De Saint-Simon a Marx. Hernán M. Díaz
con una estructura estable, con un nombre fijo, ramificaciones en diversas ciudades, dirigentes reconocibles o incluso electos y una prensa oficial. Se los ha comparado con “colores”, es decir, no eran más que la expresión de un matiz común entre varios diputados o dirigentes que buscaban serlo (Offerlé, 2006).
Saint-Simon contó, en sus diferentes emprendimientos editoriales, con el auspicio de dos de las más grandes fortunas francesas: la del banquero Jacques Laffitte y la del empresario textil Guillaume Ternaux. Los dos fueron diputados enrolados en el liberalismo y el teorizador del industrialismo creía poder formar, alrededor de ellos, un grupo que abogara por las ideas de organización social que ya habían tenido cierta repercusión en los medios intelectuales de la época. Lo cierto es que ambos fueron generosos en financiar las aventuras intelectuales de Saint-Simon pero no demostraron una preocupación especial por sus ideas. Augustin Thierry había actuado como su secretario durante tres años, pero había optado por desarrollar un camino de historiador, donde se podían reconocer las marcas del sansimonismo y que analizaremos en otro capítulo. Auguste Comte también fue su secretario desde 1817, pero ya desde 1820 se anunciaban pequeños matices diferenciales que terminarán por alejarlo tras la redacción en conjunto del Catecismo de los industriales. Saint-Simon pudo constituir un grupo de discípulos recién a partir de 1822, pero se trataba de una docena de jóvenes, casi todos ellos con poco más de veinte años, que no tenían una incidencia ni en la vida parlamentaria ni, todavía, en el terreno de las ideas expuestas en la prensa. El agrupamiento político que Saint-Simon soñaba que se conformara como “centro-izquierda” de la cámara (considerando que la izquierda eran los liberales), conformado por “industriales” reconocidos y liderando a la mayor parte de los “productores” de Francia, no se constituyó. Saint-Simon no era un desconocido para la burguesía de la época, era respetado como un pensador original con ideas extrañas acerca del futuro del régimen que nacía, aureolado en cierta manera por haber tenido la osadía de imaginar que la desaparición de la nobleza no implicaría un retroceso para el país y por haber ganado el juicio iniciado por el Estado con ese escrito. Pero los planes futuristas asustaban a una burguesía cautelosa, que prefería pisar sobre seguro en el ámbito económico y que en el entorno político vivía atenazada entre sus acuerdos con la monarquía constitucional y el temor a ser acusada de jacobinismo.
El izquierdismo de los liberales en el Parlamento, en la mirada de Saint-Simon, se observaba en una oposición constante a cualquier medida del gobierno que coartara las libertades de asociación o de prensa o una restricción en el derecho a voto (libertades y posibilidades de sufragio que sólo beneficiaban a la más alta burguesía). Si bien no se desinteresaba de estas discusiones y fijó posición a menudo sobre estos temas, los planteos centrales de Saint-Simon intentaban superar los problemas de la política diaria y apuntar a conducir a su país hacia una estrategia de organización social que no parecía preocuparle a sus contemporáneos. Si algo nos enseña esta diferencia, es que la burguesía, ya desde los inicios de su dominio social, ha carecido casi permanentemente de políticos que tengan una amplitud de mira con respecto a los problemas de su tiempo y se ha reducido casi siempre a establecer consignas vacías, plenas de esperanza y buenos deseos, que le permitan contar con los apoyos necesarios para desarrollar políticas pragmáticas basadas en los compromisos y los equilibrios de las diferentes fracciones de la clase burguesa. No queremos plantear con esto que la organización social que proponía Saint-Simon hubiera sido eficaz o deseable para la hegemonía burguesa, pero es evidente que este pensador se encontró con un obstáculo que sería una marca identitaria de la política desde ese momento. La burguesía tiene muchos políticos, pero muy pocos con visión estratégica.
