De Saint-Simon a Marx. Hernán M. Díaz
abiertamente en el régimen industrial antes que Inglaterra, porque los jefes de los trabajos industriales harán cuerpo, en opinión política, con los obreros, antes de que los industriales importantes de Inglaterra hayan dejado de formar con los lores una liga que tiende a mantener la subordinación de los obreros, más por la fuerza que mediante los principios de una moral positiva. (Saint-Simon, 1985 [1824]: 116-117; también en O.C., IV: 2969-2970)
Obviamente, confía en que una ideología industrialista logrará que los patrones hagan causa común con sus trabajadores, lo cual evitaría no sólo el ludismo que se observó en Inglaterra sino también la tendencia a la insurrección que, de todas formas, fue una constante en Francia hasta bien entrado el siglo XIX. Para Saint-Simon, desarrollar un régimen que beneficie a los productores y expulse del Estado a todos los que mantienen los restos del régimen feudal es la única garantía para lograr la tranquilidad pública y establecer una alianza social que todavía no había alcanzado zonas de grandes conflictos pero donde se vislumbraban amenazas concretas.
Si bien esta división en clases implica una concepción del Estado que analizaremos más adelante, no podemos dejar de observar que ese antagonismo entre “burgueses” y “productores” va a deslizarse en los próximos años hasta adoptar la forma que tuvo en el socialismo de mediados del siglo XIX. Si para Saint-Simon esa expresión implicaba una lucha entre legistas e industriales, los futuros protagonistas políticos van a transformar esos términos en la lucha entre burgueses y proletarios, y éstos van a heredar el significado integral de la palabra “productores”, ya que se le quitó al capital la capacidad concreta de transformar la realidad y producir mercancías. ¿Se trata de un “error” de Saint-Simon? En primer lugar, él busca distinguir a la burguesía (los industriales) de aquellos que dirigen el Estado, a los que llama burgueses, pues si no estableciera esa distinción no podría encontrar una clase social en la cual apoyarse para plantear una transformación social. Por otra parte, está navegando sobre las vacilaciones propias de la palabra “burguesía”, todavía llamada a menudo “clases medias”, y sobre un cierto matiz peyorativo de esa palabra, que la clase dominante no quiere asumir.
Saint-Simon es el primero en afirmar que los partidos políticos representan intereses de clases sociales distintas. En su crítica al liberalismo, afirma:
La palabra liberalismo designa un orden de sentimientos; no señala una clase de intereses; de donde resulta que dicha designación es vaga y, por consiguiente, viciosa. (Saint-Simon, 1985 [1824]: 112)
La vaguedad servirá para seducir a los electores y realizar luego una política que beneficie a los que detentan el poder. Pero lo que debería hacer un partido, afirma, es exponer claramente qué intereses representa y cuáles son sus objetivos políticos. Saint-Simon reclama aquí que exista un partido de clase, algo que está muy lejos de las intenciones de los liberales. Los líderes del partido liberal, acusa, han sido primero patriotas (es decir, jacobinos) y luego bonapartistas. Ahora rechazan esos dos regímenes y niegan su pasado político, pero estarán dispuestos a dar golpes de mano a la primera oportunidad. El grueso de los que apoyan al partido liberal quieren una política pacífica, pero los líderes no son sinceros en sus planteos. Por eso, “ha llegado el momento de que las dos clases que integran el partido llamado liberal se separen” (Saint-Simon, 1985 [1824]: 113). La ilusión de Saint-Simon era que la clase de los industriales adoptara sus ideas y se hiciera cargo de la conducción del país con un programa en su propio beneficio. Pero, cuanto más claramente hablaba, menos apoyo recogía entre los industriales a los que interpelaba. Paulatinamente el llamado a respetar los “intereses” de la clase que buscaba una política “pacífica” se fue recostando en otros sectores no ligados al poder, lejos de la amalgama de patrones y obreros que soñaba el creador de la doctrina.
La publicación del Catecismo de los industriales implicó, además, dos procesos paralelos y divergentes: la ruptura con Auguste Comte28 y el surgimiento de un grupo de jóvenes discípulos que dieron continuidad histórica a las ideas del maestro y dieron origen, en su seno, al socialismo, incluida la palabra que lo nombra. Antes de analizar las derivas de este último grupo, que es donde se procesó de manera contradictoria la evolución hacia el socialismo, haremos una evaluación de las ideas de Saint-Simon.
