La navaja de Ockham. Gastón Intelisano
Lo entiendo todo cuando la nena se da vuelta para mirarme: tiene la cara en estado de descomposición avanzada y los gusanos llenan sus órbitas y trepan desde su boca abierta… El padre comienza a gritarme: “¿Qué hizo? ¿Qué hizo?”. Y se toma la cabeza, horrorizado… yo quiero responderle, pero el cerebro no hace su parte y las palabras nunca llegan a mi boca, pero siento que el hombre y su mujer se acercan cada vez más, amenazadoramente. Mientras sigo tratando de responderles, pero sin éxito, siento sus puños descargar su furia contra mi humanidad. El hombre me golpea con fuerza, y la mujer rasga mi rostro con sus uñas inusitadamente largas, y entonces empiezo a sentir el calor de mi propia sangre circular por mi nariz y bajando por mis labios, humedeciendo mi lengua con su sabor metálico…
Me despierto sobresaltado, a la defensiva, y la oscuridad todavía es absoluta. Pero hay algo que todavía sigo sintiendo a pesar de que el sueño ha terminado: el sabor metálico de la sangre en mi lengua. Esa parte no ha sido una proyección de mi inconsciente. Fue real y lo sigue siendo. Y una vez más, recuerdo que estoy enfermo y que debo someterme a una cirugía maxilofacial cuanto antes a fin de extirpar el tumor que está creciendo en mi seno para nasal izquierdo. Un tipo de cáncer bastante raro, pero operable, según lo que dijo mi oncólogo.
Me levanto de la cama algo mareado y me cuesta ponerme de pie. Enciendo la lámpara del techo y la luz inunda mi campo visual como un relámpago. Veo la sangre manchando la funda de mi almohada. La saco para lavarla más tarde, aunque tengo pocas esperanzas de que la tela blanca vuelva a su color original. Si la sangre no se lava con abundante agua y jabón apenas ha manchado una prenda de algodón, es casi imposible de quitar. A veces, resiste al cloro más potente. Entro al baño, y abro el grifo para que el agua salga con fuerza y se lleve las gotas que empiezan a caer de mi nariz cuando me inclino para lavarme. Las gotas caen densas y pesadas y se resisten a seguir el camino hacia el desagüe. Por encima del zumbido del agua que brota, escucho la voz de Andrea a mis espaldas.
—¿Estás bien? –me pregunta, preocupada. Cuando levanto mi cabeza, veo la angustia en su mirada, que el espejo me devuelve.
—Sí, estoy bien. Otro de mis sangrados nocturnos, nada más… –Trato de restarle importancia al asunto, pero ella no va a dejarlo pasar.
—¿Solo eso? Santiago, no podés dejar pasar más tiempo… te lo dijo tu médico y te lo digo yo como médica.
—Ya lo sé. Esta semana pido turno para los prequirúrgicos… –Trato de calmarla–. Tenemos el caso de esta nena desaparecida… no puedo borrarme justo ahora –le respondo mientras enjuago la bacha y trato de eliminar todas las salpicaduras de mi propia sangre.
—Ahora es este caso, mañana va a haber otro… siempre hay algo más importante. Pero esto es tu salud, Santiago. –Hay firmeza en su voz, aunque lo que intenta transmitirme es su preocupación. Su miedo a perderme.
Me enjuago una vez más, y cuando el sangrado comienza a ceder, me coloco una pequeña pelota de algodón para que tapone la hemorragia y permita que la coagulación comience a hacer su magia. Es oficial: debo encargarme de mi salud o quien terminará en la morgue seré yo.
8
Cuando se produce una desaparición, es indispensable proceder a la divulgación de tal acontecimiento y la primera hipótesis es siempre que la desaparición es voluntaria. Aunque exista esta mínima posibilidad, hay que proceder a realizar las búsquedas inmediatas, con la ayuda de la descripción física del desaparecido y ayudados por un conjunto de medios; desde personas y perros detectores hasta llamamientos en los medios de comunicación y redes sociales. Simultáneamente, el investigador debe pensar en otras posibilidades, sobre todo en la posibilidad de un crimen: es la respuesta al “¿qué?”, lo que sucedió. Al mismo tiempo encontrará la respuesta al “¿dónde ocurrió?”, identificando el lugar donde se ha producido el proceso. La búsqueda del motivo dará respuesta al “¿por qué?, el móvil del crimen. La identificación del lugar o los lugares produce minuciosas inspecciones, realizadas para recolectar vestigios que luego pueden servir como pruebas ante un tribunal. Al divulgar la foto de un desaparecido, se procede a la descripción de la persona, pero para la investigación de un crimen, esta descripción no basta, y es más exigente tratándose de un niño. Hay cosas que pueden llegar a ser muy importantes: por ejemplo, saber cuál es el medio familiar en el que vivía, la relación con los padres, hermanos y restantes familiares, con los vecinos, compañeros de colegio y maestros. En el fondo, lo que se intenta descubrir es si es o no un niño feliz y no es maltratado física o psicológicamente. La personalidad del niño, sus juegos, sus hábitos, las enfermedades que puede padecer, así como la actitud frente a personas extrañas, son relevantes para una investigación criminal de este tipo.
