La promesa de Eme. Dani Vera
en el grupo. Rocío, cada vez se pegaba más a mí y, aunque me encantaba, me provocaba un problema cada vez mayor en mi entrepierna.
—Rocío, creo que deberíamos irnos ya, es demasiado tarde —dije, mientras intentaba disimular mi erección. No sabía si era por las copas que llevaba encima, pero se colgó a mi cuello y me pidió un último baile. Me impregné de su perfume y cada vez me costaba más separarme de ella. Ronroneó tan cerca de mí que solo me provocaba llevármela al aseo y follarla hasta que quedásemos exhaustos. Me di un golpe de realidad y recuperé mi cordura, esa que había perdido por unos segundos.
—¿Es que no te gusto? —preguntó con voz mimosa.
—Lo siento. Solo podemos ser amigos. Le hice una promesa a tu padre —expliqué con la respiración más entrecortada de lo que quería. «¡Joder! ¡Me cago en la puta madre de la puñetera promesa!».
—¿Cómo que una promesa? —preguntó con cara sorprendida.
—Prometí que os cuidaría, que velaría por vosotros, pero sin llegar más allá de una bonita amistad, soy un hombre de palabra…
La cara de espanto que puso me enterneció. Era una mujer fuerte, pero en ese instante podía ver la vulnerabilidad en sus bonitos ojos.
—No me rechaces, por favor… —casi suplicó. ¿Me estaba pidiendo que no la rechazase porque pensaba que no me gustaba? ¡Joder! Esto era de locos.
—No te rechazo. Deberíamos irnos a casa y mañana hablamos de esto, cuando estés más despejada…
—¿Crees que estoy borracha? ¿Es eso?
—No se trata de eso…
—Mira, da igual, déjalo. Ahora, por favor, te pido que te marches.
—¿Y dejarte aquí sola? Ni de coña —repliqué, casi enfadado.
—No sería la primera vez que salgo con mis amigas. Es algo que hago desde que tenía quince años. Sé cuidarme solita, no necesito a un guardaespaldas —sentenció con un tono de voz duro.
Dicho eso, me di la vuelta y salí del pub como si estuviera en pleno incendio y así lo estaba, al menos mi polla. Al llegar a casa, me la casqué durante más de una hora como un jodido adolescente con las hormonas en plena efervescencia.
Capítulo siete
«El sexo es como jugar una partida de bridge: si no tienes una buena pareja, más te vale tener una buena mano».
Woody Allen
ROCÍO
Por fin llegué a casa después de una noche muy intensa. Nando se había quedado con una vecina, así que tenía unas horas para mí. Toby me recibió como siempre entre ladridos. No le gustaba que lo dejase solo. Lo mandé callar, aunque hizo caso omiso. Me fui directa al cuarto de baño, recordando cómo las manos de Eme acariciaban mi cuerpo mientras bailábamos en el pub. Su ritmo era muy sexual, despertando partes de mi cuerpo que estaban atrofiadas desde hacía mucho tiempo. La sensualidad con la que movía las caderas provocaba que quisiera arrancarme las bragas como si fuese una fan enloquecida, a pesar del cabreo monumental que había cogido con él.
Cerré la puerta, abrí el grifo de la ducha y dejé que corriese hasta que llegara a una temperatura agradable mientras me desnudaba. Miré mi reflejo en el espejo. A pesar de los kilos de más, del paso del tiempo y de un embarazo, mis curvas me parecieron bonitas. Hacía mucho tiempo que no pensaba en el sexo, era algo que había relegado en algún lugar de mi mente y no dejaba que saliese. Me concentraba en mi hijo y en mi trabajo; demasiado tiempo que no estaba con un hombre, desde que lo dejé con mi ex. Paseé mis manos por los pechos que aún no se habían caído demasiado y la caricia me erizó toda la piel. Sentí una necesidad que creí perdida. Recordé el juguete que me regalaron las chicas con motivo de mi separación en aquel tuppersex que organizaron, y la excitación se acrecentó. Aún no lo había estrenado, pero era hora de hacerlo. Intenté recordar donde lo había guardado. Salí del cuarto de baño, seguida de mi querido perrito que continuaba ladrando, y rebusqué en el fondo del armario. Cuando encontré lo que buscaba, me marché de nuevo al baño, cerrando la puerta tras mi paso. Trasteé en el móvil, puse un poco de música relajante y miré mi juguetito con necesidad. Estaba excitada. Nunca había usado nada por el estilo. Lo encendí y me reí cuando se activó. Tenía además algo específico para el clítoris. Me pasé la mano por mis labios y estaba empapada. ¡Por Dios, cuánto tiempo!
