De Saint-Simon a Marx. Hernán M. Díaz
del liberalismo, la corriente de pensamiento que se inicia con Saint-Simon es la más importante en la Francia del siglo XIX y solamente por la cantidad de legados que dejó merecería ser estudiada mucho más de lo que se suele hacer. No solamente procede de él la sociología sino también la historia científica, el socialismo, el positivismo y también la política que aboga por la intervención del Estado en la economía y las grandes obras públicas. Tanto la ciencia como el todavía inexistente socialismo y la burguesía francesa utilizan conceptos y propuestas que se originan en su doctrina. Por eso se ha dicho con justicia que, en más o en menos, todos somos sansimonianos (Walch, 1970: 5).
Pero sus ideas no fueron enunciadas de una sola vez, en una obra única, sino que sólo pueden ser comprendidas relevando las diferentes transformaciones que sufrió su doctrina, en referencia tanto de los sucesos de la historia de Francia como de la recepción de sus propuestas en el medio de la cambiante lucha de clases de la época. Más que cualquier otra obra, la de Saint-Simon debe ser leída en un preciso marco diacrónico. Para eso recordaremos algunos sucesos de su vida, pero haciendo un expreso silencio ante los factores anecdóticos que no inciden en la evolución de su pensamiento.
Primeras obras
Claude Henri de Rouvroy, conde de Saint-Simon, pertenecía, como su título lo indica, a la rancia aristocracia francesa. Nacido en 1760, decía descender de Carlomagno (aparentemente por una falsa información histórica) y un pariente lejano suyo, el duque de Saint-Simon, frecuentó la corte de Luis XIV y redactó unas extensísimas memorias, publicadas después de su muerte, que retratan la vida bajo el absolutismo. No es infrecuente, incluso en el público informado, confundir a uno y otro miembro de la familia Saint-Simon. El conde fue educado en las ideas enciclopedistas y ya en su juventud, destinado a la carrera militar, abrazó la causa de la libertad de Estados Unidos, participando de la guerra de ese país contra los ingleses bajo el comando del marqués de Lafayette, otro aristócrata favorable a las nuevas ideas. Tomado prisionero por los ingleses, volvió a Francia a través de México y Jamaica, y en su viaje por el Caribe concibió la idea de un canal que uniera el océano Atlántico con el Pacífico. Los discípulos de Saint-Simon, en la década de 1830, idearon a su vez el canal de Suez, que finalmente fue llevado a cabo años después por Ferdinand de Lesseps, cónsul en la embajada francesa de El Cairo y testigo de la propuesta. El mismo Lesseps construyó también el canal de Panamá. Además, Saint-Simon propuso un canal que uniera Madrid con el Atlántico y canales que conectaran el Rin con el Danubio y con el mar Báltico. En una época en la que el único transporte a distancia era el barco, maestro y discípulos estuvieron obsesionados por ampliar el horizonte de los seres humanos.
Saint-Simon fue testigo de la Revolución Francesa, pero no participó políticamente en ella, fue un exitoso especulador con los bienes nacionales (con los cuales hizo una discreta fortuna) y declaró que abandonaba sus títulos nobiliarios. Con la Restauración, los recuperó o los volvió a utilizar, en un gesto no exento de oportunismo.
Hacia sus cuarenta años, con el cambio de siglo y el retroceso revolucionario que implicaba el consulado de Napoleón, dio comienzo a sus trabajos teóricos. Para ello había abierto un “salón”, donde convocó a los científicos y los sabios de la época, nutriéndose especialmente de la teoría de los idéologues, como los fisiólogos Pierre Cabanis y Xavier Bichat. En 1802 publicó su primera obra, Cartas de un habitante de Ginebra a sus contemporáneos.1 Este opúsculo tiene una gran importancia, no por su repercusión inmediata sino porque prefigura muchos de los temas que estarán en el centro de sus preocupaciones posteriores. Se ha señalado la importancia de que la carta estuviera enunciada como escrita e impresa en Ginebra: en momentos en que Napoleón imponía grandes restricciones al pensamiento en Francia, la capital suiza aparecía como una ciudad libre, cuna de Rousseau y refugio de Madame de Staël y otros emigrados liberales franceses, círculo que también frecuentó Saint-Simon.
