De Saint-Simon a Marx. Hernán M. Díaz
contra la misma sociedad que le da cobijo. La propuesta de Saint-Simon no parece todavía tener la envergadura de un proyecto social completo, apenas si establece la importancia que debieran tener los sabios en un comité elegido por el pueblo para asesorar y guiar a los poderes hacia una ruta futura. La importancia de este texto no está dada por su elaboración acabada de esa reorganización sino por la prefiguración de algunas de las ideas centrales de Saint-Simon que lo obsesionaron hasta su muerte y que le permitieron concebir una sociedad diferente (pero en el marco de los mismos parámetros de mercado inaugurados por la Revolución), para crear años después un movimiento de simpatía. Nótese que la idea de que un “comité de sabios” asesore al poder para organizar la sociedad es en cierta manera la tarea que se dio a sí mismo Saint-Simon en cuanto intelectual, aconsejando a la sociedad la manera más adecuada para organizar la producción y superar el atomismo social al que llevaba el individualismo del mercado.
Luego de la publicación de las Cartas de un habitante de Ginebra a sus contemporáneos, Saint-Simon se dedicó varios años a tratar de establecer un basamento científico a sus investigaciones. Su principal preocupación era construir una ciencia de la sociedad, una ciencia del hombre, que tenga el mismo rigor metodológico que las ciencias de la naturaleza y que permita predicciones en los sucesos sociales, así como la meteorología puede predecir hasta cierto punto los sucesos del clima.3 Todas las ciencias empezaron basándose en conjeturas, afirma, pues las observaciones directas eran escasas o se referían exclusivamente a hechos de la vida cotidiana. Las ciencias sólo especulaban. A partir de Galileo, Newton y el desarrollo de las ciencias en el siglo XVIII, éstas empezaron a basarse en la observación, a pensar la realidad y actuar sobre ella, es decir, a ser positivas. Y Saint-Simon inaugura con este término, “positivo”, una noción que tendrá una larga herencia a partir de sus escritos.4
La astronomía empezó siendo astrología, es decir, conjeturas acerca de los astros. Desde Galileo abandona su denominación primitiva y pasa a depender de la observación directa, a describir hechos “positivos”, es decir, a la vez, observables y progresivos. La física empezó siendo parte de las especulaciones filosóficas de los griegos para pasar a ser, con Newton, una ciencia dependiente de la observación y la medida matemática. La alquimia se transformó en química. La misma anatomía humana comenzó como una serie de inferencias indirectas hasta que la fisiología, pocas décadas antes de Saint-Simon, empezó a entender de manera positiva el funcionamiento de cada uno de los órganos del cuerpo humano y su interdependencia recíproca. Pero el estudio de la sociedad humana, afirma, todavía no ha salido del estado conjetural y está dominado por las consideraciones filosóficas propias de cada pensador. Al plantear que la “ciencia de la sociedad” debe ser observacional y positiva quiere destacar que la manera de describir la vida del hombre puede o debe ser desinteresada, objetiva, alejada de la teología y sus conjeturas indemostrables.5 La política del futuro, plantea Saint-Simon, será “científica”, y así como entre los científicos no hay partidos, en la política sólo habrá administradores. La realidad demostró posteriormente que no sólo en la política había “partidos” sino también en la ciencia, pero Saint-Simon parece aquí predecir una solución “tecnocrática” para una sociedad donde la racionalidad no está obturada por las diferencias de clase.
Hay que constituir entonces una ciencia positiva que analice la sociedad, cada una de sus partes, su constitución y su desarrollo, sin caer en conjeturas sino basándose en la observación y en un método similar al que desarrollaron las ciencias que estudiaron la naturaleza. Siendo la sociedad un ente complejo, compuesto de partes diferenciadas, cada una con una función distinta en el conjunto social, el mejor modelo científico para desarrollar tal ciencia es, en principio, la fisiología. Por eso llamará a la ciencia de la sociedad “fisiología social”.
