Historia crítica de la literatura chilena. Grínor Rojo

Historia crítica de la literatura chilena - Grínor Rojo


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estancia en Chile publica en el Semanario Republicano y en el Monitor Araucano sus letrillas satíricas, algunas con seudónimo, entre las que se cuentan: La procesión de los lesos, La faramalla y Los morrones. Luego publicaría en Buenos Aires, donde había organizado la Sociedad del Buen Gusto del Teatro, algunas reflexiones sobre este arte y Camila o la patriota de Sud América, publicada en 1817 pero nunca representada. La inocencia en el asilo de las virtudes fue su segunda obra pero tampoco se publicó. La verdad es que en materia de literatura fray Camilo no dejó marcas duraderas. Para él, la actividad teatral proporcionaba un espacio donde dar continuación a la instrucción política, pues de otra manera aquella se convertía en una recreación fútil. En un artículo titulado «Del entusiasmo revolucionario», aparecido en La Aurora del 10 de septiembre de 1812, había establecido que: «Yo considero al teatro únicamente como una escuela pública y bajo este respecto es innegable que la dramática es un gran instrumento en las manos de la política» (Antología: 157).

      Será Osorio, habiendo derrotado a los ejércitos patriotas desgastados en rencillas entre sus principales caudillos, O’Higgins y los Carrera, quien pondrá fin a la Patria Vieja en la Batalla o Desastre de Rancagua el primero y 2 de octubre de 1814. Cuando el 5 de octubre Osorio y las huestes realistas hacen su entrada triunfante en Santiago, se está produciendo ya la fuga masiva de patriotas hacia la Argentina. Para el 19 de octubre, más de dos mil refugiados habían cruzado hacia Mendoza. Muchos de ellos fueron incorporados al Ejército argentino y formarían la base del Ejército libertador. Otros, que como fray Camilo habían participado en la batalla desde el campo intelectual y político y que estaban expuestos a castigos severos, seguirían su camino hasta Buenos Aires para iniciar allí sus vidas de exiliados.

      Fray Camilo vivió modestamente a su llegada a Buenos Aires, padeciendo algunas estrecheces económicas. Se dedicó entonces al estudio de las matemáticas y la medicina. Pero no demoraría mucho en estar de vuelta en las labores periodísticas y en más de un frente. Su colaboración a partir de abril de 1815 en la redacción de La Gaceta de Buenos Aires lo obligaba, además, a producir una sección mensual titulada «Observaciones acerca de algunos asuntos útiles». Estos trabajos se los había conseguido don Diego Antonio Barros, un chileno avecindado en esa ciudad que admiraba la inteligencia de Henríquez y decidió ayudarle a encontrar un trabajo a la altura de sus méritos. Sin embargo, el empleo no duró mucho. Por contrato, Henríquez estaba obligado a defender en una publicación lo que había atacado en la otra. Su artículo, contra ciertas medidas de gobierno, debía ser desdicho en La Gaceta. No pudo. Los problemas de conciencia que le ocasionaba la modalidad de trabajo que le imponían estos dos medios hicieron que fray Camilo dejara de escribir para ellos en 1815, después de ocho meses.

      Vuelve a sus estudios, termina los de medicina sin llegar a practicarla y se dedica con entusiasmo a las matemáticas, pero la pobreza no lo abandona. El 13 de febrero de 1817, Juan de Alagón y el doctor Félix Ignacio Frías, como secretario, firmarán la carta donde el cabildo de Buenos Aires le ofrece a Camilo Henríquez el puesto de redactor en la publicación semanal de El Censor, periódico oficial del cabildo. Agradecido, lo redactará semanalmente desde febrero de 1817 hasta julio de 1818.

      Empero, su delicado estado de salud terminó alejándolo definitivamente de este oficio. Sólo reaparecerá en 1821 colaborando con artículos sobre ciencia en El Curioso, por el breve tiempo que duró el periódico fundado por Juan Crisóstomo Lafinur, con quien mantendría una amistad que duró hasta la muerte de éste en Chile.

