Álvaro d'Ors. Gabriel Pérez Gómez
e incluso por encima de los problemas derivados de la convivencia con los hijos. El vínculo del matrimonio —decía— está por encima de lo que puedan hacer o decir los hijos.
En una ocasión, ya en los años 90, Rafael Domingo le preguntó acerca de lo que debería decir si alguien se interesaba por el divorcio de sus padres y cómo le había afectado a él. Su respuesta fue tan contundente como escueta: «Pues diga usted que Álvaro d’Ors nunca quiso hablar de este asunto».
JUNIO DE 1936. LOS CUADERNOS
En marzo de 1936, poco antes de que terminara su curso, Álvaro d’Ors comenzó a usar unos cuadernos con tapas de hule negro del tamaño de un octavo. Muy probablemente los compró en una papelería de la Calle del Pez, donde habitualmente se surtía de este tipo de material. Es posible que empezara a escribir allí sin ser consciente de la trascendencia que tendría ese primer gesto que iba a convertirse en una parte muy importante de su personal sistema de trabajo durante más de 50 años.
Muy ordinariamente la lectura exige tomar anotaciones que no se refieren a un trabajo en curso. Quizá sea excesivo hacer un fichero gigante, de difícil ordenación, con todas las notas de la lectura. Aunque no sea un modo perfecto, estas anotaciones pueden hacerse en un cuaderno de bolsillo que lleves siempre contigo, en el que pueden registrarse otras muchas cosas, sin llegar a ser un «diario». Esos datos quedan ahí por el orden cronológico de tu vida. La dificultad para encontrarlos después estará en recordar el tiempo en que se hizo la lectura o se recibió el estímulo que sea, pero la duración de un cuaderno te permitirá tener a mano, durante cierto tiempo, un buen número de anotaciones más recientes. A lo largo de los años encontrarás en los sucesivos cuadernos un rico complemento de tu memoria[139].
Apuntaba en estos cuadernos sus impresiones sobre cuestiones muy variadas: notas sobre lecturas que había hecho, pensamientos apenas esbozados, mínimas anotaciones de sucesos en los que había participado, reflexiones que eran producto de su oración personal y pequeños o larguísimos esbozos que después servirían para futuros trabajos científicos. No eran propiamente un diario, ni unos apuntes íntimos, ni un cuaderno de trabajo, pero tenían un poco de todo. En estos Cuadernos adelanta la esencia de bastantes de las obras que después desarrollará a lo largo de su vida intelectual.
En el momento de la muerte de su autor, la colección de libretas de hule negro había llegado a ser de 77 tomos, sobrepasando la página 8.000 (correlativamente numeradas), a pesar de que apenas escribió en ellas durante los últimos años de su vida. También constituye una fuente de información esencial sobre su propia historia y su obra. Como él mismo no les puso título alguno, su denominación a posteriori resulta un poco complicada. Familiarmente se aludía a ellas como «los cuadernos de papá», «los cuadernos negros» o «los cuadernos de hule». A nuestros efectos, los venimos citando como Cuadernos Personales (C.P.).
El primero de ellos está redactado íntegramente en Madrid, entre marzo y julio de 1936. Tiene 72 páginas, escritas con su letra inconfundible —y a veces difícil de leer, ya que, si en circunstancias normales la caligrafía de Álvaro d’Ors es complicada, en el caso de muchas de sus anotaciones, que están hechas sobre la marcha, en un banco de la calle, en una cafetería o en un tren, resulta todavía más difícil—. En el primer Cuaderno no hay ninguna anotación personal sobre su vida en aquellos días. En la libreta aparecen “notas de lectura”, más o menos extensas, de libros o artículos[140], anotaciones de carácter filológico[141], comentarios jurídicos[142], ideas sobre posibles trabajos[143], o elencos bibliográficos sobre algunos temas[144].
No resulta sorprendente que al final de este primer Cuaderno enumere los trabajos que le ocupan durante el mes de julio, que vienen a coincidir en gran medida con los temas de las anotaciones y, en parte, con las lecturas precedentes. Como se puede ver, predominan los asuntos filológicos:
Trabajos en curso en el mes de Julio:
Fabula togata
Edición de las Epist. de Séneca (Sem. Univ.)
Edición del Pro Caecina (Centro)
Alejandro Severo, emperador civil.
