La navaja de Ockham. Gastón Intelisano

La navaja de Ockham - Gastón Intelisano


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observa lo que hago.

      —A simple vista, la ventana de la nena tampoco está violentada. No hubo entrada forzada por parte del secuestrador. ¿Tendría una copia de la llave?

      La puerta entreabierta es de color blanco, con una margarita de madera pintada que indica que la habitación a la que estamos por entrar es de Sara. Golpeo suavemente con mis nudillos y desde adentro me invitan a pasar. Dos técnicos recorren la habitación, que es bastante espaciosa para ser la de un niño. Las paredes blancas son el fondo para varios cuadros con motivos infantiles. La pared de la derecha está llena de cubículos de madera pintada también de blanco y contienen juguetes, libros para pintar y disfraces. En la esquina posterior izquierda de ese ambiente se encuentra la cama, que no está tendida. Las sábanas y el cobertor rosado se arremolinan a los pies, como si alguien se hubiese levantado y las hubiese empujado para salir de su cobijo. El piso es de parqué, pero está cubierto con dos amplias alfombras muy coloridas, una con líneas como un arcoíris y la otra imitando un césped de hojas bien cortas. Me arrodillo y las observo de cerca, pero no veo huellas de tierra o dejadas por el peso del secuestrador al pisarlas. A la derecha de la cama y sobre la alfombra-césped hay una pequeña mesa redonda con cuatro sillas de plástico de distintos colores: amarillo, rosa, celeste y morado. Sobre la mesa hay un juego de té de color verde claro y frutas de plástico en una pequeña canasta. Una lámpara blanca en forma de cono cuelga desde el techo y tiras de cinta de colores que la adornan se mueven al viento que entra por la ventana abierta. Las cortinas blancas están corridas a los costados y se mecen lentamente como fantasmas perezosos. Jorge Parisi estuvo buscando huellas con un polvo revelador de color rojo en los marcos y en el delgado alféizar, y cuando me ve entrar en la habitación, hace señas para que lo siga.

      —Cuando me acerqué a la ventana para inspeccionarla de cerca, ahí estaba. Justo en el medio del alféizar –me dice, al tiempo que señala el objeto.

      Es una pelota de tenis, verde fluorescente y con el sello de la marca Penn.

      —¿Le sacaron una foto? –le pregunto.

      —Sí, pero quería dejarla en el mismo lugar hasta que la vieras. Parece algo puesto a propósito, ¿no?

      —Habría que preguntarles a los padres si juegan al tenis y si tienen esta marca de pelotas.

      La miro más de cerca. La tomo con mi mano enguantada. Se siente dura y la coloración parece la de una pelota recién comprada. Hasta huele a nueva.

      —¿Podremos buscar huellas en ella? –quiero saber.

      —Es una superficie bastante complicada, pero haremos nuestro mejor intento –me responde Jorge, que es uno de los mejores en la materia. Ha recuperado huellas de telas, maderas y hasta de la piel de un cadáver, cosa de lo más difícil de lograr.

      —¿Encontraron alguna huella más? –pregunto, mientras con la vista hago un escaneo de las superficies que han sido manchadas con polvo revelador.

      —Al parecer son todas de la nena. Puede que sean de otro nene. Pero son pequeñas. Hay algunas parciales de adulto, pero calculo que corresponderán a alguno o a ambos padres.

      —¿Algo más?

      —Pelos, largos y rubios. Que suponemos que son de Sara, la nena secuestrada. Los recolectamos y envasamos. Nos llevaremos todo al laboratorio.

      —Perfecto.

      Es urgente saber quién es este matrimonio y el grupo de amigos, qué hacen, qué problemas tuvieron en España, si alguna vez maltrataron a sus hijos… ¿Algún vecino, familiar o amigo notó algún comportamiento incorrecto? ¿Su profesión la ejercen a tiempo completo? ¿Algún miembro del matrimonio ha sufrido de depresión? ¿La relación en el matrimonio es saludable? ¿Están implicados en un litigio grave? ¿Alguien los odia?

      Veo parados, estáticos y muy atentos, a varios oficiales de la policía local. Me acerco hasta donde se encuentran y les consulto:

      —¿Quién de ustedes llegó primero?

