De Saint-Simon a Marx. Hernán M. Díaz
independencia tanto con respecto al partido ministerial (es decir, el que apoya a Luis XVIII) como con respecto a los partidarios de Bonaparte. La palabra “independencia” es una palabra negativa, afirma, en el sentido de que explicita a quién se rechaza pero no lo que se propone, y lo que hace falta en Francia, afirma Saint-Simon, es decir en voz alta cuál es el programa de gobierno y la perspectiva social que se impulsa. No hay que comportarse políticamente con “habilidad”, como se jactan los liberales, sino con franqueza (O.C., III: 1871). Se habla de la libertad y de suprimir ciertas disposiciones que coartan los movimientos de la parte más acomodada de la población, pero los que arriesgaron o perdieron su vida por la libertad de Francia son muchos más:
No conocemos ninguna obra, por cierto, que se ocupe de una manera continua de los intereses de los ciudadanos que conquistaron la libertad sirviendo en los ejércitos sin grado o como suboficiales, como tenientes o incluso como capitanes. No conocemos ninguna que habitualmente exponga a ojos de la clase más numerosa de la nación tanto los derechos políticos de los que goza (decir y escribir libremente su opinión) como el uso que pueda hacer de ellos para mejorar su suerte. (O.C., III: 1872)
Surge en este párrafo, según nuestra opinión, el germen de una frase que será recurrente en Saint-Simon y prácticamente la divisa constante de su última obra, Nuevo cristianismo, y repetida luego por sus seguidores. Tanto Proudhon (1983 [1840]) como Flora Tristán (1993 [1843]) van a repetir o reformular más adelante ese lema: “Mejorar la suerte física y material de la clase más numerosa y más pobre” (Saint-Simon, 2004 [1825]: passim).13 Aquí Saint-Simon habla solamente de “la clase más numerosa”, pero ya se va abriendo paso la referencia al pueblo llano y lo convoca en un sentido positivo, cuestionando duramente el desinterés del liberalismo por las clases bajas.
En su análisis de los sucesos franceses, Saint-Simon afirma que la Revolución fue hecha por todos los “no privilegiados”, pero pronto “los más ricos” se dieron cuenta de que era “más ventajoso para ellos separar sus intereses de los de la masa del pueblo” (O.C., III: 1897). La reacción del pueblo no se hizo esperar y dominó la política revolucionaria en la época del Terror. Napoleón aprovechó la insurrección popular en su propio beneficio. Como liberal que todavía es, Saint-Simon quiere separar la revolución constructiva, de los primeros tres años, de los años de anarquía y la pérdida de rumbo de Francia bajo Robespierre y, luego, Bonaparte. En eso retoma las ilusiones del conjunto de la burguesía francesa, que pretende “terminar la revolución” y, al mismo tiempo, reivindicar todo aquello que la revolución ha transformado en inamovible. Pero no por ello deja de observar que la clase llamada a dirigir la nueva sociedad ha perdido la perspectiva de gobernar para la mayoría de la población.
También propone suprimir el ejército regular (O.C., III: 1848) y conservar solamente una guardia nacional, formada exclusivamente por productores, que por sus propios intereses buscarán permanentemente la paz y tienen algo que defender en caso de una amenaza externa. Busca con esto minar todas las fuentes de privilegios de la aristocracia y que los nobles terminen por convertirse en “simples ciudadanos”, mientras los liberales, sin especificar cuáles serían sus objetivos de mediano plazo, se acomodan a una situación de relativo fortalecimiento de la nobleza, de la mano de la monarquía. Un ejército permanente dirigido por la oficialidad aristocrática puede ser utilizado por el Estado para sofocar las rebeliones de la mayoría, mientras que una guardia nacional de los productores actuará siempre en función de sus propios intereses, que coinciden con los de la nación.
