dejando afuera al 90% de la población de Francia (Jardin, 1998: 246): la ley electoral era una ley dedicada a la burguesía. Un párrafo de Benjamin Constant (1815: 106) puede aclarar la posición conservadora del liberalismo con respecto a las libertades:

      Yo no busco perjudicar en absoluto a la clase laboriosa. Esta clase no posee menos patriotismo que las otras clases. A menudo está lista para los sacrificios más heroicos y su devoción es tanto más admirable pues no es recompensada ni por la fortuna ni por la gloria. Pero creo que una cosa es el patriotismo que otorga el coraje para morir por su país y otra es la capacidad de conocer sus intereses. Es necesario entonces otra condición además del nacimiento y la edad prescriptos por la ley. Esa condición es el tiempo de ocio indispensable para la adquisición de las luces, para la rectitud del juicio. Sólo la propiedad asegura ese tiempo de ocio: sólo la propiedad vuelve a los hombres capaces del ejercicio de los derechos políticos.

      A pesar de que en el prólogo Constant (1815: VIII) declaraba luchar por “el respeto por los derechos de todos”, la parte aplicativa de la misma obra se decidía a no respetar, como vimos, el derecho de “la clase laboriosa”. Por otra parte, la edad mínima para ser elegible era de cuarenta años, con lo cual en los años siguientes nació una juventud burguesa, impedida de acceder al poder, que nutrió las filas de la extrema izquierda liberal. En definitiva, la libertad de representación, así como la de asociación y la de prensa, no eran más que libertades para la misma burguesía, y así esa libertad abstracta se resumía en una libertad para unos pocos.

      También hay que tener en cuenta la debilidad intrínseca de la burguesía francesa, constituida en gran parte por pequeños talleres, artesanos, manufacturas que no llegaban a desarrollar una gran industria como la que prevalecía en Inglaterra. En rigor, es la misma debilidad de la burguesía la que lleva a que Francia se destaque por sus planteos ideológicos universales y abstractos, que tuvieron una profunda influencia en el resto del mundo.

      De esta manera, los ultras y conservadores pretendían volver a una sociedad unida y centralizada que había perimido, los liberales abogaban por una libertad sin atreverse a reivindicar completamente la revolución que les había dado origen y los doctrinarios preferían reivindicar las necesidades del poder de mantener el orden para apuntalar la construcción de una clase burguesa que apenas estaba en germen en Francia. Por debajo de estas disputas oratorias, el capitalismo seguía su curso porque lo que la Revolución había destruido no se había podido recomponer y porque los acontecimientos habían dado nacimiento a una clase social propietaria que el nuevo régimen estaba imposibilitado de expropiar.

      Es en la Restauración, momento de retroceso de las urgencias históricas, cuando la sociedad en su conjunto se pregunta cómo seguir, qué tipo de sociedad se ha inaugurado, cuánto ha cambiado el mundo y si ese cambio revolucionario ha sido definitivo. Se expresa no solamente en las vacilaciones y en las nostalgias de cada grupo ideológico sino también en la proliferación de “sistemas” políticos, preocupados por dar una perspectiva a la sociedad que se abre y corregir lo que parecen no ser más que errores o dificultades de momento. En este período se empieza a dar un perfil más concreto al liberalismo político, pero también surge el conservadurismo, preocupado por el advenimiento de las masas a la arena política; a la izquierda del liberalismo nace una juventud ansiosa por superar las vacilaciones políticas de los liberales, desarrollando un radicalismo insurreccional que unas décadas más adelante dejará su huella también en las corrientes del movimiento obrero, y finalmente surgen en los márgenes del liberalismo dos sistemas que no son todavía socialistas, pero que pondrán a funcionar una serie de conceptos y preguntas que van a dar lugar al nacimiento del conjunto de corrientes del socialismo futuro. Estos sistemas son el de Saint-Simon y el de Charles Fourier.

      1. Los liberales tuvieron una actitud demagógica con respecto a la gran masa de fervientes partidarios de Napoleón. En cierto modo, fueron su único vínculo con el pueblo bajo y lo utilizaron cuando les convino (Thureau-Dangin, 1876: 67-77).

      2. Joseph de Maistre escribía en lengua francesa pero era nativo y súbdito del reino de Saboya, incorporado por la fuerza a Francia después de la Revolución. Como saboyano, fue representante diplomático del reino de Cerdeña.

      3. Incluso mantuvieron su apoyo al rey durante los Cien Días, mientras los liberales apoyaban a Napoleón,


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