En cierta manera se puede pensar que la postura de Saint-Simon, al menos a nivel parlamentario, coincidía más con los doctrinarios, en particular porque estos buscaron, al menos hasta que la monarquía se mostró decididamente favorable a los ultras, una colaboración positiva con el sector ministerial. Pero, para Saint-Simon, los doctrinarios no planteaban con sencillez sus ideas y tampoco incluían, al igual que los liberales, un proyecto organizacional de la sociedad.22
Saint-Simon y Guizot coinciden, en cierta manera, en plantear la necesidad de un partido “de clase”. El primero aboga por un partido que explícitamente represente a los industriales, incluyendo allí a los trabajadores. Guizot, por su parte, piensa más bien en un partido de la burguesía, que él llamará “clases medias”, es decir, exceptuando claramente a las clases pobres. Rechaza los partidos de “nombres propios”, basados en grandes figuras, y aboga por partidos “sociales”, es decir, aquellos que se corresponden con las grandes necesidades de la vida política (Offerlé, 2006). Los partidos basados en liderazgos serían “artificiales”, pero el dirigente doctrinario buscaba la constitución de un “partido de clase” (Rosanvallon, 2015: 172). La coincidencia con Saint-Simon no es casual, ya que ambos se oponían a la utopía liberal que pretendía que la base de la política eran las personas individuales y que toda disciplina partidaria no haría más que impedir la libertad de sus miembros. Pero mientras Saint-Simon explicita cuáles son las ideas y en qué clase social debe basarse, es decir en los industriales, Guizot busca conformar un partido que represente a una burguesía que todavía no se reconoce a sí misma como la depositaria “natural” del poder en la sociedad.
Los que trabajan con sus brazos
Desde 1822 se puede observar en el pensamiento sansimoniano la aparición más decidida de la masa del pueblo como objeto de consideración.23 Señala en Del sistema industrial:
El objetivo directo de mi empresa es mejorar lo más posible la suerte de la clase que no tiene otros medios de existencia que el trabajo de sus brazos; mi meta es mejorar la suerte de esta clase, no solamente en Francia, sino en Inglaterra, en Bélgica, en Portugal, en España, en Italia, en el resto de Europa y en el mundo entero. Esta clase, a pesar de los inmensos progresos que realizó la civilización (desde la liberación de las comunas), es aún la más numerosa en los países civilizados; forma la mayoría en una proporción más o menos grande en todas las naciones del globo. Así, de ella debieran ocuparse los gobernantes principalmente pero, al contrario, sus intereses son los más descuidados por los gobiernos. La ven como esencialmente gobernable y útil para pagar impuestos, y el único cuidado importante que toman con respecto a ella es el de mantenerla en la obediencia más pasiva. (O.C., III: 2495-2496)
Como vemos, si bien Saint-Simon se ubicaba a la derecha de los liberales porque prefería una alianza estratégica con los Borbones, se encontraba a la izquierda en su preocupación por la masa del pueblo, cuestión en la que los liberales, en todas las épocas, fueron completamente insensibles. Los gobernantes debieran ocuparse de esa masa (“principalmente”, subraya), pero sólo la tienen en cuenta para recaudar más y para impedir sus rebeliones.
El segundo volumen de esa misma obra, Del sistema industrial, termina con una “Carta a los obreros”,24 seguramente uno de los primeros textos en Francia donde se le habla a quienes realizan el trabajo con sus brazos, aunque ya estaba anticipada en una de las partes de las Cartas de un habitante de Ginebra, donde Saint-Simon se dirigía a los “no propietarios”. En esta nueva carta de 1822, el autor “invita” a los obreros a dirigirse a “los jefes de las principales casas de cultura, de fabricación y de comercio” con una serie de propuestas que no son más que las ideas de Saint-Simon, expresadas en beneficio de la clase más numerosa. Para ello propone una serie de grandes obras públicas:
Se puede duplicar, en menos de diez años, el valor del territorio de Francia. Para ello, habría que desbrozar las tierras incultas, secar aquellas que sean pantanosas, trazar nuevas rutas, mejorar aquellas que existen, construir todos los puentes necesarios para abreviar los transportes y hacer todos los canales que puedan ser útiles a la navegación o al riego. (O.C., III: 2629)
Estas obras públicas, según Saint-Simon, no solamente darían trabajo a los desocupados estacionales del campo sino que acrecentarían las riquezas generales del país, permitiendo el abaratamiento de los costos de transporte y, consecuentemente, de los precios de las mercancías. Pero no solamente aparecen consideraciones económicas en esta especie de anticipación