La industria, es decir la producción, no solamente es puesta en el centro de su programa político sino que además concibe a los sectores no productivos como enemigos de la nación. Más allá de las fracciones políticas que compiten por una banca en el Parlamento, el país está dividido en dos “partidos”: el partido nacional, conformado por quienes realizan trabajos útiles o prestan su concurso para ello (artistas y sabios), y el partido antinacional, conformado por los que consumen pero no producen nada (O.C., III: 1947). Si desde la Revolución todos somos iguales ante la ley, ningún privilegio de nacimiento nos puede eximir de trabajar en beneficio del conjunto social. La máxima cristiana “Ama a tu prójimo como a ti mismo” no puede significar otra cosa, en el estado actual de la civilización, que devolverle al cuerpo social un valor equivalente al que se recibe. Surge así la metáfora de los zánganos y las abejas, ya utilizada desde Platón, pero particularmente enunciada por Destutt de Tracy, uno de los pensadores más significativos de los idéologues, para criticar la carga social que significa el sostenimiento de una nobleza parasitaria y una corte onerosa. Esta metáfora no significa otra cosa que un llamamiento para “destruir la facción de los nobles” (O.C., III: 1944), es cumplir la obra llevada a cabo por el tercer estado durante la Revolución Francesa, es consagrar políticamente la expropiación de los grandes señoríos y de la Iglesia. También significa, por otra parte, plantear que el sector industrial o productivo debe invadir todo el cuerpo social y que el mantenimiento del orden, los símbolos de las jerarquías sociales, la autoridad y la coerción estatal no cumplen ningún rol en la productividad social y que, por ello mismo, están llamados a desaparecer, en la medida en que los industriales se apoderen del conjunto de la maquinaria del Estado. El partido nacional es superior al partido antinacional en primer lugar porque representa a la mayoría del país, pero también es superior moral, intelectual y políticamente. Sus miembros deben redactar la Constitución y hacer las leyes según sus preferencias y sus necesidades, pues saben administrar adecuadamente sus empresas y así sabrán administrar convenientemente el país. Economizan en la producción y por ello harán un Estado barato.
La metáfora de las abejas y los zánganos, que en un primer momento no pasaba de ser una imagen fugaz y secundaria en un artículo, provoca una reacción encendida en el ambiente político francés. En la siguiente entrega de Le Politique Saint-Simon debe salir a enfrentar una “querella” suscitada por su metáfora. Entre los zánganos, Saint-Simon se cuida de incluir al monarca, pero sí hace figurar a la nobleza, al alto clero, a la más alta jerarquía de la Justicia, a la enorme burocracia estatal que, según Saint-Simon, creó Napoleón Bonaparte. Al criticar a este sector de la sociedad, los ociosos, está reaccionando a la vez contra los estamentos parasitarios heredados del mundo feudal y contra la pesada maquinaria estatal, que en rigor no es una creación de Bonaparte sino que ya se había consolidado en el antiguo régimen (Dreyfus, 2012).
En 1819 Saint-Simon lanza otra publicación, L’Organisateur, firmada exclusivamente por él, pero con la ayuda no explicitada en el papel de su nuevo secretario Auguste Comte. En esta nueva revista se hará más frecuente la palabra “sistema”.14 Si el mundo feudal fue un sistema, es decir que implicaba una formación económica, un tipo de cultura, una religión especial, una organización social específica, y donde prevalecía la ley del más fuerte y las guerras constantes, ese mundo debe ser reemplazado con otro sistema, ahora centrado en el trabajo, en la producción, con otra cultura, otra formación religiosa, otra organización política. Retomando conceptos ya volcados en sus obras epistemológicas de los años de Napoleón, hablará ahora de “sistema de política positiva”.15 Dos años después publicará una obra titulada Del sistema industrial. La noción de sistema remite aquí a una totalidad, con diversas partes articuladas entre sí. Si en los primeros años insistía con fundar una “fisiología social”, donde cada parte de la sociedad funcionaba como si fuera un órgano, ahora recurre a los modelos de la economía política y trata de dar respuesta al conjunto de los problemas que presenta la dirección de un país. Esta intención de totalidad, rastreable desde las primeras obras escritas por Saint-Simon, es una nueva manera de separarse del liberalismo, que por su mismo individualismo metodológico está imposibilitado de concebir la totalidad social de otra manera que como un conjunto de átomos que se autorregulan entre sí.
La primera entrega de L’Organisateur logra conmover a la opinión pública. Si la comparación de la clase ociosa con los zánganos había provocado un encendido debate, ahora enuncia una hipótesis, conocida como “Parábola de Saint-Simon”,16 donde invita a hacer la suposición siguiente: si por un desastre natural murieran los principales científicos, industriales, sabios, artistas, comerciantes, etc., es decir