Historia crítica de la literatura chilena. Grínor Rojo
en Lima no todo funcionó de manera ideal para este joven inquieto. A pesar de que el ambiente intelectual del virreinato favorecía el esfuerzo autodidacta por acrecentar su formación, las lecturas «excomulgadas» de los escritores ilustrados del siglo XVIII le acarrearían problemas con la Inquisición.
Según Silva Castro: «Todos sus biógrafos repiten que Camilo Henríquez fue perseguido por la Inquisición en 1809, acusado de un delito que no se conoce» (6).
José Toribio Medina, en su libro sobre la Inquisición en Chile, afirma que fray Camilo estuvo tres veces preso; una en el año 1796, la segunda en 1802 y finalmente en 1809. Sobre esta última detención, Luis Montt sostiene que los problemas se debieron, como hemos dicho, a su lectura de libros heréticos en los que aprendió de política: «Hacíalo este último estudio en los libros de Rousseau y otros autores franceses que, aunque prohibidos en los dominios españoles, eran los que podían darle nociones más exactas y verdaderas» (24). Y sobre la detención de éste añade: «No demoró mucho el Santo Oficio en mandar a sus alguaciles a la celda del fraile que se le presentaba como reo. Se encontraron en ella efectivamente algunos libros excomulgados» (24).
Tal vez esta experiencia, en cierta medida traumática, ayudó a producir la notable aversión a la tiranía, el oscurantismo y la superstición que reflejan sus escritos. Pero, sin duda, fue su encuentro directo con la represión política el que hizo cristalizar las ideas y sentimientos que darán dirección a su futuro accionar.
Para ahorrarle sinsabores, su orden lo envía en «comisión» a Quito, lo que puede considerarse como una forma de destierro. Este episodio marcará de manera definitiva su visión sobre el destino americano bajo el régimen imperial español. En esa ciudad presenciaría los esfuerzos de los patriotas ecuatorianos por instalar una primera junta de gobierno en 1809 y el castigo despiadado que en 1810 infligieron las fuerzas realistas a ese movimiento. Dadas estas circunstancias, fray Camilo considera irse a un convento en el Alto Perú, pero termina volviendo a Chile en 1811 donde se involucra vigorosamente en la política local. En 1817, recordando aquellos días, escribe entusiasta en El Censor de Buenos Aires: «Hallé a mis paisanos comprometidos y con dulces esperanzas de ser libres y dichosos. Ellos me abrieron los brazos y me colmaron a porfía de bondades y honores. Me hicieron después escribir una proclama a los pueblos, que estaban para elegir representantes para su Congreso Nacional» (Antología: 14).
En Camilo Henríquez se funden el hombre de acción y el intelectual ilustrado. Toda su labor estará destinada a la promoción y legitimación de la causa independentista. Es por eso que en enero de 1811, cuando la Junta de Gobierno busca convocar a un Congreso para traspasar la autoridad que se le había delegado el 18 de septiembre del año anterior, Henríquez se unirá a este proceso con su Proclama de Quirino Lemachez en la que hace un llamado a votar por representantes dignos de la gran causa americana y también capaces de declarar en última instancia la independencia de Chile. La Proclama contiene casi todos los rasgos de la escritura del fraile: sus afirmaciones imperativas, la confusión entre anhelos y realidades, su desiderata y su sentido de urgencia. De cualquier manera, dicho texto termina por anclarlo en el país, pues como él mismo escribirá más tarde en El Censor de Buenos Aires en septiembre de 1817:
Los enemigos secretos remitieron aquella proclama y una acusación vehemente contra mí, al virrey Abascal. Enseguida, el señor Blanco insertó en su apreciable periódico de Londres dicha proclama. Por todo esto, no me fue ya posible trasladarme al Perú. Ni era decente, ni era conforme a mis sentimientos y principios que yo no ayudase a mis paisanos en la prosecución y defensa de la causa más ilustre que ha visto el mundo (Antología: 14).
Su labor de propagandista, en torno a ciertos tópicos característicos del republicanismo, lo sitúa sin duda como detentador de las posiciones políticas más progresistas. A su incansable labor se debe el primer diario chileno, la Aurora de Chile, cuyo primer número apareció el 13 de febrero de 1812. En abril del año siguiente fundará El Monitor Araucano, sucesor de la Aurora, y donde escribe usando los seudónimos de Quirino Lemachez y Patricio Leal. Hablaba un francés correcto y, para servir mejor al periodismo, en «poco más de un mes» aprendió el inglés. Asimismo, fundó El Mercurio de Chile en 1822 y al año siguiente El Nuevo Corresponsal. Exiliado en la capital argentina fue redactor de La Gaceta, de El Censor y del Diario de la Convención de Chile, ya en 1822.