A las 6 de la mañana del día siguiente, domingo 17 de diciembre, me despierto pensando en todas las actividades que tenemos por delante. Controlo mi celular y por suerte durante la madrugada no hubo mensajes ni llamados que no haya escuchado. Eso, dentro de todo lo malo, es algo bueno. Aunque significa que todavía no había novedades en el caso. Me preparo un café con leche bien cargado, porque necesito con desesperación que mis sentidos se enciendan y comiencen a funcionar en su máxima potencia. En poco más de una hora tengo que volver al hotel para la inspección ocular y el levantamiento de rastros. El diario llegó minutos antes y en su portada junto a la cara de una hermosa nena de pelo rubio, piel blanca y ojos verdes, una frase en letras rojas de gran tamaño reza: DESAPARECIDA. Al mismo tiempo que yo, toda la ciudad y el país se está enterando de la noticia. Enciendo el televisor y todos los canales de noticias ya se encuentran en la puerta principal del complejo de departamentos, esperando el momento en que lleguemos para ametrallarnos con sus preguntas. En pantalla veo a un conocido periodista de policiales, que relata la secuencia fáctica desde el momento en que la madre de la nena vuelve a la habitación para buscarse un abrigo y se da cuenta de que la hija no está en su cama y todo lo que vino después. Esperan la salida de los padres, los matrimonios amigos y cualquier otra persona que pueda dar detalles de lo ocurrido. Cuando termino mi taza de café y las tres tostadas con mermelada de frutos rojos, me acerco hasta la pileta de la cocina y mientras lavo la taza, el plato y la cucharita, oigo a mis espaldas una voz que me resulta familiar y al instante identifico. El fiscal Massacesi le habla desde la puerta del hotel a una jauría de periodistas sedientos de primicias. Lo rodean de micrófonos con distintos logos según el canal de televisión o radio al que pertenecen. Se producen forcejeos tensos entre los cronistas que quieren ocupar el mejor lugar en ese banquete mediático. Los flashes de las cámaras bañan por segundos la humanidad del fiscal y sus asistentes, que son dos chicos jóvenes. Nicolás ha trabajado toda la noche y lo noto en sus ojos vidriosos y brillantes, responde a las preguntas con paciencia, pese a que no ha dormido y cuando su mente debe ser un torbellino en estos momentos. Ya ha entrevistado a los padres de la nena, los dos matrimonios amigos que los acompañan y a varios vecinos y personal del complejo. Les avisa a los periodistas que por la tarde se hará una conferencia de prensa para oficializar la desaparición y comenzar con la búsqueda dentro y fuera del complejo y sus alrededores.
Dejo en el escurridor los utensilios que acabo de lavar y limpio la mesa con un trapo húmedo. Apago el televisor. Debo salir cuanto antes. Quiero tener todo organizado y que no quede nada fuera de nuestro radar. Tengo que pasar por el Instituto de Ciencias Forenses a buscar mi maletín de escena del crimen. Y estar antes de las nueve de la mañana en el complejo. Alfredo, mi gato, se ha despertado, y aparece como un fantasma, mientras ato los cordones de mis Reebok negras que reservo para trabajar en lugares del hecho. Se refriega contra mis manos, tratando de tener toda mi atención y se acerca hasta su cuenco que está vacío y maúlla, pidiendo su ración de leche fresca.
—Shhh, están todos durmiendo… –lo callo, y él me mira con ojos furiosos por mi reprimenda. Una vez que se ha tomado todo, se da media vuelta y en un gesto de total despreocupación y hartazgo, vuelve a la cama. Lo miro con ira, pero él hace caso omiso. Simplemente desaparece tras la puerta de mi dormitorio.
—Sos un desagradecido, Alfredo –le digo, como si él pudiese responderme.
A las 8:35 estaciono mi auto a un par de cuadras del complejo de departamentos y desde ahí camino, maletín en mano. Llego hasta la puerta trasera, que, por lo que veo, todavía los periodistas no han detectado. Veo estacionados varios