El motivo inicial de este primer texto es la propuesta de realizar una suscripción “frente a la tumba de Newton” para dar vida a un comité de sabios, elegidos por toda la población (incluso las mujeres), que pueda idear un nuevo modelo de sociedad basado precisamente en los conocimientos científicos: “El proyecto contiene una idea elemental que podrá servir de base para una organización general” (O.C., I: 108). Para defender esta idea incluye tres “cartas”: a los sabios, a los propietarios y a los no propietarios. Los sabios son los que tienen las luces, la inteligencia, y son los que deben actuar como guías de la sociedad. Los propietarios, a su vez, aunque desentendidos de la cosa pública, tienen un papel de dirección con respecto al pueblo llano (los no propietarios), por su inteligencia para la industria y el comercio. A los no propietarios les dice que apoyen este proyecto, porque allí donde son instruidos, como en Inglaterra, los obreros viven mejor que cuando son sometidos a la ignorancia, como en Rusia. Se hace eco de los reclamos de la mayoría social: “Somos”, afirma el autor, dándole la voz a estos no propietarios, “diez veces, veinte veces, cien veces más numerosos que los propietarios, y sin embargo los propietarios ejercen sobre nosotros un dominio que es mucho mayor que el que ejercemos sobre ellos” (p. 118). Saint-Simon los convoca a aceptar ese dominio, pues los propietarios actúan por el “bien general” y porque el día que los no propietarios gobernaron en Francia (alude al gobierno jacobino) provocaron el desabastecimiento y el hambre. Más importante que la convocatoria a la aceptación del dominio social (que será constante en las ideas sansimonianas) es la partición de la sociedad en “clases”, cada una con intereses diferentes de las otras, y que deben actuar en conjunto para el bienestar de toda la población. Estos grupos sociales, cada uno con su interés particular y sus percepciones, son denominados con la palabra “clase”, todavía en esta época en su acepción banal (Rosanvallon, 2015: 33), pero el término va tomando contornos claros cuando se vinculan las ideas a la propiedad.
Un elemento fundamental en las Cartas de un habitante de Ginebra es que se trata de una propuesta de cómo debe ser organizada la sociedad. Otro de los títulos que adoptará su propuesta es Ensayo de organización social (O.C., I: 187).2 También le dará el título L’Organisateur a una de sus múltiples publicaciones, en 1819. La preocupación por darle un nuevo ordenamiento, una nueva organización a la sociedad será un elemento central de su doctrina, y podríamos decir de los sansimonianos y del socialismo en general. Saint-Simon observa que, después de la convulsión revolucionaria, falta en la sociedad un eje ordenador, una perspectiva política que indique un objetivo a cumplir por el conjunto de la población. Sólo puede entenderse un “ensayo de organización social” cuando la sociedad se percibe como “desorganizada”. Los liberales se resistían a prescribir cómo debía ser organizada la sociedad: su única preocupación era que no hubiera trabas ni obstáculos para la actividad comercial o industrial. Esto los llevaba a abogar de manera abstracta por la “libertad” del individuo, rechazando cualquier programa concreto de construcción y organización social. Los ultras pretendían hacer girar hacia atrás la rueda de la historia para devolver una organización social férreamente establecida a partir de su centro, representado por el rey y la Iglesia Católica. En ese sentido, la propuesta de Saint-Simon, por parcial, fragmentaria e ignota que fuera en ese momento, empezaba a marcar una diferencia con el pensamiento liberal y con el pensamiento conservador. Los primeros se negaban a “organizar” la sociedad de cualquier manera: lo que más adelante se señalará como la anarquía del capital será para ellos la única premisa válida como perspectiva futura. Los ultras, en cambio, señalarán que la única manera coherente de organizar la sociedad ya estaba presente en el antiguo régimen y que cualquier otro tipo de organización llevaría a la pérdida de la autoridad, a la anarquía política y moral, a la disolución de los lazos sociales.
No cualquier proyecto de sociedad futura es una propuesta de organización social. Un proyecto ideal, como en cierta manera encontramos en Graco Babeuf y sobre todo en Charles Fourier o en Étienne Cabet, está concebido como un punto de llegada de una transformación, con un vínculo relativamente distante con la sociedad presente. El proyecto de Saint-Simon es diferente: no se distancia de la sociedad que tiene ante sus ojos, y en todo caso su diferenciación se expresará de manera paulatina. Afirma simplemente que la sociedad que está naciendo después de la gran