Lo toqué con suavidad y volví a pulsar el botón. Me reí nerviosa a la vez que cogía el lubricante y le echaba un buen chorreón. Entré en la ducha. El ambiente estaba empañado por la nebulosa de vapor y el sonido de la música. Me senté en la placa y dirigí los chorros de agua a mis partes íntimas. Me traspasó una corriente eléctrica. Escuchaba a Toby ladrar en la lejanía, pero ya no me importaba. Paseé mi nuevo juguete por mi cuerpo, sintiendo cada vibración que emitía, hasta llegar a mi centro. Me toqué con los dedos para comprobar el grado de humedad, aunque bien sabía que estaba empapada. El juguetito no era pequeño y debía acostumbrarme a él… Ummm, me relamí con la sensación del lubricante, pequeñas cosquillas que incitaban a más.
El volumen de la música subió y me introduje un poco el aparato mientras con un dedo daba círculos perezosos alrededor del clítoris. La necesidad se acrecentó. Apenas escuchaba los ladridos del perro y, en este momento, me daban igual. Introduje un poco más y aumenté la velocidad, arrancando un gemido de satisfacción. ¡Dios! ¡Estaba tan cachonda! Poco a poco, me lo fui introduciendo por completo. Tenía unas bolitas internas que me enloquecían de placer, pero cuando me rozó el vibrador del clítoris, no pude evitar un gran gemido de placer. ¡Joder! Aumenté la velocidad por la necesidad de correrme. Me encontraba en una nube de placer donde apenas veía o escuchaba nada que no fuese el sonido de mis gemidos o de la vibración del aparato, aunque bien sabía que Toby ladrada frenético en la puerta. Aumenté la velocidad hasta el máximo para acelerar el orgasmo. Necesitaba correrme con urgencia.
En ese momento escuché un fuerte porrazo en la entrada. Me asusté de inmediato, provocando que la excitación se fuera por el desagüe. Cerré el grifo y salí de la pequeña placa de ducha, me envolví en una toalla y salí, seguida de Toby, dispuesta a saber qué ocurría. Estaba cabreada, pero de inmediato, el enfado dejó paso a la preocupación. ¿Y si le había pasado algo a Nando? Volví a escuchar los porrazos en la puerta de entrada y, con prisa y asustada, la abrí.
Al otro lado se encontraba Eme con una cara de cabreo monumental y un pantalón corto caído en la cadera que hacía que se le entreviera el tatuaje. Me relamí al verlo.
—¿Se puede saber qué cojones le pasa al puto perro que no para de ladrar? ¡Joder, que son las cinco de la mañana! —exclamó en un tono de voz muy bajo pero, al mismo tiempo, bastante amenazante.
—¡Guau! ¡guau! ¡guau!
—Shhhh. ¡Calla! —intenté silenciarlo, pero no había manera.
—¿Lo puedes acallar, por favor? —preguntó, casi perdiendo la paciencia.
—Lo sé, lo siento, pero estaba en la ducha y últimamente está bastante… susceptible. —Eme me miró con cara de no entender nada, a la vez que sus ojos recorrían mi cuerpo. Toby continuaba ladrando a todo sin parar, meneando la cola y yendo de un lado a otro de la casa, mientras yo le regañaba e intentaba calmarlo—. Sé que es muy molesto, pero de verdad que lo he intentado todo. Le he puesto un collar antiladridos. Si el perro ladra, se activa, pita y manda una vibración, pero a él esa vibración hace que ladre y vuelva a pitar, a vibrar y vuelva a ladrar y… ¡Estoy desesperada! ¡Ya no sé qué hacer! —exclamé frustrada, subiendo y bajando las manos.
Mi perrito apareció a mi lado, me agaché para acariciarle la cabecita. Llevaba conmigo muchos años y solo en los últimos meses se comportaba de esa manera. Lo consulté con el veterinario y me vendió el dichoso collar que tampoco hacía efecto. Tendría que llevarlo de nuevo. Toby salió disparado, ladrando por toda la casa, y se adentró en los dormitorios.
—Sé