      Las ideas de fray Camilo no fueron siempre consistentes. En el exilio escribió un ensayo que merece nuestra atención y que fue, al parecer, ordenado por el jefe de gobierno Carlos María de Alvear, partidario de un protectorado de Inglaterra. Este ensayo, escrito como informe, lo tituló «Ensayo acerca de las causas de los sucesos desastrosos de Chile». Fue rescatado por Miguel Luis y Gregorio Víctor Amunátegui desde «esa especie de limbo que se denomina Biblioteca Nacional», según los autores, y publicado en 1854. En este documento fray Camilo se retracta de sus anteriores discursos republicanos y revolucionarios, momentáneamente influido por las ideas de monarquía constitucional que sostenían, entre otros, Belgrano, San Martín y Rivadavia. Hablamos de influencia pasajera, ya que, al volver a Chile invitado por O’Higgins en 1821, retomará su ideario republicano. Raúl Silva Castro interpreta este documento como «una biliosa reacción motivada por el desastre de Rancagua» (191).

      En febrero de 1822, fray Camilo viaja de regreso a Chile. O’Higgins lo había nombrado con anterioridad «Capellán de Ejército del Estado Mayor General» y luego recibirá nuevos nombramientos y honores. Los temores que lo retuvieron en Argentina, basados en su estrecha relación con José Miguel Carrera, habían sido aplacados. En adelante se dedicará a una serie de tareas entre las que se contaban el ser director de la Biblioteca Nacional, reemplazando a Manuel de Salas, y una vuelta al periodismo como redactor de la Gaceta Ministerial. Posteriormente se encarga de un boletín al cual bautizó como Mercurio de Chile y que tendría como función realizar el catastro del país. De su iniciativa nace también el Diario de la convención de Chile, dedicado a la publicación de documentos oficiales. También funda El nuevo Corresponsal, donde cuenta con la ayuda de su amigo el poeta Lafinur como redactor.

      Pero más tareas le esperaban. En 1823 Chiloé y Copiapó lo eligen diputado suplente y ese mismo año se le designa como oficial mayor del Departamento de Relaciones Exteriores. Sin embargo, no podrá ejercer en este cargo, ya que el peso de sus obligaciones afecta su frágil salud. Cuenta Luis Montt: «La lucha también lo había debilitado. Había combatido contra las preocupaciones políticas, sociales y religiosas de una sociedad profundamente atrasada y fanática» (123).

      Se encuentra agobiado por la multiplicidad de ofertas y deberes que la nueva nación obviamente le impone. Un país carente de hombres con una formación adecuada para sobrellevar las tareas del Estado, necesitaba explotar al máximo los recursos humanos disponibles. Unos pocos tenían que cubrir una enormidad de tareas y entre esos pocos estaba fray Camilo.

      Se entiende el debilitamiento al que se refiere Montt. Habría que abundar sobre las rencillas políticas, las enemistades entre clanes, la necesidad de posicionarse para llevar adelante ciertos ideales sin tener claridad sobre las consecuencias de dichas tomas de posición, pero con la obvia cosecha de enemigos. Todo convierte a este fraile ilustrado en objeto de fuertes admiraciones y odios. Se le demonizó cuando dejó el traje monacal, se le escrutó como a un impío, se le intentó censurar y sumó a sus enemigos los enemigos de los que fueron sus aliados; si la amargura llegó a consumirlo, ello estaba más que justificado.

      Miguel Luis Amunátegui retrata así sus últimos días:

      El fin de su vida fue triste. Con la edad sus dolencias se agravaron. A las enfermedades del cuerpo se agregaron las del ánimo. Se puso hipocondríaco y bilioso. Todo le incomodaba, nada le complacía. La miseria le hizo sentir todos sus rigores. Aunque era muy parco en su comida y muy humilde en su vestido, su renta no alcanzaba a satisfacerle sus necesidades, pues a más de ser escasa de por sí, se quedaba en su mayor parte entre las manos de dos criados que le servían y que le robaban descaradamente (25).

      Se puede argumentar que su falta de capacidad para apreciar las realidades, su voluntarismo primario, el querer imponer un sueño de libertad y solidaridad en un país que seguía saturado de colonialismo, donde el atraso intelectual, el abuso, los odios, la injusticia y el servilismo seguían marchando de la mano, dando forma al carácter de la joven República, habían agotado su existencia.

      Murió fray Camilo en marzo de 1825. No hay acuerdo en si se le rindieron o no los homenajes debidos. Tanto Montt como Amunátegui resaltan que sobre su deceso no se escribió ni una línea en la prensa, en honor a su fundador, ni se le rindieron los homenajes debidos. Raúl Silva Castro, en cambio, habla de «ceremonias especiales de duelo público que dispusieron oportunamente el gobierno y el parlamento. De orden del primero se dispararon salvas en el fuerte del cerro Santa Lucía, mientras se efectuaba el entierro…» (31).

       Obras citadas

      Amunátegui,


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