De Saint-Simon a Marx. Hernán M. Díaz

De Saint-Simon a Marx - Hernán M. Díaz


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desaparecieran el hermano del monarca (el rey mismo no es nombrado), los principales nobles adscriptos a la corte, los pares de Francia, la nobleza, el alto clero, en definitiva todo el sector que no produce sino que consume los bienes producidos por los demás, los franceses se sentirían afligidos, porque todos ellos son “buena gente”, pero el país no sufriría ninguna gran perturbación. La pérdida de las treinta mil personas más importantes del Estado no causaría ningún problema político serio, porque el país podría seguir produciendo las mismas cosas útiles que hasta ese momento.

      ¿No es evidente que la verdadera causa de la revolución actual es el deseo que tienen los gobernados de restringir los poderes de los gobernantes, de disminuir la consideración extremadamente exagerada de la que están investidos, de reducir las sumas que perciben por el pago de sus trabajos, ya que juzgan que esos trabajos son pagados de manera excesiva por los servicios que rinden a la sociedad?

      ¿No es evidente, finalmente, que la revolución no terminará, que la calma no será restablecida, mientras los gobernados no alcancen su objetivo? (O.C., III: 2126)

      La idea de “terminar la revolución” no es exclusiva de Saint-Simon. En rigor es el problema de toda una generación: tanto para la nobleza, que quiere dar marcha atrás la rueda de la historia, como para el liberalismo, que busca la manera de conservar ciertos logros revolucionarios pero conjurando definitivamente los peligros que conlleva la movilización de masas (Rosanvallon, 2015: 14). Pero de todas esas interpretaciones, la de Saint-Simon es la única que trata de llevar el programa revolucionario hasta sus últimas consecuencias, aunque en un sentido pacífico. Lo que hace falta es barrer con los restos de feudalismo, destruir políticamente a la casta de nobles, curas y altos magistrados que siguen encaramados en el poder, desarrollar la industria y darle el poder directamente a la clase industrial. Mientras todas las fracciones políticas del liberalismo se acomodan en la coexistencia con lo que queda del antiguo régimen en un calculado pragmatismo que los lleva a recostarse sobre el mantenimiento del orden, Saint-Simon reclama políticamente que los restos de feudalismo sean barridos sin consideraciones sentimentales, ya que son esos cadáveres sociales los que hacen caro al Estado y los que impiden el desarrollo de una industria poderosa.

      La búsqueda de una expresión partidaria

      Entre 1822 y 1825, año de su muerte, Saint-Simon produce tres obras maduras que resumen sus ideas principales: Del sistema industrial, Catecismo de los industriales y Nuevo cristianismo. Si hasta ahora estaba preocupado por fundamentar un ideario político, en este período va a especificar más sus inquietudes alrededor de la constitución de lo que hoy llamaríamos un partido político. Como siempre en el terreno de las ideas, el tema no surge de la nada y casi podríamos decir que se encontraba en germen ya desde las primeras obras y la búsqueda de una “organización social”. Pero si hasta ahora la prédica había sido a través de la prensa, intentando que las ideas penetren en la clase de los productores, para que despierten y se hagan cargo de los destinos del país, en sus últimos años Saint-Simon ya está convencido de que habrá que organizar algún tipo de agrupamiento o de centro de ideas industrialistas, de la misma manera que los liberales, los doctrinarios o los conservadores tienen sus logias, sus grupos parlamentarios y sus periódicos.

      Aunque ya hemos mencionado al “partido liberal” o a los que Saint-Simon denomina “partido nacional” o “partido antinacional”, es necesario tomar ciertas precauciones ante una palabra que puede ser entendida en un sentido que solo adquirió con la constitución de los partidos socialistas, a fines


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