De Saint-Simon a Marx. Hernán M. Díaz
desaparecieran el hermano del monarca (el rey mismo no es nombrado), los principales nobles adscriptos a la corte, los pares de Francia, la nobleza, el alto clero, en definitiva todo el sector que no produce sino que consume los bienes producidos por los demás, los franceses se sentirían afligidos, porque todos ellos son “buena gente”, pero el país no sufriría ninguna gran perturbación. La pérdida de las treinta mil personas más importantes del Estado no causaría ningún problema político serio, porque el país podría seguir produciendo las mismas cosas útiles que hasta ese momento.
La hipótesis de Saint-Simon contenía un grado de provocación que no escapaba a su autor. De hecho, ese fue aparentemente el motivo por el cual figuraba sólo su nombre como responsable de la edición y también como autor, a diferencia de las publicaciones anteriores donde se exponían los inversionistas y los suscriptores. La parábola produjo la pérdida de suscripciones y Saint-Simon fue llevado a los tribunales por el Estado, acusado de ofensas a la familia real. Fue absuelto, aun en el marco de un giro a la derecha del gobierno, a partir del asesinato del duque de Berry por un obrero bonapartista (casualmente, el duque de Berry era uno de los nobles mencionados en el texto cuya desaparición no comportaría problemas a Francia). En la siguiente salida de L’Organisateur Saint-Simon en cierta manera trató de poner paños fríos a la interpretación que veía su hipótesis como una incitación a las masas a movilizarse.17 Niega en las primeras líneas “tener intenciones hostiles” con respecto a los jefes del gobierno, y convoca a las transformaciones históricas en su defensa: hace un largo relato de las enormes mutaciones que ha experimentado la humanidad, desde la antropofagia hasta el rechazo a la carne humana, desde los augurios por los signos celestes hasta las previsiones de la ciencia, para llegar a las evoluciones políticas desde los imperios basados en la fuerza hasta el parlamentarismo y las actuales revoluciones. Todo ello demuestra que el mundo se transforma, y él no quiere ser otra cosa que el teorizador de ese cambio.
¿No es evidente que la verdadera causa de la revolución actual es el deseo que tienen los gobernados de restringir los poderes de los gobernantes, de disminuir la consideración extremadamente exagerada de la que están investidos, de reducir las sumas que perciben por el pago de sus trabajos, ya que juzgan que esos trabajos son pagados de manera excesiva por los servicios que rinden a la sociedad?
¿No es evidente, finalmente, que la revolución no terminará, que la calma no será restablecida, mientras los gobernados no alcancen su objetivo? (O.C., III: 2126)
La idea de “terminar la revolución” no es exclusiva de Saint-Simon. En rigor es el problema de toda una generación: tanto para la nobleza, que quiere dar marcha atrás la rueda de la historia, como para el liberalismo, que busca la manera de conservar ciertos logros revolucionarios pero conjurando definitivamente los peligros que conlleva la movilización de masas (Rosanvallon, 2015: 14). Pero de todas esas interpretaciones, la de Saint-Simon es la única que trata de llevar el programa revolucionario hasta sus últimas consecuencias, aunque en un sentido pacífico. Lo que hace falta es barrer con los restos de feudalismo, destruir políticamente a la casta de nobles, curas y altos magistrados que siguen encaramados en el poder, desarrollar la industria y darle el poder directamente a la clase industrial. Mientras todas las fracciones políticas del liberalismo se acomodan en la coexistencia con lo que queda del antiguo régimen en un calculado pragmatismo que los lleva a recostarse sobre el mantenimiento del orden, Saint-Simon reclama políticamente que los restos de feudalismo sean barridos sin consideraciones sentimentales, ya que son esos cadáveres sociales los que hacen caro al Estado y los que impiden el desarrollo de una industria poderosa.