Pero la idea no es trasladar metafóricamente cada parte del cuerpo humano a la comprensión de un conjunto tan complejo como la sociedad, ya que eso implicaría volver a una descripción conjetural que sólo puede ser ensayada para despreciar y discriminar a los sectores del trabajo. Una “fisiología social” sólo puede consistir en describir el funcionamiento recíproco de cada una de las partes del todo social. No se intenta hacer algún tipo de “biologismo” de la sociedad: lo que se intenta es reproducir en el conocimiento de la sociedad la metodología que llevó a la fisiología a desarrollarse como ciencia.6
Aunque aparentemente se observa un corte entre las obras epistemológicas de Saint-Simon de estos años y los libros que publica a partir de la primera caída de Napoleón, las reflexiones sobre la metodología de la ciencia que estudie la sociedad van a ser aplicadas al conocimiento directo del presente a partir de ese momento.
La Restauración
En 1814, apenas caído Napoleón, publica De la reorganización de la sociedad europea, escrita junto con su secretario, Augustin Thierry, a quien llama “su alumno” en la portada de la obra. Thierry apenas tiene diecinueve años, Saint-Simon lo nombrará al año siguiente como “hijo adoptivo” y se mantendrá al lado de su maestro hasta 1817.
El título ya alude a esa “organización social” que se buscaba en las Cartas… de 1802, pero si esa reorganización podía antes ser entendida como relativa a Suiza o, elípticamente, a Francia, ahora es claramente Europa el objeto de preocupación. Saint-Simon, en la primera obra suya que recibe cierta repercusión, propone la unidad de Europa en un solo cuerpo político, conservando cada país su independencia nacional.7 La unidad europea debe comenzar por Francia e Inglaterra, los países más cultos y donde más se ha desarrollado el parlamentarismo (y lo dice después de veinte años de guerra entre ambas naciones). Pero el reparto de poder entre los dos países debe ser dos tercios para Inglaterra y un tercio para Francia, porque la primera hace un sacrificio para unirse, mientras que Francia no saca más que ventajas (Saint-Simon, 1925 [1814]: 58-59). Alemania es el tercer gran Estado de Europa, pero debe lograr primero su unidad nacional para poder estar a la altura de la unidad europea. El resto de los países podrán adscribirse a la unión general en cuanto gane fuerza el parlamentarismo. Esta es la única manera de apoyar “los principios liberales” (p. 12).
En tanto esta unidad se realizará bajo el régimen de monarquía constitucional, contar con una dinastía europea es algo difícil de predecir. Saint-Simon anuncia que especificará en otra obra la manera de elegir un rey para toda Europa. Esa obra nunca será escrita.
Más interesante que las propuestas de detalle son algunas consideraciones generales que actúan como sostén de su texto y que reaparecerán en sus obras posteriores. El siglo XVI fue teológico, el siglo XVII creó las bellas artes, el siglo XVIII fue filosófico y criticó los prejuicios basados en la religión. ¿Cómo debe ser el siglo que se abre? “La filosofía del siglo pasado fue revolucionaria, la del XIX debe ser organizadora” (Saint-Simon, 1925 [1814]: 4). Se abre una época de reflexión sobre los sistemas políticos y los regímenes de gobierno.
En un claro rechazo a las ideas contractualistas de la política, afirma que la unidad de Europa no se producirá por un pacto sino por encontrar un objetivo común, como Europa lo tuvo en las Cruzadas.8
Querer que Europa esté en paz por tratados y congresos es como querer que un cuerpo social subsista por convenciones y acuerdos: en los dos casos falta una fuerza coactiva que una las voluntades, concierte los movimientos, vuelva los intereses comunes y los compromisos sólidos. (Saint-Simon, 1925 [1814]: 20)
Ante la hipótesis de una posible unidad formal, le opone una intención de unidad real, basada no en un papel escrito que rápidamente puede convertirse en letra muerta sino en un objetivo común, en una voluntad de trabajo en una dirección determinada, que Saint-Simon no encuentra en los planteos del liberalismo. Además aparece aquí, quizá por primera vez en Saint-Simon, una perspectiva internacionalista que se va a acentuar posteriormente. El impulso inicial de la Revolución Francesa fue convertirse en una ola que transformara a Europa y al mundo: la idea de libertad tenía que saltarse las fronteras nacionales convocando a los pueblos a apoyar la misma lucha que emprendían los franceses. Napoleón, llevando el Código Civil