Álvaro d'Ors. Gabriel Pérez Gómez

Álvaro d'Ors - Gabriel Pérez Gómez


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anacronismos. Tal como los vi de chico en el nacimiento. Además, creo que hay que respetar la tradición.

      —¿Qué te han traído este año?

      —Libros de Dickens, que me encanta, y de expediciones al Polo. Además, un mazo de jockey.

      —¿Eres deportista?

      —A medias.

      —Lo que es —me dice Eugenio d’Ors— es un formidable bailarín.

      —¿Cuántos países has recorrido, Álvaro?

      —Cinco.

      —¿Dónde escribes?

      —En Juventud, una revista que hemos fundado el chico de Marañón, el de Pérez de Ayala, el de Moya, el de Pittaluga…

      —¿Qué estudias, Álvaro?

      —Tercero del bachillerato.

      —¿Qué asignatura te molesta más?

      —La Aritmética.

      D’Ors padre sonríe y me dice:

      —Le molesta la Aritmética por otra cosa que a nosotros. A mí me molestaba porque parecía cosa de mercaderes. A él le desa­grada, sin duda, por ser una disciplina abstracta. Verá usted, si le pregunta, cómo le sucede todo lo contrario con lo concreto.

      —Vamos a ver, Álvaro, ¿qué asignatura te gusta más?

      Hay otro hecho reseñable de estos momentos de juventud: su afición por tres modalidades deportivas: el críquet, el tenis y el esquí. Por lo que se refiere al juego del críquet —que en aquella época no era conocido en España— hay constancia fotográfica: Álvaro d’Ors, elegantemente vestido, tal como se practicaba en el momento, con americana azul marino, con un ribete blanco y pantalones también blancos. Su afición fue tal que llegó a tratar de difundir la práctica de este juego a través de una entrevista en la que aparece como su introductor en España:

      Aunque siempre dijo que no tenía fuerza en los brazos y que eran su punto débil, también le gustaba el tenis. Hasta los años 80 guardó la que había sido su raqueta: una herramienta pesadísima, de madera maciza y con cuerda de tripa, perfectamente conservada en una funda de lona de tipo militar. En sus primeros años de Santiago de Compostela seguiría utilizándola en ocasionales partidos con amigos y colegas en la pista recién construida en el Colegio Mayor La Estila. Alguno de sus hijos la usaría más tarde, en clara desventaja con sus contrincantes, dado el esfuerzo que había que hacer para manejarla frente a rivales provistos de material «moderno».

      El tercer deporte que cultivó fue el del esquí, que, en aquella época, en España, se llamaba popularmente “patinar en la nieve”. Posiblemente aprendido con sus padres en los Alpes, lo practicaría después con sus hermanos y con otros amigos en Navacerrada. Álvaro recordaba cómo hubo un día en el que nadie más que su grupo había acudido a tomar el tren para la sierra, por lo que los responsables del ferrocarril habían decidido suspender el viaje. En esas circunstancias intervino su hermano Víctor que, con vehemencia y poder de persuasión, consiguió que funcionara el convoy hasta la estación de esquí, basándose en el cartel anunciador que indicaba el calendario y horario de los viajes durante la temporada.

      Nos referimos a unos momentos en los que para hacer este deporte apenas si existían instalaciones: no tenían pistas construidas ni máquinas pisa-nieves ni tampoco medios mecánicos para subir, ya que no llegarían a España, y de manera muy rudimentaria, hasta después de la Guerra Civil. Tan solo había nieve, la senda que, con suerte, ya pisaron otros y un albergue donde reponerse del esfuerzo de subir y bajar una y otra vez. Y todo ello se hacía portando un pesado equipo, compuesto por unas tablas de madera maciza que se ataban a las botas con unas peligrosas ligaduras de cuero, que eran las causantes de muchísimas fracturas de tobillos. Los guantes de esquiar que utilizaba Álvaro eran unas pesadas manoplas, que todavía sobrevivieron hasta sus primeros años de casado, junto a un gorro usado para la misma actividad. El resto de la indumentaria era la normal de la época para ir por la calle: pantalones y chaqueta (incluso corbata en ocasiones) y un grueso jersey de lana por debajo.

      El resumen que el propio Álvaro hacía de este aspecto de su vida lo solía referir a sus nulas ganas de competir:

      Y entre el estudio y el deporte, practicaba también otra afición que cultivaría el resto de su vida: la participación en tertulias de todo tipo.


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