Sus obras literarias son obras de propaganda, en las que la preocupación estética es marginal. El carácter pedagógico de la escritura de Henríquez es un rasgo que no puede ser pasado por alto. Todo artículo, todo discurso salido de su pluma tiene como centro el propósito didáctico. El pueblo debe ser informado, debe ser educado en el conocimiento de la libertad.
Es por eso que, para hacer justicia a fray Camilo como figura literaria, habría que considerar más bien los trabajos en la Aurora de Chile como su obra representativa. Artículos, proclamas y ensayos vigorosos, influidos por la temprana estética romántica que los cargaba de grandilocuencia, son sin duda literatura de función didáctica. Su concepción de la poesía lo dice todo: «La poesía es un arte divino cuando reviste con sus gracias las verdades útiles; cuando truena sobre el crimen; cuando nos inspira sentimientos de virtud, dignidad y libertad, valiéndose del dulce imperio que ejerce sobre nuestros ánimos» (cit. en Silva Castro: 56).
En noviembre de 1811, recibida una imprenta completa desde Estados Unidos, el gobierno de Chile ordenó comprarla con fondos del Estado y la trasladó a Santiago instalándola en el edificio de la Universidad de San Felipe. Se pagó por ella 8.000 pesos. Un decreto de enero de 1812 nombra como redactor a Camilo Henríquez con la misión de ilustrar al pueblo.
El primer número de la Aurora de Chile, periódico ministerial y político, apareció el 13 de febrero de 1812. Antes había aparecido el «Prospecto» en el que Henríquez anuncia la aparición del periódico con el evidente entusiasmo del que conoce la potencia de la herramienta que tiene en sus manos. Aunque fray Camilo hable aquí de ilustración, esta noción agrupa sin duda todo lo relativo a la educación, la política, la justicia y la libertad. Ellas configuran el camino que conduce a la independencia, la autonomía y, finalmente, a la realización de la comunidad y el individuo.
Debemos advertir que muchos de los artículos publicados en la Aurora de Chile han sido criticados por sus «generalizaciones inocuas y a veces simplemente vacías de sentido», según Silva Castro (58). Pero hay que insistir en la semi-solitaria labor de este ideólogo de la Revolución Emancipadora, en su esfuerzo por introducir todo un léxico nuevo y muy ajeno a las aspiraciones políticas y los sentimientos de lo que Vicuña Cifuentes, citado por Silva Castro, llama «la parte timorata de la población» (18), así como a los reaccionarios realistas, apodados despectivamente «los sarracenos», a quienes fray Camilo calificaría de «tontos» en su artículo «Diversos grupos de sarracenos» (Antología: 197).
La enorme batalla contra la ignorancia, una especie de prédica en el desierto, con todos los matices del caso, produce lógicamente esa serie de estrategias discursivas no siempre muy coherentes y muchas veces notablemente marcadas por el «desaliento». Se ha criticado también su lenguaje rimbombante, pomposo, impregnado de retórica romántica, pero no se puede ignorar que ese era el tipo de lenguaje en que muchos en su época expresaban las pasiones políticas y en el que la energía revolucionaria se hacía manifiesta. Creemos que en este caso, más que un juicio sobre la originalidad de sus ideas y sus usos retóricos, es necesaria una evaluación temática para poner en perspectiva los problemas que Henríquez detectó en la sociedad chilena, algunos de los cuales siguen teniendo vigencia hasta nuestros días.
Además de su conocida tarea de periodista, hay que destacar que fray Camilo sirvió a la Patria Vieja en varios cargos políticos concretos: fue senador entre 1812 y 1814 y presidente del Senado en 1813. Sin ser un parlamentario demasiado activo, participó de manera importante en la creación del Reglamento Constitucional Provisorio de 1812, escrito con la ayuda de Joel R. Poinsett, primer cónsul general de los Estados Unidos en Chile, y luego en un reglamento de protección de los pueblos indígenas, el cual, según Amunátegui: «quedó solamente en el papel