Las incantationes[145].
Conviene recordar que, a pesar de la altura intelectual y el grado de madurez que evidencian los temas de los que se ocupa, en marzo de 1936 estamos ante un joven que todavía no ha cumplido los 21 años. La amplitud de sus intereses y el programa de estudio que se había trazado se encontraban muy por encima de lo habitual entre los muchachos de su época. De estos trabajos que reseña, el relativo a la «comedia togada»[146] se lo acababa de entregar a su profesor de Filología Latina, Pedro Urbano González de la Calle, justamente antes de dejar Madrid para sus vacaciones. Era algo más que el germen de lo que debería ser su tesis doctoral en Letras. Así lo recuerda en una anotación de diciembre de 1936:
En ese trabajo, si mal no recuerdo, había un estudio sobre el estilo de Afranio, en el que me refería a las particularidades estilísticas de este autor de togata y principalmente a los recursos fonéticos (aliteración, etc.). Luego había unas observaciones sobre las Menipeas de Varrón (¡mis queridas Menipeas! ¿Volveré alguna vez a inclinar mi cabeza sobre tus insignificantes fragmentos?). En esas observaciones intentaba aclarar un pasaje que habla de gente desnuda en invierno con una referencia a las fiestas lupercales. También quería fundarme en otros pasajes de este texto para apoyar la tesis de que el culto de Attis había sido introducido en época de M. Terencio Varrón —¡mi querido Varrón!—. ¿Qué más había en ese trabajo de este curso? Me acuerdo que la noche antes de entregar ese trabajo desgajé de él un estudio sobre el verso galiambo, porque descubrí una pequeña inexactitud que requería la corrección de algunas cuartillas. También en algún momento había pensado presentar conjuntamente un estudio sobre los Carmina, ¡mis queridas fórmulas mágicas!: huat, haut, huat ista pista domiabo damnastros! y aquellas otras admirables de Marcelo o de Vegecio Renato, ¡el gran veterinario!, o de Plinio, ¡el gran Plinio! Pero en este asunto de los Carmina había un mare magnum tan magnum que preferí no robar el tiempo de don Pedro con aquello. Pero, ¿qué más presenté? Había algo más; en total eran unas ochenta cuartillas… Ahora me acuerdo de que también había algunas correcciones al texto del Pro Caecina que presenta la Collection des Belles Lettres. Yo preparaba este texto para la colección del Centro de Estudios Históricos. Me acuerdo que en Julio le dije a Bonfante (¡Buenas tardes don Moisés! —¡qué lejos está todo eso!—) que esperaba tener todo preparado para Noviembre y que daba un término tan lejano porque no creía poder volver a trabajar en aquello hasta Octubre[147].
A finales del curso 1935-36, en medio de las tensiones sociales y políticas por las que atravesaba España, se podía presagiar que algo iba a ocurrir, pero quizá nunca la magnitud de los acontecimientos que iban a producirse en aquellas vacaciones. Álvaro d’Ors, por tanto, hizo sus planes como en cualquier otro verano: permanecería los primeros días de julio en Madrid y, para la segunda quincena, tenía previsto un viaje a Basilea y a Heidelberg[148]. De camino, había pensado pasar unos días junto a su abuela Teresa, en Argentona.
[1] Carta de Xènius a Juan Ramón Jiménez, Barcelona, 22 de abril de 1915. Publicada en “Correo Literario”, Punta Europa (104), 1964, p. 22. La revista reproduce tres cartas de Antonio Machado y Eugenio d’Ors a Juan Ramón Jiménez (Residencia de Estudiantes. Colina de los Chopos. Hipódromo. Madrid), cedidas por los herederos de este a Punta Europa. El «tómese nota de él como de un futuro residente» se refiere a la Residencia de Estudiantes. El juego de palabras con “Zenobita” hace referencia a Zenobia Camprubí, que se casaría con el poeta un año más tarde.
[2] Álvaro d’ORS, Autoscopia [Original inédito, sin paginar]. La Casa de les Punxes era obra del arquitecto Josep Puig i Cadafalch, también conocida como Casa Terrades. Se levantó en el n.º 416 de la Avenida de la Diagonal en 1905. En esta casa vivieron los d’Ors Rovira-Pérez Peix entre 1910 y 1922.