Una valoración de conjunto
Ya Georges Gurvitch (1970) señaló, en contra de varias interpretaciones, la profunda unidad de sentido de la obra de Saint-Simon. A pesar de la diversidad de temáticas, que pasan desde la organización de un comité a favor de Newton y la reflexión epistemológica sobre las ciencias hasta la política internacional y nacional y el proyecto de un régimen político y económico para Francia y el mundo, es notable cómo muchas de las ideas de sus últimas obras ya aparecen esbozadas o planteadas con excesiva brevedad desde sus primeros escritos.
No se puede acusar a Saint-Simon de proponer ensoñaciones futuras alejadas de la realidad. Propuso un desarrollo particular para la sociedad capitalista, que nacía prácticamente ante sus ojos, que no era el desarrollo que la burguesía estaba dispuesta a fomentar. Por eso, más que “socialista utópico” habría que decir que fue un “capitalista utópico”. Pero las propuestas que realiza no son un delirio ubicado en un futuro indeterminado: realiza un análisis y una caracterización rigurosa de la sociedad que está naciendo, observa el presente quizá con más perspicacia que todos los teóricos de su tiempo y las grietas sociales que ve son, en cierta manera, las grietas que todavía hoy impiden que la sociedad capitalista se convierta en un sistema armonioso. El mismo Saint-Simon se defiende de las acusaciones de proponer “utopías” (O.C., III: 2142-2143). Sin embargo, como se ha podido ver, los pensadores y políticos de su época no dejaron de estar atentos a sus ideas, leyeron sus periódicos y sostuvieron sus emprendimientos con suscripciones generosas. En suma, Saint-Simon logró cierto prestigio tras el fallido juicio que le inició el Estado y fue un referente escuchado y discutido en su tiempo, pero no fue considerado, salvo quizá por los liberales más extremos, como alguien que realizaba propuestas desatinadas o carentes de sentido. Llamativamente, donde más se observan propuestas fuera de época es en las medidas prácticas que pueden o deben tomarse para tender hacia un régimen industrialista. A pesar de su prédica por arribar a una época organizativa, superando la época crítica que fue el siglo XVIII, en Saint-Simon es más profunda la parte donde critica y describe la sociedad de su tiempo que cuando promueve medidas concretas y prácticas para iniciar el camino de las reformas.
Saint-Simon observa una sociedad basada en el individualismo, y su propuesta gira centralmente en la búsqueda de una “organización social” que, inexorablemente, deberá subsumir los intereses individuales a los intereses generales (Saint-Simon, 2004 [1825]). Ese punto es el más controversial para los liberales, es el que les hace pensar que “organizar la sociedad” implicará que un grupo deberá prevalecer sobre otro, y ellos prefieren un sistema abstracto que deje la preponderancia en el juego aparente de “los más votados” en el Parlamento. Obviamente eso implica pasar por alto no solamente la anulación de los derechos individuales de la gran masa del pueblo sino también el predominio de los capitalistas más fuertes por sobre los más débiles. Pero esas desigualdades evidentes debían ser borradas, veladas, detrás de métodos que fingían un acuerdo social.
Cuando Saint-Simon critica a los “burgueses”, es decir a los legistas y metafísicos que se han adueñado del poder, está criticando ese Estado abstracto que el capitalismo ha creado y en el que los funcionarios políticos fingen ser los dueños de la situación, mientras en realidad son los mandatados de la clase económicamente dominante, la burguesía.29
El mundo precapitalista reclamaba la representación directa en el Estado: si los nobles o la Iglesia eran las bases del poder, entonces un noble o el papa católico eran la cabeza de los reinos. La pompa y la magnificencia de la monarquía tenían la intención explícita de mostrarle al pueblo la riqueza y el poder de aquellos que gobernaban: la clase más rica era la clase que se mostraba en el poder (Habermas, 1981: 46-51). Pero a partir de las revoluciones burguesas se tendió a la representación indirecta:30 las bases del poder real estaban en la clase capitalista, pero el poder virtual, el poder elegido