      —Yo –responde un joven de unos veinticinco años, el cabello bien corto, de un rubio ceniza, y ojos oscuros, grandes e inquietos. Me estrecha la mano con determinación y se presenta–: Oficial Diego Correa, un gusto.

      —¿Tocaste algo, Diego? ¿Moviste algo? ¿Qué fue lo que viste apenas llegaste? –le hago las mismas preguntas a cada policía al llegar a la escena de un crimen, porque quiero asegurarme de que está intacta y no han modificado ni un centímetro de nada.

      —No, no toqué nada. Cuando llamaron al 911, nos acercamos hasta el edificio, les pedí que liberaran el departamento y dejé a un compañero custodiando la entrada. Avisé a la gente del complejo que nadie podía pasar a este sector –me indica, señalando el comienzo del pasillo que lleva a los ascensores y a la escalera que comunica con los departamentos de la planta baja.

      —Muy bien. ¿Y qué alcanzaste a ver del departamento? –quiero saber.

      —No mucho. Tomé un par de fotos de cómo se encontraba el lugar y después me ocupé de sacar a toda la gente y no dejar que volvieran a entrar. Se llamó a la Fiscalía inmediatamente y nos comunicaron que ustedes estarían en camino…

      —Dejame ver las fotos que sacaste –le digo, y él saca su celular de uno de sus bolsillos. Ingresa una contraseña y cuando el menú se abre hace clic en el ícono de la cámara fotográfica. Me pasa un celular con una pantalla inmensa, de unas cuantas pulgadas más que el mío y observo un menú con doce fotografías en tamaño reducido. Le doy clic con mi dedo a una de ellas, y se despliega en primer plano una imagen de la habitación de la nena desaparecida. La puerta de entrada está entreabierta y la toma es oscura, pero alcanzo a divisar los ambientes. El departamento se compone de dos habitaciones, una sala de estar y una cocina. Lo que me llama la atención es que las fotografías no parecen retratar lo que se encontraron al llegar. Supuestamente, había varias personas en el lugar momentos posteriores a la desaparición, pero en las fotos no se ve a nadie. El lugar de los hechos debía haber sido plasmado con fidelidad. Las fotos o imágenes de video deberían fijar, para la historia, aquello que vio cuando llegaron al lugar. Especialmente, la forma en que estaban vestidos los presentes. Continúo pasando las fotos que sacó el oficial. Otra cosa hace que suene una alarma en mi interior: Nicolás me comentó, mientras veníamos al lugar de los hechos, que los niños pequeños (hijos de uno de los matrimonios amigos) se encontraban durmiendo en la cama matrimonial, pero no hay fotos de ese momento.

      —¿Cuándo llegaste había mucha gente? –le pregunto, porque quiero saber si la contaminación de la escena del crimen fue consciente o inconsciente, casual o con un propósito en concreto.

      —Sí, estaban ellos, el matrimonio… sus amigos, había vecinos… –el oficial trata de hacer memoria, y va enumerando los recuerdos que llegan a su mente.

      Va a ser difícil encontrar algún vestigio. El apartamento puede estar irremediablemente contaminado.

      5

      Además de las búsquedas en el área que incluyen cestos de basura y desagües, es necesario dar inicio a las indagaciones; el matrimonio y el grupo de amigos tienen que comenzar a ser oídos formalmente, necesitamos sus primeras declaraciones. Son esas primeras declaraciones las que se convierten, casi siempre, en las más importantes, por ser contemporáneas al acontecimiento. Las declaraciones de los empleados del restaurante, por ejemplo. Ellos podrán dar detalles de los momentos previos a la desaparición, mientras los adultos cenaban.

      Tenemos que procurar testimonios entre los vecinos del complejo. Es necesario obtener una lista de todos los vecinos, con el fin de verificar si alguien es conocido suyo. Necesitaremos localizar y ver todos los registros de video, en una pesquisa que incluirá otros edificios, farmacias, bancos, supermercados, estaciones de servicio de las proximidades, alcanzando a las instaladas en la Ruta 2. Al igual que todas las cámaras que funcionan en ella.

      Hasta el momento estaban abiertas todas las hipótesis: desaparición voluntaria; que la nena se hubiera levantado de la cama en ausencia de sus padres y hubiera salido a la calle en su búsqueda; accidente, produciéndose la muerte, con


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