Esa idea expresada por Saint-Simon, “la calma no será restablecida mientras los gobernados no alcancen su objetivo”, será retomada en obras posteriores. Retrata, quizá mejor que ninguna otra frase, el estado de precariedad política que caracterizará los dos siglos posteriores bajo el régimen capitalista. La clase dominante intentando que los trabajadores (los gobernados) acepten su situación de opresión, mientras éstos una y otra vez salen a la lucha para cuestionar su sumisión económica y política. Podríamos pensar que Saint-Simon se refiere aquí pura y exclusivamente a la burguesía, que ha hecho una revolución pero debe compartir el poder con los restos de la nobleza y el clero. Pero en eso consiste la rica ambigüedad (no consciente, desde ya) de su pensamiento: por un lado, remite a lo que está delante de sus ojos, la situación de una burguesía que no ha terminado de tomar el poder; por el otro, a los gobernados en referencia al gobierno, con lo cual alude a aquellos que no están en el poder y no se resignan a que la libertad y la igualdad no les haya tocado en el reparto social.18
Si bien Saint-Simon acepta un gobierno monárquico constitucional,19 plantea una organización del gobierno a través de tres cámaras que anticipa en cierta manera un gobierno puramente parlamentario. Propone una cámara “de invención”, una cámara “de examen” y una cámara “de ejecución” (O.C., III: 2136-2140). En la primera se generarían no solamente las leyes sino también las ideas para desarrollar la producción del país, en la segunda se examinarían las propuestas y la tercera estaría encargada de llevarlas a cabo. La cámara de invención estaría conformada por 300 miembros, de los cuales 200 serían ingenieros, 50 literatos, 25 pintores, 15 escultores o arquitectos y 10 músicos.20 Su tarea sería presentar proyectos de “trabajos públicos”: secar pantanos, habilitar tierras para el cultivo, construir rutas y abrir canales.21 También estaría encargada de planificar las fiestas públicas. La cámara de examen estaría compuesta por físicos o científicos de la naturaleza y la tercera por todas las ramas de la industria, en forma proporcional. Estas especificaciones, quizá la parte más “utópica” del ideario sansimoniano, demuestran que su autor prefería una representación que hoy llamaríamos “corporativa” a la representación abstracta donde cada persona tiene un voto similar a los otros. La sociedad capitalista naciente no había estabilizado todavía ni su idea de representación ni su modelo de sufragio (Rosanvallon, 1992, 1998), aunque estaba cómoda con la restricción del voto a la parte más rica de la población a través del voto censitario, con el que, por otra parte, Saint-Simon coincidía. Proponer que cada grupo social tenga una representación fija en un organismo parlamentario es un intento por transparentar el vínculo entre el poder y las bases sociales de ese poder, relación que la burguesía trata de opacar, de velar, todo el tiempo que le es posible. Saint-Simon en ese sentido abogó siempre por un sinceramiento del poder, pero porque concebía que el “tercer estado”, los productores, aun con sus diferencias internas (no solamente de actividades sino también de fortunas) conformaba un cuerpo político con intereses coincidentes, ya que todos, patrones y obreros, científicos y artistas, se beneficiaban con el desarrollo de la industria. Saint-Simon parece querer desplegar la “utopía” liberal propia de la época de la Revolución que decía que, con el nuevo régimen, todos serían libres e iguales.
La búsqueda de una expresión partidaria
Entre 1822 y 1825, año de su muerte, Saint-Simon produce tres obras maduras que resumen sus ideas principales: Del sistema industrial, Catecismo de los industriales y Nuevo cristianismo. Si hasta ahora estaba preocupado por fundamentar un ideario político, en este período va a especificar más sus inquietudes alrededor de la constitución de lo que hoy llamaríamos un partido político. Como siempre en el terreno de las ideas, el tema no surge de la nada y casi podríamos decir que se encontraba en germen ya desde las primeras obras y la búsqueda de una “organización social”. Pero si hasta ahora la prédica había sido a través de la prensa, intentando que las ideas penetren en la clase de los productores, para que despierten y se hagan cargo de los destinos del país, en sus últimos años Saint-Simon ya está convencido de que habrá que organizar algún tipo de agrupamiento o de centro de ideas industrialistas, de la misma manera que los liberales, los doctrinarios o los conservadores tienen sus logias, sus grupos parlamentarios y sus periódicos.
Aunque ya hemos mencionado al “partido liberal” o a los que Saint-Simon denomina “partido nacional” o “partido antinacional”, es necesario tomar ciertas precauciones ante una palabra que puede ser entendida en un sentido que solo adquirió con la constitución de los partidos socialistas, a fines